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30 de marzo de 2012

Insumisión

I

Cuando los soltaron para combatirlos, ambos corrieron feroces a matar al dueño de su compañero. Se quebrantó el pacto: ahora serán los peores enemigos, ya no habrá peleas clandestinas, el perro humillará al hombre en público.

II

Todos corrieron al mismo tiempo, a la misma velocidad. Se sintieron naturales. De sus lomos brotaron alas que derribaron al jinete y desprendieron su ser artificial; se borraron los números, se abandonaron las rutas de polvo. Nació una parvada de pegasos en el hipódromo.

III

Llegaron con sus gallos al palenque. Al emprender la contienda, todos, supuestos líderes y espectadores, cacarearon sin fin. Ambos machos se excitaron, ganaron los dos: habrá suficientes gallinas para pisar a talón desnudo.

IV

Una vez cansada la bestia, y ya analizada meticulosamente su anatomía, el toro arremetió al hombre con una estocada magistral. Mió sobre su escudo amarillo-rojo y bufó poemas que Dios y sus vírgenes agradecieron íntimamente.


-Omar Tiscareño-

28 de marzo de 2012

Padre

Padre, cuando vuelvas ya no podré verte: mis ojos se han cegado de tanto mirar al Sol. Es solo dinero fundido que brilla y nos ilumina.

Padre, por lo que soy, perdóname.

26 de marzo de 2012

Bajo control

I

Cuando terminé mi trabajo, presioné con gran ímpetu la tecla enter. Escuché entonces un chillido muy agudo, casi sofocado pero perceptible, duró un segundo o poco más. Creí que había averiado algún componente de mi computadora portátil, o que ya era hora de descansar, pronto amanecería. Siempre me dejo llevar por las cosas, mi investigación me atrapó y tenía que terminar.

Para guardar, quise presionar las teclas Ctrl+G pero algo falló, pareció que Ctrl no era pulsable. Ya me había pasado hace mucho: una vez cayeron trozos de cacahuates que impedían la barra espaciadora, en otra ocasión aserrín y así muchas veces distintas cosas, nunca procuré limpiar, sólo presionaba más fuerte hasta hacerlas funcionar. Fui por un mondadientes y comencé a jurungar el teclado. Detecté, al parecer, sangre cuando saqué la punta, sangre color bermellón, como un rojo amarillento.

Pensé que el mondadientes ya había sido utilizado, sentí un poco de asco. Fui por otro y repetí el acto. Al sacar el nuevo mondadientes, del cual me había asegurado estaba limpio, encontré plastas de una macilla extraña, como la que se urga a veces entre los dientes. Tuve, nuevamente, la impresión de que  en realidad era sangre cuajada que se podría de una extraña manera.

Rasqué por todos los estrechos de las teclas y en diversos lados encontraba macilla de diferentes colores. También la había verde, la asocié con lagaña o con moco; café, que me remitió a costras arrancadas; beige, que parecían pequeños pellejos jalados, entre otros más.

Dejé de rascar, mi estomago se contraía, todo me provoca una sensación intensa. Presioné nuevamente Ctrl y escuché una vez más ese chillido agudo. Me sorprendí un poco. Volví a hacerlo pero ya no escuché nada. Soporte la nausea, que era poca, e intenté jurungar debajo de esa tecla cuando de pronto algo, no sé qué, empujó el mondadientes y se escondió en otra tecla, creo que en la Z.

Me exalté, estaba seguro de haber visto algo anómalo. Corrí con prisa por una lupa, ya sabía donde estaba así que no tarde en lo absoluto. Acerqué mi lampara de estudio hacia el teclado, con la mano izquierda buscaba por entre los estrechos con la lupa y con la otra rascaba (procuraba que mi sombra no estorbara).

Era obvio que ya no estaría en la Z, así que empecé por la P pensando que se extremaría. Recordé que en esta zona había rascado la macilla beige, cuando empecé a escudriñar con más cautela, me di cuenta de que eran diminutas partículas de polvo, parecía una pequeña duna, una playa calcinada por el sol artificial de mi monitor. Descubrí pequeñas huellas recién marcadas, las perseguí, se perdían por la O pero las encontraba después por entre la I y la K, señalaban hacia la J y de allí ya no había huellas.

Presioné esa tecla con un poco de miedo pero con algo de fuerza, escuché ese sonido, como si pisara a una rata, y aquella cosa corrió, yo sólo la perseguí con la lupa un buen rato, lo suficiente para tenerle una descripción: tenía diminutas escamas como si fuesen formadas por la mugre; tenía muy pocos pelos, cortos y chamuscados; ¿pies? a lo mejor seis, no sé bien, todos tenían ampollas; tenía bastantes trocitos de, creo yo, sal brillante, quizá eran sus ojos.

Así fue, pues, que la iba correteando. Se estacionaba debajo de una tecla y yo la presionaba con fuerza para espavilarla, había momentos en que no salía y tenía que insistir pulsando de nuevo, en cada apretón el sonido chirriante que comenzaba a excitarme. Sentía que era como un Dios, uno verdadero y castigador, sentía que su chillido eran súplicas que yo ignoraba, no tenían importancia, él había provocado mi enfado, porque me asustó, nunca procuró tener un contacto amigable, sólo se escondía y me lanzaba ese maldito chillido.

Corría a través de este laberinto interminable. Debo admitir que tenía un poco de inteligencia -quizá era un lector ideal de todo lo que escribía, tal vez reconocía cada pulsación y se entretenía leyendo-: corría hacia la izquierda tratando de resolver la salida, seguido llegaba a Ctrl y de allí chillaba con aún más tristeza de no liberarse; recordé al minotauro, a su llanto.

Me detuve, observé todo lo que había rascado. Las pequeñas dunas habían perdido ese peculiar encanto que sólo podía revelarse con la lupa. Dejé de atormentarla un poco para observar detenidamente su tan limitada ciudad debajo de mi teclado. La zona verde profundo era en realidad una minúscula selva formada de musgo seco y cabellos que simulaban ser lianas; la café, eran pedruscos de galleta y cutículas amontonadas, era la zona más alta y rocosa -míticas montañas sagradas-. Así fui poco a poco maravillándome de tan característicos paisajes ahora destruidos por mi saña. Sentí un poco de pena, casi tristeza.

Mientras me afligía, me concentré en determinar qué paisaje sería aquel que circundaba la tecla Ctrl, la rojiza. No encontraba nada sorprendente, solo macilla más fina del mismo color. Rasqué hasta muy abajo de la tecla hasta jalar un pequeño montón de piedra. Enfoque más la lupa hasta encajar una terrible imagen en mi pecho, era una fracción de esqueleto aberrante parecido al de aquél en vida -la monstruosidad nunca tiene tamaño-.

Ya exaltado, busqué de nuevo aquella criatura. Presionaba con casi toda la palma el teclado y muy pronto se avivó la inusual figura. Esta vez arremetí a matar con los dedos índices. Esta extraña cosa se había hecho de energía insólita y escapaba como gacela sorprendida.

Llegó, como era de esperarse, a la tecla Ctrl. Esta vez le daría una salida: la muerte. Di un puñetazo tan insensato a esta parte de mi computadora, que la tecla se desprendió y la perdí de vista, se apagó todo el equipo. En su hueco, estaba aquel insecto infernal muriendo, rompí todos sus huesos como si fuese una cucaracha que crujía en mis manos, como una hoja seca o una galleta salada.

II

Entregué mi trabajo. No sé cuándo lo guardé, pero estaba en mi memoria, lo imprimí en la escuela. Sus signos, perfectamente bien escritos, sin caracteres de más, no delataron ninguna extrañeza.

Regalé mi computadora a un amigo, dice que no está tan sucia y que funciona perfectamente bien. Le creo, y me arrepiento de lo que hice.

-Omar Tiscareño-

24 de marzo de 2012

Tres Microcuentos

Los Vencidos

Sus dientes despostillados por tanto roer piedras; su melena como delgadísimos hilos de cobre oxidados por la hambruna del sol; sus garras: espolones mal atados, fastidiados de sólo caminar; y sus ojos: pedruscos de topacios castigados con la picazón del polvo.

El león corrió como siendo perseguido por la muerte, sin mucha prisa en realidad, y muy apenas acometió a su presa. La asesino con exito. La gacela ya había detectado a su persecutor, fingió ser despistada.

Así se extinguió la gacela y pronto se extinguirá el león.

Jugar Rayuela
para Mimí

"
Para jugar Rayuela, he seccionado mis recuerdos en etapas del uno al diez. Voy y vengo las veces que quiera, divirtiéndome como nunca porque puedo pisar segura sin que me duelan los pies"

"Me he enterado de que otros juegan de otra manera, que me han colocado en una de sus casillas; brincan pero no se alzan, enredan sus pies y rompen sus huesos. No los juzgo, yo también jugaba mal, olvidaba que en la vida uno va colocando sus casillas hacia adelante y que si se regresa no es para caer (ese no es el objetivo)."


 El altiplano

Cuando por fin llegué, me sentí tan logrado que lo único que quise fue bajar. Cuando bajé, ya todos habían muerto.

-Omar Tiscareño-


Mi recomendación: hay que tener mucho cuidado con el paso del tiempo

Gracias por leer

21 de marzo de 2012

El día

...Encontré a una mujer de la que me enamoraba, pero no recuerdo su descripción. Ella también se enamoraba de mí y nos casamos; no recuerdo qué sentía.
Todas las personas hablaban de algo, un hombre dijo una cosa sumamente interesante que revelaría todas las mentiras. Después yo dije algo que a todos exaltó: unos rieron, otros lloraron, no hubo nadie pensativo.

Había algo que me gustaba hacer, me sentía tan enérgico haciéndolo. A ella le fascinaba que lo hiciera con tanta exactitud. Después ella estaba haciendo otra cosa y no conseguía dejarla de ver. Me queda la sensación que aquello fue un regalo de la vida porque lloré, pero no tenía tristeza.

Miraba algo que jamás habrá, su estética era sumamente impresionante, no recuerdo si estaba en el mar o levitaba en el cielo o si surgía de la tierra o si se consumía como el fuego; yo le proferí más de diez adjetivos y ninguno era semjante a otro. Ella dijo que era colosal, extremadamente enorme, yo bajé un poco la mirada y dejé de verlo. Después lo cubrí con mis manos. No me incomodaba su imagen.

La veía a sus ojos, estaba a punto de hacerlo, ella reía un poco sin disimular su miedo. Estaba sucediendo, escurría luz por las rendijas -fuego derramado-, había nubes trancitando como ventarrones. Sentía su calor como si fuera aire tibio, quise tocarla pero no logré moverme, así entendí que no habría regreso. Ella extendió su mano derecha al frente, mordió un poco sus labios, irguió su espalda, alzó su frente. Estaba sucediendo...

-Omar Tisc

18 de marzo de 2012

Valientes

I El valiente vive hasta que otro más valiente quiera

II Cuando un valiente muere, nacen tres cobardes; cuando nace un valiente, mueren dos cobardes.

III Una multitud de cobardes (que realmente sean cobardes) jamás vencerá a un valiente (que realmente sea valiente)

IV El cobarde llora porque el valiente impone

V Si pelean dos valientes, ambos mueren y ganan; si pelean dos cobardes el valiente gana (y ríe).

VI Sólo Dios es el más valiente entre los valientes pero se esconde entre los cobardes (algo anda mal aquí).

VII.I (Hechos:) Una vez un valiente sintió compasión por un cobarde, entonces el cobarde murió.
VII.II (El equilibrio:) Había un cobarde que temía a la muerte, no dormía por preocupación. Un día lo asesinó un valiente -sin razón alguna- y éste no supo cómo ocurrió.

VIII (Más lúdico:) Amar es de valientes, querer es de cobardes.

IX.I Existe una congregación de cobardes -una empresa que simula vender valor- que reza al valiente, pero este los ignora.
IX.II Hay tratados en donde los valientes reparen a los cobardes y sus tierras para que estos los veneren.

X Si no existieran cobardes solamente habría valientes, si no existieran valientes solamente no habría valientes.

XI Los cobardes nunca cuestionan su existencia (además son felices): les ve tan mal que sólo así encuentran su razón de ser, están de acuerdo con ser miserables.

XII El valiente solo envejece por fuera, el tiempo no resquebraja los vacíos de su carne.

XIII

---¿Y si no hubiésemos nacido?
---No sé, no creo que ese sea el punto. Quizá tuvimos la oportunidad de elegir nuestra naturaleza.
---¿Y por qué elegiríamos está?
---Nunca he pensado en esas cosas.
---Tal vez no tenga importancia.

-Omar Tiscareño-

15 de marzo de 2012

La creación

Un día Dios estaba furioso, por eso decidió crear al hombre.

-Omar Tiscareño-

14 de marzo de 2012

Mónica

Seguido estoy en un lugar así, no sé cómo o por qué, con la mínima intención de amanecer pero esperando, por ejemplo, en la barra de un bar: entró una joven y se sentó cerca de mí -las luces cambiaron de intención-, era Mónica pero no era como ella.

--Te invito algo, lo que quieras- mi voz adquirió otra actitud: tan firme al hablar, tan seductor y eficaz.

Apenas aprendía a controlar el miedo, ya había yacido el sonido, ya se había fundido la gente con las sombras detrás de su pelo; había aprendido a calcular el tiempo, porque no era común: el conteo de los segundo es inducido por el cambio de posición de nuestras bocas -que se tocan- y se dilata cuando muerde mis comisuras; ahora tenía dominado el espacio, podría ser una playa oscura como la mágica Copacabana, podría ser en el misticismo del Ganges mojándonos las palabras, o podría ser el agua de cualquier lugar que se vaciaba a mi boca.

--También soy ilusionista- dijo tal y como lo esperaba, sin sentido lógico

--Lo sé, esa profesión me has conferido. También tienes una belleza abstracta e indecible, lucidez al fluir de las palabras. Tienes la innoble intención de excitar mi virilidad -esparces tus cabellos al decir que no-, manejas con soltura la certeza y sabes fracturarla a tu incumbencia-- pensé en decirte.

 Es ahí cuando me detengo, ya todo es falto de verdad: no puede ser que te conozca, es inaudito, es dislocar mis preceptos morales que se rigen de seriedad y apocamiento, es creer que puedo hablarte o que hay determinación en mí.

--¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Por qué careces de autonomía?- le pregunté.

Entonces sus ojos, del color de un diablo cobrizo, me miran como provocando un maleficio, uno real y absolutorio que me exalta de miedo, que esclarece esta sugestión hipnótica. Todo se destruye, el mundo se queda sin ti y tu vestido rojo que nunca noté cuando entraste, sin el parís de noche que nadie ordenó en la barra, sin el beso que no tuvo inicio ni fin para mi boca, sin la plática que me llevó a la confesión de tu oficio -del cual dudo sea verdadero-.

Cuando por fin hay luz, mis sencillos ojos cafés se derriten de tristeza por ya no estar en reposo, mi protagónico vuelve a ser el de un humano común -o poco menos que eso- y me quedó igual: insuficiente de audacia, sin ti, Mónica.

-Omar Tiscareño-

11 de marzo de 2012



(Cuando miro a los números, puedo leer tu nombre)

Cuidame de ti

10 de marzo de 2012

Hay mucha gente ya olvidada y otros más que estamos por ser olvidados

-Se me olvido algo
-¿qué?
-... 

Olvidé a alguien, quisiera recordarlo pero me da miedo.
Es decir,

podría sumergirme en esa laguna o levitar por el viento azul o  caminar por esas dunas de noche -buscar en mi memoria- y entonces encontrarlo ahí escondido
después le preguntaría

quién eres

y no me contestaría nada porque está construido estratégicamente para no ser recordado.

Así sucede con los personajes de mis sueños, cuando les quiero preguntar quiénes son, de dónde vienen o a dónde van mejor desaparecen.

Lo que exalta mi miedo es que, ya estando en ese lugar -que es hermoso y solitario, que es el olvido-, la pregunta sería

por qué te olvidé, por qué te has quedado ahí


entonces sería yo quien se desharía, porque destruiría el castillo de arena que edifiqué, o mejor: desenterraría lo que sepulté inconscientemente.

Pienso que el olvido entre personas es un producto de dos vertientes: el que olvida y el que es olvidado; el que está por ser olvidado no sólo es objeto paciente porque tiene un vinculo con quien olvida, porque permanece y la permanencia es existencia, el que está por ser olvidado desaparece cuando deja de insistir en quien olvida.

Tengo miedo, también, de que llegue al agua, o al viento o a la tierra y que no encuentre a nadie:

o que yo esté ahí buscando, solo buscando, y llegue alguien y me pregunte:

quién eres tú, por qué te has quedado ahí

de pronto dejaré de permanecer en aquél que no recuerdo, dejaremos de buscarnos, no tendremos nombre, desconoceremos nuestra existencia, ¿o será que realmente dejamos de existir un poco?

8 de marzo de 2012

De la vida que he aprendido a disfrutar

Tengo a una mujer que me gusta y quiero tanto, pero ella no igual; tengo amigos que aprecio, pero dudo que su amistad sea verdadera; tengo una hermanita que está muy lejos; tengo un idioma que no entiendo; tengo un primer apellido que no me quiere.

 
 Nada me impide ser feliz

7 de marzo de 2012

Yo no soy aquél


Yo no soy aquél poeta 
que se mojó en los calzones  
por meter mano en palabras húmedas 
y líquidas mientras soñaba.

Yo no soy aquél que te excita,
o que te sumerge en una lengua erecta
para que despiertes manchada
de los pecados que abrieron tus piernas.


Yo no soy la parvedad de un orgasmo
que se construyó de engaños
jamás convencidos de su pertinencia
ni la penetración dolorosa
o la perversión extramarital
o el himen avergonzado 
por olvidar tan pronto.


Yo no soy el fuego que habita
en la cavidad del entrepierna,
la llama color de la carne
que gotea cera derretida
del cirio prohibido.


Yo no soy aquél
que destrozó tus enaguas
e hirió tu sexo
y con tu sexo mi nombre.


Yo no soy aquél poeta
que se mojó en los calzones
por meter mano en palabras húmedas
y líquidas mientras soñaba
con la mujer de otro.


-Omar Tiscareño-

4 de marzo de 2012

Antípodas

¿Y si ya no regresa?

Imaginé que como ella es fuego y como en mis labios quedaron boceras de cenizas, entonces ella es una llamarada que se consume y resucita, no agotada sino auto-fulminada, como un terrible quemafuegos.

Esa palabra me gusta para ella: quemafuego.

Y yo que había jurado ahogarme entre su flama este día. Sí, ahogarme, porque era un fuego líquido -tantísimo erotismo-. Soñaba que me ahogaba en su saliva, que era tibia, y que su lengua entumecía mi boca con su lengua pez de hielo. Era una lluvia de besos, una mojalluvia.

Ella era magia, materia clara, una vez hizo que lloviera para arriba e inundó ese vacío que esa allá donde no se pisa. A veces me soplaba en las heridas, así me curó de los miedos. Olía a menta mascada, a semillas de limón chupado, o a caramelo quemado cuando no lavaba su boca. Su respiración en mi oído son corrientes de aire fresco, secretos que me hacen cosquillas, agua helada que toca mi espalda haciéndome propagar el granizo por mi cuerpo.

También le sopla a las piedras como tratando de animarlas. Un día encontramos una que ella creyó fruta disfrazada, la quiso masticar; rompió su muela cual roseta de maíz. Desde ese día entendimos que las piedras son peligrosas y que no se les debe de incitar la gracia. Por eso ahora, cuando jugamos a herirnos en el sexo, ya no roe mi pecho (piedra blanda) ni yo sus ojos (canicas de topacio).

Antier se fue. Le gusta ir al mar a hundirse hasta muy lejos, hervir el agua; soplarle al sol y refrescarlo, hacer que llueva agua de eucalipto; le gusta, sobre todo, despejarse de mí porque para mí ella es toda vanagloria. Voy siguiendo en mis impulsos un íntimo secreto, que ella conoce bien, es que no puedo tolerar que salga un fin de semana sin mí.

3 de marzo de 2012

Te regalo un beso y una araña (poema y FF)

     Un beso
Déjame lamer tus comisuras,
            pelliscar con mis dientes las paredes de tus labios,
            dejarte heridas como boceras.

Píntame de tu sabor con el sudor de los labios,
materia líquida  adherida a mi carne

Déjame mojar ese desierto coarteado
-tierra caliente que agrieta la sensasión-.

hala con tu hadeo mi alma
tu aire en mi boca son hilos
invisibles que anudan adentro

-Omar Tiscareño-

La araña
Se priva de su libertad. No sale de la esquina, ángulo estratégico de tres paredes para los cimientos. Su choza son palabras que se hicieron hilos, espera o aguarda estática como la piedra. Moscas viajeras enredan sus alas y las quiebran por el movimiento brusco de su intención de escapar. Estas desdichadas culpan a la araña pero son ellas quienes eligieron volar a lo prohibido.
El veneno de la araña -de las más peligrosas, de las ambiciosas que van tras cuerpos más grandes- puede ser curada. Se atiende, se trata con diligencia. Pasado el tiempo, la araña, vieja embustera, escupe saliva superflua y la sangre se hace inmune, la ponzoña da cosquillas en las venas.
La araña muere sola, enraizada en su propia tela. Pisa las trampas que procuró para otros, el hilo se distiende y se queda sin capital para invertir en carretes(porque las palabras no son suyas y las tiene que comprar). Yace envenenada de su propia saliva, mentiras húmedas que por no usarse inundaron sus pequeños pulmones. 
-Omar Tiscareño-