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25 de junio de 2013

soy todo bosque
de arboles enlamados
que crecen con la serenidad de un cedro.

soy todo furia incrustada
en el enjambre de la abeja,
en la picadura de su excitación.

soy el trueno agobiado
que parte las nubes mojadas
para que babeen la ciudad.

soy ahí y allá, pero no en todos lados
sino en cualquier lugar

omar tiscareño

16 de junio de 2013

Un relato alucinante


Bajo los terribles efectos de la maldad


En alguno de los ríos que rodean al Sahara, encontraron el cadáver -violado y  mutilado- de una mujer hermosa, pero eso no importa, lo que en este momento relataré, es lo primordial:

Me encontraba orando secretamente justo en el centro del desierto de Sonora, cuando alguien se acercó a mí y me dijo que a Ernesto le habían perforado los ojos con muchas espinas, "esto sólo puede ser obra de...", pensé. De pronto ya estábamos en el Ganges, Ernesto se lavaba con agua-ceniza las comisuras de sus párpados. Así sin ver, se acercó a mí y me ofreció de un tabaco extraño. Acepté. Nos sentamos y entre bocanadas de humo azul que comenzaban a perturbarme, comenzó a platicar lo sucedido:

No sé cómo sucedió, si todo iba tan bien. Habíamos encontrado fuegos que levitaban, que se arraigaban al viento. Encontramos nubes que deambulaban a la altura de nuestros ojos. Habíamos hallado lo irreal debajo de la sábana de la noche. No sé cómo lo hicimos, pero nos comprendimos. Descubrimos el amor. Inventamos juntos un poema:

Bajo los cuatro azules de la noche,
van nuestras lenguas surcando la cueva de las voces.

Yo soy agua, soy tu lluvia,
en mi cuerpo se desborda el río.
Yo soy piedra, soy dureza,
la medianía de mi cuerpo tiembla.

Somos hilos de suspiros,
corrientes de viento tibio.

Somos plasma que tirita,
el alma trémula incendiada.

Se alza el obelisco y llueve sobre él,
un grito, que es fuego y viento,
es una flecha que se dispara
hacia los cuatro azules de la noche.

Este relato es una metáfora de lo alucinante. Ernesto se drogó más de lo que pudo resistir. me miró deslumbrado por el opio y encontró en mi cuerpo todos los elementos de la tierra: encontró florecillas y tierra roja; aves pequeñas e insectos corroídos por la abyección de su mirada; encontró un nidal y piscis abrazados, hervidos por el viento; encontró humo en mi pubis, después agua seca en sus labios, luego todo lo demás. Matricida, Ernesto, eres un matricida.

Encontraron a Ernesto huyendo del Ganges, ya no se le ha vuelto a ver su madre. Sus dos acompañantes ahora son también testigos: violó y mutiló a su madre bajo los efectos de una droga fuerte, después se enterró en sus ojos los broches que había en el pelo de ella.

Omar Tiscareño


8 de junio de 2013

¡Cuánta exigencia para el acto íntimo!