Figuras III
Tenías el Maná entre tus piernas y se te cayó a mi boca.
Figuras IV
Seguro que cargo en mis labios los fuegos del terrible infierno: me besas
Omar Tiscareño
Y ya que hablamos del infierno, pongamos más sabrosón al averno para que al menos valga la pena vivir nuestra segunda residencia. Agárrate, mujer, ahí te va:
LAS LLAMAS DEL PARAÍSO
Nacemos del pecado,
nuestra medianía segrega
el jugo del fuego y del agua.
Mojamos al cuerpo por dentro,
nos contraemos hasta derramar.
Y dicen que es pecado
pero nunca han sabido
si se siente mal pecar así,
nunca han bebido agua de tu río.
Descubrimos nuestras mascaras
debajo de la piel,
máscaras originales y sinceras
máscaras que no se avergüenzan de ser
la representación del deseo.
Descubrimos la parte trasera
de nuestras máscaras.
Nacemos del pecado
y vivimos de regocijo:
vivamos cuanto pueda vivir
el endurecimiento
de nuestra alma creciente
vivamos hasta que se rompa el grito
vivamos con las uñas y los dientes del otro clavados
vivamos hasta tocar el punto que cosquillea los mares
vivamos hasta querer morirnos de tanta vida
una flor abre su puño
la lluvia cae en chorros y la refresca
los brazos se alargan
se hacen madejas de hilo suave
el rojo pierde su color de fuego
mientras que el agua se evapora
volvamos a perecer
y a regresar al infierno que nos corresponda.
Omar Tiscareño
28 de abril de 2013
8 de abril de 2013
Conozco
Nunca me has dicho que te fascina el ruido del mar, pero lo sé, porque a veces te acurrucas en mi estomago y escuchas la turbulencia de un mar encerrado; y ríes, y me hablas del mar tanto hasta salar tu boca.
Nunca me has dicho que el viento es tu amigo invisible, que juntos juegan a mecer los árboles: tú te recargas sosteniéndoles su único pie mientras que el otro tira de sus cabellos. No, nunca me lo has dicho, pero lo sé.
Si el agua arrastra con su paso débil nuestras lenguas y un quejido se inmutó en tu garganta, yo sé que lo guardas para el final en el que saldrá con furia y con pasividad tu esbozo, tan lleno de vida
y lo sé, Mónica, desconozco mucho, pero cada cosa que te conozco la aprecio y la callo porque la disfruto:
pero eso tú ya lo sabes.
Nunca me has dicho que el viento es tu amigo invisible, que juntos juegan a mecer los árboles: tú te recargas sosteniéndoles su único pie mientras que el otro tira de sus cabellos. No, nunca me lo has dicho, pero lo sé.
Si el agua arrastra con su paso débil nuestras lenguas y un quejido se inmutó en tu garganta, yo sé que lo guardas para el final en el que saldrá con furia y con pasividad tu esbozo, tan lleno de vida
y lo sé, Mónica, desconozco mucho, pero cada cosa que te conozco la aprecio y la callo porque la disfruto:
pero eso tú ya lo sabes.
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