Mónica volvió de un sueño viejo y te encontró adormecido, te palpó la espalda con sus manos frías para que despertaras, te estrujó con un beso que se inventó en ese instante y te silbó la sopa para calentarla y dartela de beber, pero tú no quisiste.
Mónica volvió en silencio y se metió en tu cama. Te besó sin labios. Tomó tus uñas y jugó a arrancarlas, desandó tus pasos y te perdonó, te contó las formas de sus sueños y te esperó para que lo hicieras también, pero tú no despertaste.
Mónica volvió para verte, caminó por la duna y se ahogo en el cielo con la lluvia de la mañana, te dijo que te quería y te regaló las flores de su soledad y la hierba de sus días, pero tú no la entendiste.
Mónica crece a tu costado, como un siamés, como una rama incrustada, y florece a veces en la noche; al abrir sus hojas, se escuchan cantos y repiques y el filo de una cuerda que agoniza, pero estas adormecido por el influjo del bostezo porque eres un títere de tu sombra.
Un día despertarás y la mirarás dormida tan lejos de ti, con un hueco toracico, no encontrarás la manera de reencontrarla en el sueño porque despertarás con la idea triste de querer vivir.