Soy un niño muy viejo que ya no supo ser un adulto:
Administrarme en los problemas serios,
llenar las minutas del desánimo,
reparar las máquinas alegóricas de la casa.
Aún así, me reinvento en la gracia pueril
de la despreocupación y el entretenimiento
porque soy como un juego de palabras,
un fuego de palabras.
Y porque quiero morir joven a los 90 años