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4 de diciembre de 2021

Los actos impuros IV (Orhan)

21 de abril - desde el dolor 


Cuando uno entra a este plano, dejan de importarle las cosas. La vida se desacelera. 

Recuerdo la audacia y la valentía que sentí delante de los turcos infieles. Recuerdo la magnificencia de mi espada corva, del resonar impotente de los gritos enemigos. Yo, un soldado iluminado del sol delante de los impíos, jamás sería derrotado. 

Pero discúlpame, Dios, si confieso que la fuente de donde emanaba mi valentía no era divina. Yo te amo por encima de todas las cosas, pero la casa del amor que había dejado en Unkapani seguía en su sitio, con la mujer amada. 

Sabes, Dios, que todos los bríos que habían recorrido mi juventud le pertenecían. Que había ardido en su amor por más de doce años, que me había convertido en humo y ceniza, que mi cuerpo era un solar donde cultivaba su fruto. 

Alguien que ama así, no puede morir tan fácilmente.  

Por eso, durante batalla, cuando recibí el primer mazazo en mi nuca, lo primero que sentí fue un deseo indescriptible de aferrarme a la vida. Mi cuerpo cayó a algunas zancadas de mi caballo y mi mente comprendió que mi cuerpo no estaba funcionando bien porque le ordené levantarse de prisa y no respondió. 

Me golpeó de nuevo, con la misma fuerza, en la frente. No puedo detallar el dolor. Resolví que al fin había encontrado la muerte. Lo miré directo a los ojos, le recargué todo el odio del mundo; le quise gritar, pero solo salió un resoplido y entendí que ya no tenía más rostro. 

Sentí un inmenso ardor en mi cráneo que se inflamó después por todo mi cuerpo hasta alcanzar a mi corazón. Descubrí que mi corazón aún no se rendía y que podría funcionar aún más a pesar de tener la cara trozada. Acepté mi derrota y me decidí a mantenerme vivo con el último objetivo de reencontrarme con Sirim. ¿Recuerdas, Dios mío, que te pedí solo eso? Te dije: está bien, te dejo Estambul, te otorgo todo el Imperio Otomano, pero devuélveme con ella, déjame morir con su gracia, no quiero que esto sea lo último que vea; déjame verla una última vez y hablarle y decirle que me arrepiento, que nunca debí alejarme de su lado; que reconstruiríamos la casa donde iniciamos a vivir... Me imaginé tantas cosas a su lado. 

Me dio otro mazazo, uno determinante porque ya no lo alcancé a ver ni a él ni a la luz de la vida, que debo admitirlo, es solo una mancha. 

Cuando estás de este lado, dejas de observar solo un punto. El lienzo se amplía eternamente y todo se desacelera. Es verdad, como decían los antiguos maestros: en tiempos divinos, somos menos que polvo. 

Sentí, de pronto, solo tranquilidad y paz. Me enajené de ella lo mismo que del mundo. No hay nada más liviano que apartarse de cualquier responsabilidad. No hay nada más sagrado que la alienación.

Dios, esta pequeña parte que vez en mí, ahora que soy una magnífica alma tuya, es parte de Sirim. Dime si es un acto de pureza presentarme así ante ti. 


...


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