🚗 _ 🚓🚓

30 de septiembre de 2016

Otro sueño: de alguna manera todo fue posible. Entonces estamos en su habitación, es un último piso, tiene un enorme balcón y muchas flores. Algunas de ellas tienen espinas. Vemos algunas películas, platicamos sobre tantas cosas, nos hacemos reír. La abrazo y respiro su cabello en ocasiones, pero luego la dejo por si se llega a incomodar. Ahh, las cosas son exactas: la distancia de nuestros cuerpos, los colores de su habitación, las vértices y las cuerdas de su cabello ondulado. Su voz es exacta. De alguna manera, todo fue posible.


Al respecto, no sé qué decir.

Se esconden

Tengo un sueño al que recurro cuando duermo con ansiedad -dormir con ansiedad: como si tal-.

Por lo regular, sueño que estoy trabajando con René, en el merendero San Marcos. Es temporada de Feria, hay trabajo excesivo. El sueño se presenta más bien como un recuerdo de cuando era un adolescente: soy el mesero más joven, el más torpe: no puedo cargar los portaviones con trece-catorce-quince caldos y tengo que hacer dos viajes hacia cocina, pierdo tiempo; no puedo cargar en una sola charola las botellas, los seis vasos, seis refrescos y los hielos, tengo que dar doble vuelta; no puedo recordar más de dos órdenes sin poder anotar: en la mesa 17 es eso, en la mesa 18 es esto y esto, en la 19 es esto y esto de esta manera con esto, debo detenerme a anotarlo todo, pierdo tiempo. Tengo prisa y no puedo correr; debo caminar rápido pero el lugar está congestionado, las personas me insisten, se están enfadando conmigo porque no tienen lo que me piden, porque lo que traje está a medias o porque se los traje mal. René inquisidor me presiona con su dedo ocular.

-René, me equivoqué en esto...- le digo, con su mirada y su desprecio me lo hace pagar caro.

En el sueño, que para nada dista de la realidad de esos años, estoy al borde de reventar. Carajo, estoy por todas partes haciendo tantas cosas y no cubro ni la mitad de lo que debería. Sueño que no puedo, no puedo, se me caen las cosas, René me mira, las personas se van sin pagarme, me faltó cobrar algo y lo tendré que pagar yo, me insisten en que lo que traje no era lo que pidieron, me tocó atender al importantísimo señor No Sé Quién y se está quejando, me robaron mi propina. No puedo.

Ayer lo soñé diferente. Ahora soy un adulto, estoy más preparado para atender a las personas -paréntesis: una vez paseaba con RosaLyn justo frente a ese merendero, me encontré a viejos amigos y nos entusiasmamos de vernos, me dijeron que había cambiado mucho, a RosaLyn le compartieron que cuando trabajaba ahí hasta tartamudeaba, lo dijeron como broma, pero en serio lo hacía, muchas personas me asustaban-.

En este último sueño soy un experto servil: tengo las cosas preparadas desde antes de que me las pidan; puedo cargar la charola de bar con una sola mano, alzarla hasta por encima de las cabezas con la yema de solo tres dedos y nada se me derrama; lo retengo todo, sé incluso qué están tomando cada uno de mis clientes, como lo toma, con qué, cada cuándo, soy el archilector de su consumo; René me pide que apoye a mis menores, que los instruya, me muestra su puño para que lo choque con el mío y pactemos una complicidad vasallesca. El trabajo es tan simple que lo hago con cada vez más calma, con exactitud felina.

Sin darme cuenta, poco a poco las personas están desapareciendo. Yo no me doy cuenta porque soy una maquinaria perfecta de la obediencia. Sirvo a un hombre, doy la vuelta y esa persona desaparece. Al poco tiempo, tengo que entregar una bebida y al mirar el comedor, descubro que es inmensamente amplio y que está vacío, ni siquiera están mis compañeros de trabajo, ni René ni nadie. Tengo una copa en la mano y no la he servido. La desesperación vuelve desde mi estómago y me constriñe. Sujeto la copa con tanta fuerza que está a punto de reventar.

7 de septiembre de 2016

breve ilusion

La ilusión se me presentó en el trabajo, en Internet, cuando encontré una ventana cerrada.

Se me presentó como Mónica, una joven vecina que se desnudaba en la casa de enfrente y no cerraba las cortinas para que la mirara. En la ilusión, yo era un hombre viejo y cansado que escribía desde un cuarto; me levantaba solamente para hacer compras, comer y defecar; interactuaba un poco con la gente, que no me repudiaba, para ellos, yo era un hombre seco y gris al que saludaban por conmiseración . El resplandor de la tarde se opacaba en la ventana y yo entraba en ansiedad porque quería ver que Mónica se desnudara como todas las noches.