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19 de junio de 2017

Con toda palabra



Me acerco al fuego que todo lo quema.
La luz de tu cara... La luz de tu cuerpo...

6 de junio de 2017

De idas, vueltas y desapariciones

Algún día te podré llamar... Morena se fue hace un mes o poco más y, lo peor de todo, es que no estoy entendiendo lo que significa que se haya ido. Es triste, a veces pasaban meses sin verla y apenas nos bastaba chatearnos algunas cosas o marcarnos escasos minutos para actualizar nuestros temas, lo de siempre: yo haciendo como que tengo algo dramático qué decirle y ella y la vida le van sobre ruedas, como mochila de niño de primaria, cargadita, pero en marcha. Morena se fue hace un mes o poco más y yo, ocupado, ya saben: con cada vez más cucharaditas de café en la taza y cada vez menos tiempo de leer o de escribir algo que no sea sobre las bestias políticas que (para qué te haces, Omar) me está gustando, pero Morena se fue, y no me había fijado hasta que lo dijo ella, en un mensajito que raya entre la nostalgia y la broma: Algún día te podré llamar y que coincidan nuestros tiempos? para que hables no sé qué, para que me cuentes... y luego explaya una lista de los temas con los que nos hemos intentado amarrar la atención, que si mi padre ya me perdonó, que como es vivir sólo en un departamento, que si el corazón de mi hermano aún es una granada, que si todavía sigo sin querer tener hijos y que si he podido dejar de pensar, aunque sea sólo un día, en la chica con la que siempre pienso. Morena se fue hace un lustro o quizá hace un minuto, tal vez ni siquiera se fue o fui yo el que se alejó. Y no me había dado cuenta, siempre soy el que habla más y es que con ella me desdoblo no me da pena ser. Morena se fue y ya sé que de todos modos vuelve, de alguna manera u otra nos tendremos que ver. 



Volvió de la nada.
Me envía un saludo y le contesto. Nos preguntamos que cómo estamos y nos decimos que nos da gusto que estemos bien. Somos educados, hasta eso. Dice que quiere arreglar problemas del pasado y que estoy en ellos. Me parece extraño, yo no creía que los tuviéramos. Durante mucho tiempo tuvimos una buena amistad y, para ser sinceros, no estoy muy seguro de por qué se perdió. Al principio, pensé que me pediría algo. Reviso el historial de nuestras conversaciones y solo se trata de que pueda ayudarla en algo. Luego de intentar desperezar nuestra platica de síes y noes, de frases cortas y protocolarias *así como lo dictan las buenas costumbres*, me dice ella que, punto y aparte, que si la puedo ayudar con algo que está haciendo. No quiero pensar mal. La escucharé cuando nos veamos.
Le platico que soñé que quería matarme por haber perdido una revista, pero no es cierto. En el sueño, ella sólo estaba molesta. 

Como el humo. No le contesto, pero lo pienso: desde luego que sí, todos los días, con ella crecí y creo que aún crezco. Sabes, no es broma que soy como un niño, lo digo por lo de estar de un lado a otro cargando con eso de querer y después ya no, de no saber si me muero de frío o si es más bien que tengo demasiado sueño o si ayer por las mañanas tanto miedo y ya es demasiado tarde. Evito pensar qué es lo que sucede, suelo practicar la supresión porque es cómodo y es barato emocionalmente, en serio, tan solo me cuesta torcer la cara y rechinar los dientes y, de ser necesario, abrir YouTube o páginas porno. La verdad es que casi nunca nada de lo que escribo es cierto o todo pasa en las más mínimas porciones, en las más mínimas unidades cuantificables, que perfectamente caben en este espacio. Su desaparición también es chiquita. Cualquiera que la busque la va encontrar porque su desaparición es chiquita, del tamaño de una lágrima, de la mandíbula de una hormiga, de un pixel. Tan chiquita que apenas cabe en el pensamiento de los días.