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20 de octubre de 2019

La página en blanco

Uno llega a casa con la comida en una sola bolsa, en una sola mano. Come y después de hacer nada, se tira a una moqueta a pensar en lo pequeños que son sus problemas y de cómo él cabe perfectamente en ellos. 

Como sea, uno está bien. Se encuentra solo y piensa "pues a hacer algo", y lee, subraya y cree que puede escribir sobre algo porque piensa que escribir es hacer, pero no escribe nada.

Lo leyó en un mensaje que le compartió un viejo amigo: sobre la ansiedad de sus muertos, la enfermedad de los vivos. dice que ahora escribe poderosamente, desde que sabe que va a morir. Uno piensa que esos sí son problemas que estremecen la piel; se reconoce triste cuando lo lee, no quisiera amistar nunca con ese sentimiento: una persecución invisible.

Aunque lo lee y lo relee, uno en verdad no sabe de lo que le hablan. No entiende lo que dicen sus amigos que van a morir por culpa de un visitante que llegó a su cuerpo.  Uno orina sin espuma; siente el amor como un corazón batiente; su sangre es limpia y se renueva después de los golpes; cuando respira, no escucha un chillido que le provoque la tos. No piensa en el hambre como algo que solía tener.

Y lo que se siente es tristeza de leer las mentes más tenaces, más incendiarias que escriben a partir del dolor.

Uno recuerda que solía escribir cuando adolecía de algo: de la casa, del hermano, de la mente.

Ahora piensa y espera que no suceda algo que lo haga escribir de nuevo, que permanezca en la página en blanco.

23 de septiembre de 2019

Quería decirte algo

Un día, poco antes de comer, Marco me telefoneó para decirme que había besado a Elizabeth.

-Oye, no lo vas a creer: besé a la Elizabeth en la boca, un beso como de cuarenta segundos...- fueron sus primeras palabras.

Marco no solía marcarme porque en realidad no éramos tan buenos amigos. Yo había dado por sentado que, luego de terminar la secundaria hace unas semanas, ya no lo volvería a ver. Estaba bien para mí ya no saber de nadie, a Marco y a cualquier otro compañero había dicho gracias y adiós.

-...me dijo "nos vemos en el parquecito azul"- continuó Marco-, pero que no me fuera a tardar porque solo iba a estar ahí unos minutos...- me platicaba con emoción y con júbilo, imaginaba por completo su sonrisa idiota.

Mientras Marco se explayaba, yo con el teléfono al cuello y sin decir nada, pensaba que con Elizabeth era distinto, a ella sí esperaba verla. Me hacía sentir que tenía un gusano enrollado en la garganta, por dentro. Palabras, palabras, palabras. Nunca hallé qué decirle a ella.

-...yo no sabía qué. Ni quería ir. Hasta pensé que le había hecho algo malo, ¡ah! porque, ¡espera! ¡no te lo conté! cuando me marcó al teléfono para decirme que nos viéramos... no lo vas a creer...-

Mi interés por Elizabeth surgió cuando un día coincidimos en el hospital. Fractura de mi hermano el torpe. Ella estaba en un módulo de espera al lado de nosotros. Nos encontramos con la mirada, pero no le dije nada y ella tampoco. Al poco rato, ella se acurrucó al brazo de su padre y comenzó a temblar como si hiciera mucho frío, pero en realidad no lo hacía. Tembló tanto y tanto hasta que la cargaron para pasar con el doctor.

-...me habló con una voz como chillona: "Soy Elizabeth, quería decirte que si vas a andar ocupado mañana", pero no inventes, yo dije "¿qué le hice?". Y ya, me dijo que nos viéramos en tal lado a tal hora y le dije que sí, pero sin muchas ganas...

Yo supuse que seguido ocurría lo de sus temblores y que por eso faltaba tanto a la escuela. Me intrigaba mucho Elizabeth, me hacía pensarla a diario, tanto así que un día soñé con ella: estábamos todo el grupo en un museo o algo parecido, había poca luz. Poco a poco la gente se fue hasta quedarnos solos. Me preguntó por la salida y no supe decirle, también me sentía desorientado. Ella me tomó de la mano y caminamos a tientas hasta hallar la salida. Cuando por fin hubo luz, miré su rostro y estaba esa mueca que hizo en el hospital, como si sonriera con mucho dolor. No me espanté y mi única inquietud al despertar era el desconocimiento hacia ella: ¿qué tienes, qué es lo que te duele cuando sonríes así, Elizabeth? Quería decirle y preguntarle tantas cosas y entonces me daba cuenta que no tuve el valor de hacerlo y que jamás tendría la oportunidad de nuevo.

-...ya en el parquecito azul, yo estaba en donde me dijo. Vi que entró corriendo y pensé "algo no está bien aquí, yo no quiero problemas", pero venía sola. Cuando llegó conmigo, yo sólo la saludé y ella se aventó hacia mí... ¡y me besó! Yo no sabía por qué estaba pasando, pero tú sabes, Elizabeth no está nada mal, eh, y no iba a desaprovechar eso que estaba ocurriendo. Yo la tomé por la cintura y poco a poco bajé la mano porque pensé que eso no iba a ser solo un beso ¡pero lo detuvo! y de la misma manera se fue, no me dijo nada, no me dijo ni adiós, fueron como cuarenta segundos... cuarenta o cuarenta y cinco, más o menos.

-Marco, tengo que comer. ¿Querías decirme algo?
-¿Qué dices? ¡Que besé a Elizabeth en la boca, te digo!
-Quiero decir, ¿querías contarme algo más? es que no tengo tiempo
-Bueno, no. Nada más eso.
-Entonces adiós- y le colgué así sin más.

¿Por qué me lo dijo? ¿Qué esperaba que hiciera con todo eso? Muy bien, Marco, ahora celebraremos por siempre este día, ¡eres grande! Besaste a Elizabeth durante cuarenta y cinco segundos, y la gente te recordará por eso, ¿Esperabas algo así, Marco? Además, fue ella quien te besó y tú no hiciste nada para que lo hiciera, te escogió a ti como habría sido cualquier otro idiota. Cualquier otro...

-La comida está servida, ya siéntate- me llamó mi madre
-¡No quiero nada! ¡No quiero nada de nadie!- y subí al cuarto.


Omar Tiscareño

25 de agosto de 2019

Usted puede ser mejor persona (o no)

Había días en los que no sabía ni qué. Y en lo que pasaba el tiempo, o yo pasaba a través del tiempo me sentaba a escribir en modo automático, con la intención de decir todas las palabras que me sé en una estructura más o menos organizada.

En veces había un arco y a veces era nada.

Justo ahora tengo en mente dos cosas que tal vez un día escriba:

1. Sobre el miedo de la imaginación. Esto trataría sobre un terror social e interior. Un pequeño thriller psicológico de constante autodestrucción imaginaria. Porque a veces es tan desesperante imaginar, pensar, y no poder detenerlo.

2. Sobre algo que titularía Coaching para personas que no quieren superarse. Una sátira de los asquerosos discursos de superación personal. Pensaría en el áurea mediócritas y en la mofa como motor. Incluso ya se me han ocurrido algunos temas y títulos, más o menos parto del humor negro de Enrique Ponce, Julio Torri (leí El fin de México y me desternillé) de Ibargüengoitia  (Sálvese quien pueda sería la base) y un mucho de Gil Gamés:

La felicidad está sobrevalorada,
Mañana procrastinamos
No evadas tus responsabilidades si son muchas, mejor ignóralas
Un primo mío era exitoso y de todos modos se murió,
Ser fracasado es fracasar,
Tal vez no me merezco lo que quiero y ya
El sacrificio es el mejor recurso de las personas que no sabemos hacer nada,


Tecleo con risa. Son frases de pesimismo, pero con el discurso del teaching y del not giving up, del obstinado perdedor que solemos ser:


"La clave del éxito está en el multitask, saber hacer dos o más cosas al tiempo te hace aprovechar más el día y recolectar más frutos (recuerda que lo que no aproveches en el día, otro más lo tomará).

"Comparto mis consejos que seguido no fallan: me lavo los dientes mientras me ducho, tecleo frente al monitor mientras hablo por teléfono, envío mensajes de texto mientras manejo, como helado cuando lloro, juego en el celular mientras orino la taza (lo cual implica un triple esfuerzo), cuento las hojas de los árboles mientras espero el autobús.

"No es fácil saber hacer dos o más cosas al tiempo. Es como multiplicarse hacia adentro. En caso de no poder, te recomiendo mejor no hacer nada, para no entorpecer ni una ni la otra actividad".


Sé que este tópico ya se ha usado mucho, pero quiero divertirme con eso. En fin, olvidé de que iba a ser esta entrada.

Corte

15 de agosto de 2019

Fall in love again - Adventure Time



I heard that you loved me
But only for two weeks
To be hopeless or not to be,
I'm weak with indecision
Could we begin again
On a terrible date
It would be greatly appreciated by me
I'll wear my normal shoes this time
Then maybe you'd like me
Better in the sunlight
If I built a raft
Will you stay with me then
And fall in love all over again

4 de agosto de 2019

De cómo perdí la vista

Para qué discutir sobre lo que seremos si aún no sabemos lo que somos
Granada. K.G.

Uno:

Crucé por todos los pidemontes al norte de Bisharrí cuando tenía 14 años. Me perdí entre las cordilleras y los altos cedros y ya nadie supo de mí, ni de mi nombre, y pocos fueron los que me buscaron durante algún breve tiempo.

Llegué al Bosque de los Cedros de Dios y encontré al loco que vivía ahí. Le lloré y le dije que estaba perdido y él me dijo que qué más daba. Le confesé que yo quería salir. Me preguntó que si ya había encontrado lo que perdí y yo no entendí que quería saber con eso: Yo había huido de casa porque estaba fúrico, recordaba el rechazo de los padres y padecía aún el dolor de perder al hermano único, ¿qué hacer ante tal desplome?

El loco me dijo que me quedara aquí y que tendría la alegría del olvido.

-Este es el Bosque de Dios, y ellos -dijo al colocar una palma sobre un cedro-, ellos son los hombres que le han orado durante cientos de años.

Agradecí sus palabras y viré. Yo no he querido ser nunca un árbol, siempre he querido ser un pájaro de largos tañidos.


Dos:

Yo no soy centinela ni de lo moral ni de lo inadmisible. El loco lo sabe, por eso puede andar desnudo delante de mí, o decir las cosas que dice sobre la gente. A veces quiero ser como el loco y decir las cosas que pienso desde lo más oscuro de mi corazón.

Algunas noches, cuando el loco finge no verme, simulo que lo hago: me desnudo y me coloco delante de los charcos y dejo caer mi Yo con estrépito.

No sé si soy una pequeña hoja que cae de un árbol seco o florido.

Tres:

A veces el loco desentierra los hombres dormidos que hay en las raíces de los Cedros de Dios. Hoy adopté uno, nos ponemos de frente para platicar:

-Hace cientos de años, tal vez muchos más, las contradicciones eran más fáciles de resolver. La fe era ciega y absoluta aunque el llamado del cielo también era mudo.

No entendí. Nunca he querido entender.
Le ofrecí arándanos y dátiles, le ofrecí rodear otros árboles lejanos al de su custodia.

-Mínima liviandad, compañera de mi cuerpo, ¿en dónde estás?

El loco le susurra que aún no es tiempo de volver, lo arrastra de la mano hasta su nicho. La mayoría de ellos, dice mientras rocía el cuerpo del hombre con tierra húmeda, duermen incompletos, intranquilos.

Esa noche soñé que los cedros crecían tan alto que alcanzaban al cielo con la última hoja de su altura.

Cuatro: 

"Había un poco más de gente conmigo, había consuelo y certidumbre", dice el loco sin mirarme, "ser feliz no era una tarea personal y tampoco difícil.

"Pero ahora vivo solo, entre gente que duerme entre raíces y sueña que hace cosas buenas, a nadie le rinden explicaciones sobre sus actos y aún así se sienten bendecidos.

"Pero yo no me siento solo, ni me siento rodeado de gente que se equivoca.

"¿a quién le debemos la inexorable libertad de aceptar nuestro destino o de eludirlo?".


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25 de junio de 2019

(Apuntes X) Sobre la tranquilidad

Se escuchó como si algo reventara y entró así de golpe, sin anunciarse, sin pedirle permiso a nadie.

Tenía astas, pero no mugía. Era bípedo, pero no tenía pies. Si tenía extremidades en el torso, no logré  vérselas. Hubiera bastado decir que era demoníaco, lucía violento y que entró a la casa.

Ilá sacó garras y mostró los dientes, esa expresión defensiva lo mantuvo bajo el marco de la puerta. Yo, por otra parte, me acerqué despacio al buró para sacar la nueve. Sea lo que sea, si se acerca, le haré hoyos en la cara, pensé. Tenía cara.

Aquello dio un paso. Cargué. En su segundo movimiento, Ilá se le arrojó como un tren a lo que podría ser su abdomen. Le arrancó un trozo. Sí, era de carne, olía a carne. Su segunda dentellada fue hacia la cara, luego ya no tenía cara. Eso abanicó un par de cornadas, nada que lo salvara.

Es suficiente, Ila, dije, pero no hizo caso. Lo masticó hasta desentender su figura de por sí aberrante. Esto tardó en morir y lo hizo con dolor: dio tres resoplidos largos y uno débil.

Guardé los restos en bolsas negras y los tiré al depósito; más adelante me enteraría de que esto no es lo correcto, pero que da igual.

Las siguientes noches, Ilá durmió a mi lado, bajo mis brazos. Acariciaba su pelaje y le repetía “No temas, no temas; nada nos hará daño”, hasta que dejaba de temblar.


Omar Tiscareño

18 de junio de 2019

17 de junio de 2019

Parece terrible quedarse soltero

Es difícil de creer, pero a veces llega un momento del día en que A. y yo no sabemos qué más hacer. Las primeras horas las desgastamos en decirnos qué hemos estado haciendo este tiempo: que ya va a terminar la primaria, que si a mi chica aún le gustan o no los gatos, que si es verdad que se nota que A. ya ha crecido tres punto cinco centímetros más que la última vez, "Un día serás como ese árbol de allá", le digo.

Después de hablarnos y de testearnos los juegos que nos inventamos, llega un punto del día en el que ya no sabemos qué más podríamos hacer. Nos tiramos al sofá, ella se acurruca en mi estómago y nos hacemos autómatas que ven el televisor: una terrible serie que trata de sirenas. Pienso: el cabello de A. mide más de medio metro, seguro que sí.

A. estira la mano y toma un libro de los que están frente al sillón y pregunta si éste ya lo leí. Le digo que no. Médico rural y otros relatos pequeños. Intenta leerlo:

-Propósitos. Superar el abatimiento debería ser fácil... ¿qué es abatimiento?- pregunta luego de una lectura lenta y pausada.
-Déjame ver...

Tomo el libro que me muestra y ella regresa de nuevo al lugar en mi panza que siempre hay para ella. Es verdad, hay relatos cortos. Este, "Propósitos", trata de lo sufrible que es simular que no te afecta la gente; que saludas, sonríes, te comportas amable y lo soportas todo.

Leo otros tres relatos, el tercero se llama "La desgracia de los solteros" y comienza así: "parece terrible quedarse soltero". Más adelante dice: "Y cuando se llega a viejo, suplicar una invitación, intentando mantener la dignidad, cada vez que se quiere pasar una velada en compañía de otros... Traerse la cena a casa en una sola mano, tener que maravillarse de los niños de los demás y no tener que repetir siempre 'Yo no tengo hijos'".

Pausa dramática: yo no tengo hijos. De hecho, A. no es mi hija y tampoco mi hermana menor. Su madre sí que podría decirse ser mi hermana: vivimos más de una década juntos, baja la misma casa, dividimos el poco alimento durante muchos años, pero entonces ella ramificó su vida hacia otros lados y se dedicó a otras cosas, por ejemplo a crear a una bebé, nombrarla A. y traerla, ahora de niña, de visita para dejarla toda la tarde, a veces días enteros.

Yo no veo en A. la figura de la hermana menor que no tuve, tampoco de la hija que aún no tengo, y cuando a veces hasta sin notar enrollo los dedos en su cabello, pienso también en que se parece al de su madre cuando ella y yo éramos niños. Cómo no decirlo si sus cabellos son tan largos como esos días con hambre.

A. tampoco me mira como un hermano mayor, o tal vez sí, no lo sé, pero definitivamente no como un padre, tiene el suyo. Yo creo que me ve más bien como un amigo porque a veces me habla de las cosas que le dicen sus padres de por qué la regañan "¡es injusto!", y ni siquiera espera mi aprobación como adulto, sino sólo ser escuchada sin que la regañen, sin que la corrijan.

En fin, yo no tengo hijos, tengo libros; tampoco mi novia los tiene, ella tiene gatos, y tal vez un día haya alguien que lea y acaricie un gato a la vez, sería lindo. Pero hasta ahora no me había sentido insuficiente o sobajado por eso, por que los hijos de mis hermanos o de los amigos me vean como su amigo y me platiquen cosas que no quieren contarle a sus padres y sí a un adulto que no los vea como idiotas porque de alguna manera, si quieres incluso patética, algunos solteros somos los niños más grandes para ellos.

Bueno: fin de la pausa dramática. Cierro el libro, sólo tres relatos cortos leídos y me parece excelente, así es Kafka.

-¡Ah, abatimiento me dijiste! Es como cuando...

Intento explicarle, pero A. está ahora dormida, no me iba a esperar a que terminara mis sinsentidos. Ella está cómoda y la verdad es que yo también, sólo apago el televisor porque esa teleserie de sirenas felices que a A. le gusta ver está como para prenderle fuego y barrer las cenizas.

Pienso: "está bien, dormimos una hora y después la regreso a su casa, antes de que anochezca".

Dormimos tres horas al hilo.

2 de junio de 2019

Ella es tan joven

Hace tiempo que no veíamos a Laura en el salón de baile, pero, dijo ella, nunca está mal intentar otra vez. "Y mira a quién se lo dices, Laurita", le contestó una de nosotras.

Nos acomodamos el pelo, retocamos nuestras caras y nos deseamos buena suerte; con sinceridad, sí, pero con más ganas de ser una misma la que se lleve la fortuna puesta sobre la mesa.

Laura apuró rápido los primeros tres tragos, bailó sola un par de veces y casi nunca dejó de sonreír. Aún así, no logró conversar con nadie. "Si se tratara de devoción, Laurita ya habría salido", dijo una.

El último trago lo extendió hasta que la noche abrió bien sus fauces. A ella como a nadie la revestían las ilusiones.

Antes de irse, echó un vistazo alrededor: quedaban algunas personas en el salón, la mayoría mujeres de nuestra edad. Dio los adioses y se encaminó a la salida.

Un hombre la abordó poco antes de que se fuera, nos inclinamos de frente para avistarle bien el rostro.

"A ese no lo conozco", "es nuevo", "viene con los de allá", dijimos entre nosotras.

Un hombre sucio y descolorido. Conversaron un poco. En la mirada de ella, esa amenaza que no cuajaba jamás en el acto. Al poco tiempo, igual se fue sola.

Sirvieron las últimas copas, bebimos rápidamente. Nos persiguió entonces el tema de Laura. "Estuvo tan cerca", así lo dijo una, "siendo ella tan joven", dijo otra. Nadie lo iba a decir, pero teníamos entre nuestras manos un caso que sabíamos de antemano perdido.

Salimos del salón hasta después del cierre. Afuera, como un expediente rutinario, nos despedimos sólo por costumbre.


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22 de mayo de 2019

Un rostro

Aunque soy corto de vista, la reconocí de lejos, le alcé la mano para que me viera. Poco a poco aclaré  su rostro: ese gesto que llevamos las personas que no hallamos tibieza. En fin, es necesario tener una cara y la suya siempre es sincera.

-¿Qué haremos? -le pregunté, con esa actitud que a veces adoptamos, la de ser hojas caídas. 
-Justo ahora no tengo ganas de nada

Estamos sentados de frente a un muro y bajo un cielo sin protesta. Yo persigo algunas cosas con la mirada: lo gris del pavimento, el débil verdor de un árbol, el naranja de los ladrillos gastados que están en la pared. Y pienso ¿qué color tiene el mundo a través de sus ojos? Mi cuerpo se templa cuando lo creo saber.


6 de mayo de 2019

No ocultaré que se trata de mí

Que aún es nula tu aportación. Que has explorado mucho y aún no has encontrado ni tu propia voz ni tu propio estilo, y que solo has ahondado en la introspección con una presunta sinceridad cruel que a veces temes compartir -la vergüenza mata al arte, pero eres un impúdico sin talento.

Que no has comprendido el tema de la locura, que no describes bien la culpa; y dices “no puedo escribir de otra manera más que siendo yo y siendo honesto”. Y te repites con una abulia más bien soporífera antes que hipnótica.

Lo piensas como un manifiesto personal: la próxima vez que escribas, procura no ocultar que se trata de ti y dilo así, solo así:

Uno: de provocarse el llanto

Pensé en mi pareja como en la novela de Goldman: una lengua húmeda y salada la envolvía con violencia, que la engullía para después regurgitarla sin vida. Y me pregunto “por qué tengo que pensar en eso? Por qué a veces hago de la felicidad un ápice que me incomoda”. Es porque a diario lidio con mi imaginación, a veces me resulto incluso simpático y a veces tormentoso, como cuando ocurre la auto inmolación. Adoro verla en mis fotos, ¿por qué tengo que pensar en esto?

Dos: el ajuste de cuentas

Digo que es un sueño porque me da vergüenza admitir que lo imaginé a conciencia: estamos mi familia y yo en el auto, vamos a unos ciento veinte o ciento treinta; morimos todos. Ella lo lee en las noticias y aunque no le da gracia, se siente satisfecha con la vida, lo agradece.

Tres:

Mañana iré a correr. Me afeitaré la barba. Lavaré el auto. Haré tareas. Saldré a un concierto. Planificaré clases para los días siguientes. Eso, más lo que resulte.

4 de mayo de 2019

Paseo en Kayak

-¿Ves allá a lo lejos, donde se ve una pequeña isla?
-sí
-La gente se muere por llegar ahí. Paga boletos por miles de pesos para subir a un crucero que les ofrece variedad, servicio de bar y explicación de los guías. ¿sabes cuánto se tardan en llegar?
-no, ni idea
-cerca de dos horas y media. Fíjate, nosotros tenemos ya casi 30 minutos aquí, y ve la playa, se ve lejos ¿verdad?
-sí, algo lejos
-pues pienso que en este kayak así como vamos de rápido, podríamos llegar fácilmente en una hora, pasear un rato en la isla y regresar. Es un pequeño paraíso. Hay tortugas marinas, hay delfines... en fin
-suena bien. ¿has estado ahí?
-no, pero sé que eso hay
-¿podemos ir?
-¿ahorita? no, no podemos hacerlo. el paseo sólo dura una hora, de hecho ya tenemos que volver a regresar el equipo.
-¿no es tuyo el kayak?
-no, hermano ¡qué va! son del hotel de enfrente de donde salimos. Yo soy mesero, me pagan un extra para remar con la gente, todavía no tienen personal para esto, los paseos son cosa nueva.
-podemos ir y regresar en menos de dos horas; les dices que me caí y que batallaste en ayudarme
-que tardé más de una hora en regresarte al kayak? no me creerían.
-dices que era un tremendo idiota con miedo al agua
-ajá, que pagó para estar en medio del mar donde no hay nada ni nadie. No me creerían.
-por qué no, así de idiota sería. O que me desmayé por el calor, que remar tú solo te tomó más tiempo
-yo solo hago la media hora. No es muy difícil. Sabes qué sí me creerían: que me robaste el kayak
-¿cómo?
-sí, podrías hacerlo, ¿por qué no? vienes sólo, ¿no?
-sí
-no estás hospedado en el hotel, ¿verdad?
-no
-si me tiras al agua, nadar me tomaría más de una hora, no creas que soy buen nadador. Tú podrías ir, pasarte el rato allá y regresarte cuando quisieras.
-me estarían buscando con el kayak
-tíralo donde quieras, te regresas en una lancha por 40 pesos, dices que perdiste el crucero
-ya me habrías denunciado para entonces
-y cómo demonios te encuentran, es temporada alta, hermano: mexicano, moreno, gordito con short negro, hoy he visto cien así.
-te correrían por perder el kayak
-Es un hotel 5 estrellas, un kayak es un pelo de gato para ellos. Además, es un robo, no negligencia mía. De hecho sería negligencia suya: ¡ni siquiera te pidieron identificación!

El hombre gira para ver a los ojos del guía, que está en el espacio trasero: es más joven y mucho más delgado que él.

-Sabes, de hecho le harías un gran favor a quien encuentre el kayak, uno como este cuesta cerca de doce mil pesos, sin exagerar.
-¿lo dices en serio?
-hermano, en el centro de la ciudad hay cientos de camaradas vendiendo equipos como este y ve, así de negligentes los del hotel: no tienen ni estampa ni rótulo.

El guía reposa semi recostado con las manos cruzadas en su nuca. El hombre mira a los lados, apenas logra distinguir la figura de algunos botes que cruzan a lo lejos.

-Es hora de volver, hermano, tengo que entregar el equipo.

El hombre gira por completo para estar de frente al guía. Expulsa un largo suspiro. A espaldas del guía, una imagen borrosa de la pequeña isla.

-Mira, se ve tan cerca la isla que dices.

El guía gira el cuello para ver un horizonte cada vez más difuso.


Ort


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Fui de vacaciones con mi novia para descansar, para no pensar en nada y pues bueno, paseé en kayak con una persona muy agradable que le tocó (tal vez) morir en mi imaginación. El kayak sí está a ese precio, ya lo googleé.

No has cambiado en nada

I
Camino hacia el sur-oeste del país. La idea era encontrarme con Valenzuela en Xalapa, viajar a la montaña nevada de Orizaba y después bajarla para acampar, pero ella tenía otros planes, aunque no me los hacía saber.

Durante mi viaje a Xalapa, tuve mucho tiempo para pensar tonterías: que alguien me perseguía para atracarme porque se dio cuenta de que viajaba solo; que no descendía en el lugar correcto y me perdía en algún punto de la Huasteca; que moría de la manera que fuera. Luego de más preocupaciones absurdas, pensé en un cuento que más adelante escribiría, se trataba, de alguna manera, de mí, del tema que nunca quiero hablar con nadie, de ese tema que me tiene preso.

La idea era que Valenzuela y yo, de camino a la punta nevada, habláramos e hiciéramos cosas juntos como desde hace años ya no lo habíamos hecho (la conocí hace seis o siete años, en una etapa intensa de nuestras vidas, recuerdo que la noche era un perfume nuevo). Caminaríamos con un grupo de desconocidos hacia la parte más alta que se nos permitiera llegar, ella planeaba hacer algo muy peculiar que había planificado desde hace años -ella, siempre enérgica-, yo no tenía claro que hacer por mi cuenta, pero quería estar ahí, en el lugar más alto del país. Tal vez gritaría con furor.

Valenzuela me recibió en la estación de autobuses, El tiempo no te hace nada, me dijo, le contesté que no es cierto, Estás idéntico, hasta usas la misma ropa y tienes esa cara boba de no saber qué onda. Luego de pequeñas pláticas sobre el reencuentro, visitamos un parque en el que solíamos fumar, ahí me platicó que las cosas no iban bien para ella y que era posible que cambiaran nuestros planes, pero que no me preocupara; ella no lo diría como lo digo yo: Estábamos otra vez juntos y es lo que importa, si me oyera decir eso, se reiría hasta caer. 

Por la noche, Valenzuela me presentó a su novio, fingí que sabía de él por primera vez; después de cenar, visitamos un bar del que sólo recuerdo la suciedad y el olor húmedo de las paredes. Nos emborrachamos. Ella no paraba de hablar de sí. Él se sobre esforzaba por simpatizar conmigo. Al final, poco antes de cerrar el bar, el dueño me explicó sobre la violencia que había en la ciudad. Al fondo, cerca de los baños, Valenzuela y su novio discutían con intensidad, Oye, ¿y qué les pasa?, preguntó el dueño, Es algo de meses, le contesté, Pues que le sigan en sus casas. Y como si fuera una orden, así fue.

Dormí en la casa del novio. Poco antes, me ofreció fumar hierba, negué; le aconsejé que era una pésima idea consumir su propio producto. Antes de eso, al instalarme en la habitación que me ofreció, escribí el cuento que tenía en mente desde el autobús: es una persona que está huyendo, no importa qué ha hecho, no debe detenerse jamás; se acostumbró al cambio constante de su espacio y de su cuerpo; aprendió a desmentir las cosas de sí, a negarlo todo; luego de años de transfiguración, encontró a un hombre que desconocía por completo, ¿Tú quién eres?, preguntó, No has cambiado nada, contestó, luego le disparó. Mucho que pulir, pensé, luego recordé por qué hacía este viaje. Me sentí amenazado, no podré huir jamás. Recostado, puse la cara en la pared, luego dormí.

II
La idea era que Valenzuela y yo iniciaríamos desde temprano nuestro recorrido a la montaña nevada. Viajaríamos en su auto. Nos uniríamos a un grupo de alpinistas. Nos dirían qué hacer, de qué cuidarnos, qué evitar. El tiempo en subir dependería de nosotros y de los otros también inexpertos. La vista en el ocaso sería algo que no podríamos olvidar: el cielo níveo, el azul confundido con el color de las montañas; la exhalación de ella saldría de su boca como palabras no dichas. La idea era tener mucho que decir después, sentirse pleno. 


Valenzuela me textea, son las explicaciones de por qué no iremos a Orizaba. Dice lamentarlo mucho, le digo que está bien, que el otro plan tampoco suena mal.

Iremos a unas dunas que conectan con una playa sucia.

ort
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continúa en el viaje poco planeado, soledad de las dunas. nado en un mar oscuro y violento. Valenzuela pelea con su chico








23 de abril de 2019

25 de marzo de 2019

Bueno en la obtución

Ernesto llega a casa, sube a su habitación y, luego de cerrar la puerta con fuerza, se echa a la cama y piensa: "¿que en qué soy bueno, que qué habilidades tengo?, y yo cómo chingados voy a saber eso"; pasado otro rato, encendió su consola y jugó hasta el anochecer.

En la escuela, Mónica lo fastidia cada que puede:

-¿Sabes por qué no has encontrado qué será? porque no eres bueno en nada
-Vete al carajo
-Eres vulgar, eres grosero y eres ignorante.
-¿y qué te importa, eh?
-Pues nada, pero me caes bien. Mira, apunta esto en tu tarea "Soy un perfecto obtuso"
-¿y qué mierda es eso?
-Tú escríbelo, ya verás- soltó una risita
-No te quieras pasar de lista conmigo
-Es en serio, de verdad, significa que eres bueno en muchas cosas, por lo general, pero no una en especial. Como que abarcas mucho, que te adaptas a todo, pues- explicó, y sonrió de nuevo con travesura.

Ernesto rió también, fue una sonrisa pícara y resolutiva. "Sí, obtuso, eso es", pensó para sí, "muy obtuso, soy más o menos bueno en el fut, pero no tanto como Hugo; igual en casi todas las clases, no soy un imbécil, no completamente, al menos no repruebo".

-Eh, pelmazo, ¿sigues aquí?- interrumpió Mónica- ya viene la maestra, escribe algo rápido.

Sacó pluma, papel y en cinco minutos plasmó todo lo que pensaba de sí: que a veces era bueno para la Física, pero sólo si le llamaba la atención; que cocina cuando sus padres no están, aunque no le guste mucho lo que hace. Tres párrafos con letra grande y doble interlineado le llenaron la hoja. Incluso le dio tiempo de releer lo escrito y sentirse más o menos orgulloso.

La maestra pidió que pasaran al frente a explicar sus habilidades. "Que mala suerte apellidarse con A", pensó, pero igual se sentía tranquilo. Pasaron Laura, Carlos y Verónica. La natación, la música y el atletismo; dos más y seguía Ernesto.

-Oye, Mónica- le susurró con fuerza- ¿cómo se dice de lo obtuso?
-¿qué?
-que cómo se dice de cuando eres obtuso, como atleta y atletismo
-ahh... se dice...- se rascó un poco la cabeza luego soltó- ¡obtución!, así ponle, o para obtuar- después giró el cuerpo para que no le viera la cara.

El turno de Ernesto. Se para el frente con la hoja en mano. "Y bien, Ernesto, ¿en qué eres bueno?". Primero echa el ojo a su hoja, el título lo escribió con rojo "Soy bueno en la obtución", luego alza la vista a todo el salón. Destaca Mónica que se tuerce de risa en su butaca sin que la mire la maestra. Vuelve la vista a la hoja, al título. "Maldita seas, Mónica", piensa. La maestra lo insta a continuar.

-Soy bueno para... engañar a las personas. Sé hacer que otros piensen cosas que en realidad no son- termina y se sienta, esconde la cabeza.

Tarea extra para Ernesto: dos planas de por qué está mal engañar a las personas. Mónica y otros seis compañeros se quedan con el pendiente de ubicar sus habilidades pues dijeron que aún no han identificado, que es difícil saber.


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Mientras hervía el café, porque no supe definir obtuso. De cuando Pablo puso en su currículum que era "ávido de aprender" sin saber qué era eso.


17 de marzo de 2019

Coadyuvantes


Pero la ausencia del sueño no es mi caso, a decir verdad. Ahora duermo bien, a veces hasta creo que sueño y despertar es agradable. Y pienso, planeo, le chito a aquello que parecía que no se iba a acabar jamás. Una conmoción que la mera verdad era invisible, pero a quién le ibas a creer si te dijeran "basta ya, te digo, basta ya".

En fin. En fon. Hiervo el café y lo sirvo también para Ilá. Nos disponemos a escribir como si de eso se tratara. No hay de otra, sabes.

De frente a la pantalla, uno se truena los nudillos de una mano y luego de la otra; se estira el cuello de un lado para el otro hasta hacer un crack que da miedo.

-Sobre qué- me pregunta ella
- Lo mismo: de la pasión y sus coadyuvantes.

A veces es del odio, otras de la misericordia.



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Escrito previo a un largo y soporífero ensayo sobre configuraciones organizativas según el criterio de departamentalización

27 de febrero de 2019

De la ribera inquieta y un río inmóvil

Uno:
De una irrealidad que apenas percibo, como si nada fuera cierto, que sí -Ya qué!-: estoy perdido en el tiempo.


Y me pregunto si es la edad adecuada para pensar en esto: moriré ...como cualquiera ¿Debería preocuparme por eso? ¿Tengo los años suficientes como para considerarlo importante? Preferiría admitirlo con excelente obviedad como solía hacerlo antes, cuando era un experto en recorrer el calendario: lo hacía tan bien, sin detenerme siquiera.

Dos:
De los seres que están perdidos en la memoria. Pobres de ellos, morir sin formato.

Y, bueno, en esta hora de las preocupaciones absurdas y los sinsentidos, Mónica: me aterra morir sin haberte cedido la tea para que alumbraras la penumbra que siga después de mí.

Si algo tendría sentido, si algo lo habría de resolver todo, sería por fin amarte, Mónica.

23 de febrero de 2019

De ovejas que gruñen de una en una en una

Me gusta escribir cifras numéricas, por ejemplo cuatrocientos treinta y tres. Lo mismo con los decimales, cuatro punto trescientos cuarenta y cuatro.

Lee esto:

Cuarenta y punto cuatro punto mil tres trescientos veinticien veces de litros de un metal onírico de...

Suficiente por hoy. Buenas noches

14 de febrero de 2019

Apuntes

IX Sobre el desvelo de las cosas ocultas

Mientras leo, Atha-Ilá ronda por la casa, de arriba abajo, de adentro a afuera. Olisquea esos huecos de la casa que ni siquiera sospecho que existen.

Doy vuelta a la página: Conrad habla sobre la verdad íntima que se esconde por suerte. Por suerte. Te lo debo a ti, Conrad, ocultar lo más puro en las hondas tinieblas, ahí en donde ni Atha-Ilá rastrearía así olfateara todos los días, en todos lados. Vuelta a la página.

Para el anochecer, Ilá ya estaba tendida en la alfombra, junto a mí. Los dos tirando bostezos mudos. Me hipnotiza sentir su respiración porque se mece en el viento con un aire cálido; me adormece su pelaje, hundiría mi cuerpo en ella. Sacudo el rostro: no es tiempo para dormir, pero descansa tú, Ilá, has estado muy activa. Voy a la cocina a preparar té. El cuerpo pesado, como si leer hubiera sido un largo sueño. Tal vez.

En la cocina está Maud otra vez. ¿Es en serio, Maud, es en serio? ¿de nuevo por aquí? ¿por dónde entras, con qué permiso?

De vez en vez, Maud llega de esta forma a la casa. Como la formación inmediata de las nubes. Pregunta cosas, me revisa. Me vaticina alguna enfermedad que tal vez ni exista y después se va luego de agotarme. Yo sé que quiere que le diga lo que pienso, pero justo ahora no pienso en nada. En nada. Pero si quiere, me esforzaré hasta expresar algunas palabras, aunque no tengan sentido, aunque solamente yo las entienda.

-...era un ejercicio desesperante, siempre me sentía perseguido por alguna cosa, ¿sabes?, algo que no podía definir: si era una persona, si era un pendiente que no había terminado, si era la culpa...

Maud me mira como si me entendiera de cabo a rabo, por completo, en excelencia. Como si decirlo fuera una repetición. Casi siento que su condescendencia me ofende.

-...y en ocasiones me siento bien librado, ¿sabes?, como si fuera un acróbata mortal, como si hubiera redes de seguridad al pie del acantilado. Me arrojo y lo sobrevuelo todo. Lo sobrevuelo...

No sé si es suficiente para Maud, nunca da la señal, ya sabes: un marcador discursivo, un chasquido de boca que dijera ¡por favor ya basta! ...por favor. Y desde siempre, desde que llega aquí con esta forma inesperada, me veo obligado a continuar porque también librarme de ella es un alivio.

-... lo peor de todo esto es que me reconozco en la lejanía, no me gusta para nada. Para nada. Porque sé que no se trata de mí, sé que yo estaré bien de alguna u otra manera, sin embargo...

Al decir lo último que digo, alzo la vista y Maud no está. Siempre olvida decir adiós o, cuando menos, gracias.

Hiervo el té. Lo sirvo. Regreso a la alfombra. Athá-Ilá me dice que si todo está bien, que me escuchó hablar. Le respondo que sí, que vuelva a su sueño. Tomo su oreja -un triángulo suave y terso- y la tuerzo con amabilidad. Ella la sacude como en automático. Ay, Ilá, qué no haría yo por ti.

Enfrento el sueño. Afuera, la luna es roja y el clima es de un azul que casi no reconozco.

omar tiscareño

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sobre lo muy hondo, lo muy oculto que tiene que ser expresado ante una voz en off. Y me siento libre, con una cadena al cuello que es eternamente larga. Conrad. Boris Vian y Melo.

5 de febrero de 2019

Nunca en nada

El señor Eliodoro ya no tiene la razón nunca en nada, y aun así no deja de opinar ni de defender lo que cree que es cierto. Todo el mundo se lo repetimos, con amabilidad, con molestia, con mofa: no, don Eli, no, así no es, usted esta mal, está equivocado, usted ya no sabe, no y no.
No lo haremos nunca entender, está casado consigo mismo.

Qué difícil de tratar es don Eliodoro, tan así que a veces guarda silencio sólo por contrariar.

Ort

29 de enero de 2019

Jab

Que va a llegar de una u otra manera; te tomará desprevenido. No te dará tiempo ni de cerrar los ojos ni de apretar los puños, o de guardar atrás de los dientes esas cosas que ya no quieres repetir.

Y estás aquí tumbado; quieto, furioso, con un color que apenas reconoces ¿es el azul el color de los que responden al llamado de nuestros miedos?

Es así la amenaza, un golpe de jab del que nadie te avisa: jab, jab, gancho. Y tú qué te crees el dueño de los sentimientos férreos, jab, jab; el del inconmensurable cinismo, jab, jab.

Que va a llegar de una manera, que te tomará desprevenido. Jab-jab; picoteo del pecho

23 de enero de 2019

De cómo perdí la vista

Para qué discutir sobre lo que seremos si aún no sabemos lo que somos
Granada. K.G.

Uno:

Crucé por todos los pidemontes al norte de Bisharrí cuando tenía 14 años. Me perdí entre las cordilleras y los altos cedros y ya nadie supo de mí, ni de mi nombre, y pocos fueron los que me buscaron durante algún breve tiempo.

Llegué al Bosque de los Cedros de Dios y encontré al loco que vivía ahí. Le lloré y le dije que estaba perdido y él me dijo que qué más daba. Le confesé que yo quería salir. Me preguntó que si ya había encontrado lo que perdí y yo no entendí que quería saber con eso: Yo había huido de casa porque estaba fúrico, recordaba el rechazo de los padres y padecía aún el dolor de perder al hermano único, ¿qué hacer ante tal desplome?

El loco me dijo que me quedara aquí y que tendría la alegría del olvido.

-Este es el Bosque de Dios, y ellos -dijo al colocar una palma sobre un cedro-, ellos son los hombres que le han orado durante cientos de años.

Agradecí sus palabras y viré. Yo no he querido ser nunca un árbol, siempre he querido ser un pájaro de largos tañidos.


Dos:

Yo no soy centinela ni de lo moral ni de lo inadmisible. El loco lo sabe, por eso puede andar desnudo delante de mí, o decir las cosas que dice sobre la gente. A veces quiero ser como el loco y decir las cosas que pienso desde lo más oscuro de mi corazón.

Algunas noches, cuando el loco finge no verme, simulo que lo hago: me desnudo y me coloco delante de los charcos y dejo caer mi Yo con estrépito.

No sé si soy una pequeña hoja que cae de un árbol seco o florido.

Tres:

A veces el loco desentierra los hombres dormidos que hay en las raíces de los Cedros de Dios. Hoy adopté uno, nos ponemos de frente para platicar:

-Hace cientos de años, tal vez muchos más, las contradicciones eran más fáciles de resolver. La fe era ciega y absoluta aunque el llamado del cielo también era mudo.

No entendí. Nunca he querido entender.
Le ofrecí arándanos y dátiles, le ofrecí rodear otros árboles lejanos al de su custodia.

-Mínima liviandad, compañera de mi cuerpo, ¿en dónde estás?

El loco le susurra que aún no es tiempo de volver, lo arrastra de la mano hasta su nicho. La mayoría de ellos, dice mientras rocía el cuerpo del hombre con tierra húmeda, duermen incompletos, intranquilos.

Esa noche soñé que los cedros crecían tan alto que alcanzaban al cielo con la última hoja de su altura.

Cuatro: 

"Había un poco más de gente conmigo, había consuelo y certidumbre", dice el loco, "ser feliz no era una tarea personal y tampoco difícil.

"Pero ahora vivo solo, entre gente que duerme entre raíces y sueña que hace cosas buenas, a nadie le rinden explicaciones sobre sus actos y aún así se sienten bendecidos.

"Pero yo no me siento solo, ni me siento rodeado de gente que se equivoca.

"¿a quién le debemos la inexorable libertad de aceptar nuestro destino o de eludirlo?".





Amœnus

Recuerdo las mañanas colmadas de un aire cálido, del tacto rosa que se dejaba caer como hojas de jacaranda; su abdomen horizontal; mis ojos habituados a los suyos, al diario desgaste de la compañía.

-¿qué escuchas?
-un pájaro, las hojas de este, ese y ese árbol, la gente, otro pájaro, una música lejana.

El movimiento tranquilo de nuestros labios que se agazapan, de peces que hierven en el viento.

22 de enero de 2019

Asta

Un ser con astas que teme la embestida
que rehusa su cornada

Pisa la orilla de un río largo y quieto,
y sorbe

Mira los peces que juegan a una persecución invisible
Y la danza es ágil e intrépida
como el movimiento de los pájaros
o de otro animal que no se detiene cuando es sorprendido 


ort

5 de enero de 2019

Que tiene algo de alegre tu compañía,


y que en otras formas como lo imagino,
es parecido al temple
de esos volcanes que viven en islas pequeñas

3 de enero de 2019

Saliva

Luego de besarlo, lo único que pensó es en que Ernesto tiene la saliva espesa y amarga, y tuvo que contenerse la náusea cuando ella tragó su propia baba. Él quiso continuar el beso que Alicia interrumpió, pero lo rechazó como ya lo había rechazado varías veces atrás.

Le pregunta que qué pasa y ella contesta que nada. Alicia dice algunas palabras que no tienen nada que ver con que se hayan alejado de los demás y que intentaran besarse. Da un gesto amable y se retira. Fuera de la casa donde era la fiesta, no deja de pensar en el error que fue besarlo.

Esa noche, Alicia sueña que nada la detiene y el beso fluye como si estuviera en el agua. Sueña que sus brazos se enredan en un nudo sincero. Se imagina inquieta y deseosa por desnudarlo. Lo besa del cuello al pecho, desabotona su camisa de arriba a abajo; desfunda la ebilla de su cinturón y luego rompe el botón de su pantalón para abrirse paso a lo demás.

Alicia despierta molesta consigo misma. No deja de pensar en lo espesa y amarga de su saliva.

ort

Reto del cuento con cuatro párrafos, personaje femenino, el tema de la culpa