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31 de marzo de 2018

Negrín

A veces surge en la noche, de los cajones vacíos, del viento frío afuera de la ventana o de las pequeñas y sencillas hojas congeladas; despierta con hambre y con el enfado de un niño que busca que romper. Se proyecta como en celuloide: inicia con la sensación de un diente helado y recorre poco a poco el cuerpo con la misma incomodidad de la cosquilla, es ahí cuando se concibe la tabula y se repiten las cosas nunca escritas:

uno: que era un gran inventor y que estaba solo en una isla donde no quería ser encontrado

qué aburrido hubiera sido ser como los demás; Negrín nunca permitió la nitidez de las cosas, desenfocaba hasta el borde en donde casi se desentendían los objetos, luego jugaba con ellos. Negro-Negrín era un artista del juego, cualquier objeto visible o manipulable provocaba la risa con mínimos ajustes: las hojas de los árboles mudaban en pájaros y las piedras en edificaciones conclusas.

Negrín, el artista de las transmutaciones, de los artefactos hechizos e incomprendidos.



dos: que a nadie le pedíamos perdón, nunca quisimos hacerlo

Acontecía que una nube oscura se alzaba del suelo y poseía a Negrín. Le hacía doblar las piernas y los brazos en contorciones arriesgadas; le hacía cambiar su lenguaje a uno de gritos guturales y aullidos insonoros. Los dedos torcidos, la boca amordazada. Sus ojos perdidos, como un pajarito que no sabe a donde volar. Nosotros, los que desde pequeños aprendimos que sería una manifestación constante, diseñamos un protocolo que repetíamos con solemnidad, como el ritual en el que se espera de rodillas y se repiten palabras.

La gente no lo entendería ni tendría por qué importarle. A nadie le hemos pedido siquiera que posen su vista sobre nosotros ni que nos dirijan la palabra, ni que nos concedan de su compasión o nos regalen abrazos o nos repartan palmaditas al hombro, a nadie le hemos pedido que nos regalen atención o que disparen bengalas y hagan girar las sirenas.

La gente se incomodaba porque a veces Negrín luchaba contra su propio cuerpo. Nosotros, los que lo amábamos, siempre lo íbamos a amar, y entre nosotros nos entenderíamos y nos dirigiríamos palabras, nos regalaríamos abrazos y nos concederíamos atención. Pero sucede que a mucha gente le incomodaba retrasar el viaje o detener el tour, o se exasperaban porque ya todas las bengalas caían del suelo como estrellas inútiles y porque todos juntos habían emitido el mismo grito de auxilio y al llegar la gente que tendría que hacer algo, nosotros les decíamos que no, que no era necesario, que así no funcionaban las cosas, y se desesperaban aún más porque el cuerpo de Negrín tardaba en recuperarse de una batalla que siempre libraba.