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17 de enero de 2020

Los juegos de Samat

No me siento cómodo escribiendo así. sin primera persona. Ni son temas que sé. Así lo dejaré incompleto, ya hasta me dio flojera terminarlo




Los juegos de Samat

A Samat no le gusta perder, la última vez que perdió, menguó su magnificencia. No le gustan las derrotas, aunque es adepto de los juegos. Es un genio caprichoso. Siempre a la espera de arrebatar lo ajeno.

Hacía lustros que nadie lo visitaba a la Ciudad Perdida, salivó al ver a un expedicionario que se acercaba a la periferia.

Evicserar, quien se acercaba hacia Samat, venía de las dunas del Gran Gahar, de donde nadie vuelve. Sorprendentemente, estaba ileso, andaba aún con júbilo: su cabello largo y ordenado, su piel morena lisa, los labios húmedos. No hay lugares hostiles para Eviscerar.

Notó a lo lejos que había arribado a su destino, así que se despojó de todo lo que tenía, incluso de los libros y diarios que lo habían traído hasta aquí. Agradeció a los objetos que lo habían ayudado en su viaje y los ofrendó a un sumidero de arena.

Al entrar, al templo donde moraba Samat, éste mutó en su forma humana y se presentó:

- ¿Sabes quién soy?
- Lo sé
- ¿Sabes qué es lo que hago?
- Sí
- ¿Ha sido fortuito o me estás buscando?


Eviscerar había leído los diarios de Zherezada, los guardaba con mucho recelo. En ellos se nombraba al genio burlón, al del escarnio. Se detallaban solo dos de sus cuatro dones, el de la mutación y el de la alquimia, razón por la que era buscado por cientos; pero se suponía la inmortalidad como un tercero y no se tenía conocimiento del cuarto. Los escritos narraban las historias del infortunio que provocaba Samat: las ciudades yermas, las familias tristes, los reyes abdicados. "Ante Samat siempre se pierde, incluso si Samat no gana nada en el juego" se leía en los libros.

-Te he buscado por lo que eres y por lo que haces- soltó Eviscerar con firmeza
- ¿Sabes que puedo hundirte en las aguas del Khar, donde los humanos se ahogan, pero nunca mueren?
- Lo sé
- ¿Sabes que, por otro lado, puedo ofrecerte alguno de mis cuatro dones?
- He escuchado de eso.
- Entonces dime, ¿Cuál es el juego? ¿Cómo deseas poner fin a tus horas?

Zherezada tenía un plan contra Samat, pero no vivió lo suficiente para cometerlo. Ella había leído un manuscrito arcano que hablaba de la hechicería de la luz, la magia de Astaroth. En sus diarios, Zherezada narra que buscó y encontró a ese hechicero, un viejo de barba blanca; lo describe como el ser más bondadoso que hubo nunca. Fue su discípula durante veinte años, hasta que la bendijo con la Luz de Plata, uno de los hechizos más hermosos y benéficos que además hace eco a su desendencia.

Todos saben de la historia de Zherezada y de cómo el régimen cayó luego de que el Rey del Mundo determinara su vida. Se debe a la mano arcana de Astaroth, porque su magia cubre de buenaventura y favores místicos a los elegidos, además de castigar a quienes terminan con la vida de los benditos. Fue entonces que el Rey del Mundo, lleno de celos porque la gente amaba a Zherezada, ordenó arrebatar la vida de la mujer bendita y al hacer esto, pereció de igual manera: con un tajo metálico que se resbaló por su cuello.

"Hijo, la vida cae fácil como las hojas de laurel. Busca un propósito que te defina y reparte la luz con la que hemos vivido", se leen en las últimas hojas de los diarios, “yo he elegido vencer a Samat y dar honra a la muerte de tu padre”. Luego de heredar los diarios de su madre, Eviscerar prometió que buscaría a Samat y se impondría ante él. Que ajusticiaría la muerte de su padre, víctima de los juegos de Samat. "La magia de Astaroth es milenaria, capaz de disolver la maldad más añeja, por más que se haya cuajado en el mundo. El plan es ofrecer mi vida en sus juegos y dejar que gane. Con mi vida resuelta pondré fin a la suya", escribió Zherezada.

- ¿Cómo deseas poner fin a tus horas? -repitió Samat, impaciente.
- Una carrera con tu forma humana- respondió el expedicionario con calma- Desde aquí, este punto, hasta el primer oasis del este. No tengo familia, no tengo posesiones, nada más que mi vida para apostar; mi vida a cambio de uno de tus dones.
- Estás seguro de lo que pides.
- Lo estoy.

Samat cerró los ojos. A lo alto, una alondra surcaba un cielo limpio, sin protesta de nubes; entonces, el dios de la burla chasqueó los labios y aquello resonó como un tañido, luego sonrió con poca gana. La alondra cayó vencida a la periferia de la ciudad sin que Eviscerar lo notara.

-¿qué don es el que deseas?
El joven hizo un pausa, proclamó:
- Se conoce de ti el don de la mutación, el de la alquimia y el de la inmortalidad, ¿es verdad esto? -luego de una pausa sin respuesta, continuó:- de cualquier manera, ninguno de ellos me interesa.


-el don de advertir el devenir de las personas

-eso no es posible, yo no poseo ese don.


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- Entonces así será. Tu vida a cambio de mi don.
- ¿Cuál es el don que podría ganar?
- Nada, no podrás ganar nada.
- Entonces, dime: ¿cuál es el mayor de tus dones?
- Advertir el devenir de las personas.

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Samat mutó en un enorme felino. Giro en torno suyo y después se echó a reflexionar sobre el juego, después de todo, a Samat nunca le gusta perder. La última vez que perdió, fue ante un simple humano.  A cambio, el genio perdió el don de la libre aparición, la capacidad de estar y ser donde se desee; al igual que los genios sin este don, quedó confinado a un espacio límite, a la Ciudad Perdida.


A Samat no le gusta perder, pero también, desde hace tiempo tampoco le gusta ganar.