🚗 _ 🚓🚓

20 de enero de 2018

No sé a qué edad (tuya o mía) nos conoceremos (tú a mí o yo a ti), ni cuáles serán las primeras palabras (mías o tuyas). 

No sé con qué gracia nos amparará el destino (el tuyo o el mío), que nos pueda recoger en un abrazo (el nuestro) y nos haga (me haga) por fin decir (decirte) que nos encontramos para hacernos ( tú a mí y yo a ti) lo que se dice felices. 

17 de enero de 2018

Uno: de la ludopatía aún no controlada



En algún rincón del mundo. En algún fragmento del tiempo (pendiente de acontecer o ya sucedido), Mónica cierra los ojos con fuerza y se lleva la palma a la nariz en un movimiento semirápido, cuasiveloz. Plaz! Cachetada al rostro. 

Y es que su padre hace una vez más de las suyas y esta vez no hay quien lo pare:  Se ha metido a la fuerza a jugar con los menores el juego de mesa históricamente peligroso para la dinastía Tiscareño. Billetes aquí, casitas de plástico allá; dados caen y ruedan con el mismo recorrido abrupto de la imprudencia del padre. 

Pero Mónica sabe que tiene la culpa, como si no supiera de la carcajada bárbara que le estalla al padre cuando los números le coinciden, o del aullido gutural que emite cuando no. Mira que proponer ese juego con visitas en la casa, por qué? Por qué!

Y eso es precisamente lo que está provocando que Mónica se reparta palmas a la nariz: dos seises le hicieron al padre caer de espaldas; dos treses le derramaron la bebida a la compañera; y un par de cuatros le dirigieron un codazo a la cara del jugador vecino, al chico guapo, al que Mónica ama en secreto. 

-papá! -grita Mónica, mientras el chico (la verdad es que ni tan guapo) se pega la nuca al cuello para detener la hemorragia en la nariz. 
-perdóname, hija, no quise apenarte delante de tus amigos... menos delante del que te gusta
-papá!!!!!





12 de enero de 2018

Castigo

Abbas, aquél que perdió la vista  de un ojo por ver a una diosa morir, desenterró del desierto a un hombre cuando huía de su pueblo. Al incorporarse el hombre, éste le tomó de la mano y recitó una oración que se otorgan a las personas que emprenden grandes empresas, como alguna vez la esposa de Abbas se la otorgara cuando partiría a La Capital para asesinar a su hermano rey; "pero por qué me otorgas esta oración en vez de sólo agradecer" preguntó Abbas. "Hombre, no sabes lo que acabas de hacer, has desenterrado al último gran demonio del desierto, ahora tu vida estará llena de malaventura, perderás la razón y todo tipo de conocimiento, no sabrás distinguir entre la realidad y la pesadilla". Una vez dicho esto, el hombre se pulverizó y una corriente de aire arreciado se lo llevó. Abbas alzó la vista de su ojo bueno, la arena cambiaba de forma, se contorsionaba para adquirir nuevas estructuras sólidas, edificaciones grises. Una vez efectuados los cambios, Abbas se convirtió en una persona anónima que camina por el mundo sin saber adónde ir.


ort

3 de enero de 2018

Vapulear sin querer

De la plática que repetimos algunas veces mientras se calienta el café

Negra me platica de sus cosas y yo le platico de las mías. Le digo que yo, siendo quien soy, no me daría la oportunidad de nuevo. Y es lo mismo que platico con Valenzuela.

Valenzuela me platica que vuelve y vuelve y vuelve a encontrarse con la misma persona. Se miran. Se besan. Y cuando hacen el amor, se golpean, pero creen que es sano porque dicen que es sano el amor. De eso es de lo que me platica Valenzuela, del amor y la violencia, de la sangre que hierve; del cuerpo de su chico, Vicente, sobre el cuerpo de otro hombre vapuleado, porque "Esta loco, de verdad está loco. Se juntan él y otros hombres para golpearse (...), se para delante del hombre que golpeó y se deja escurrir la sangre sobre él, como si se glorificara por haberlo lastimado". Ella me dice que si se puede superar la violencia, se puede superar todo. Yo pienso que la violencia es una bestia dormida, que despierta con hambre; que es un niño que derrama la leche y no pide perdón a nadie porque no fue su intención. 

Pero de lo que no platico con Valenzuela, es de las cosas mías porque me apena decirle en verdad cómo soy: Cómodo con las repeticiones, despierto con la esperanza de que el día no sea tan distinto. Siempre espero dormir un poco más. No me emociono de conocer nuevas personas porque creo tener la cantidad justa de mis amistades, con ellos hablo lo suficiente a través de memes y chistes repetidos, o juego FIFA los viernes que descanso (FIFA, Valenzuela; es en serio: ¡FIFA!). No hablo con Valenzuela sobre la chica con la que salía porque incluso a mí me da pena pensar en eso, pero sí le hablo de la chica con la que siempre pienso, pero se aburre de escucharme porque es una historia repetida y a ella le aburren las historias que se repiten, que se repiten. 

Por eso, cuando platico con Negra, las cosas son más cómodas porque tienden a ser platicas cortas que casi siempre van al grano, no vaya a ser que algo en el trabajo nos distraiga y nos deje a medias. Ella me platica y luego yo le platico. A veces, desde nuestras experiencias personalísimas, los grandes temas que contar son los mismos: una persona se vuelve a ver con otra porque piensa que será mejor que antes. Le digo que yo, siendo quien soy, no me daría la oportunidad de nuevo. Sin embargo, así están las cosas: despierto con la esperanza de que haya un mensaje que leer o durante el día pienso en cuál sería el hilo negro de su sonrisa y pruebo suerte en compartirle las cosas que me hacen reír; a veces no me parece tan tonto creer que los dos ocupamos el mismo espacio en el pensamiento (el donador de almas), pero que ella siempre está callada. Negra no me lo dice por completo -porque algo siempre nos distrae-, pero supongo que algo le pasó hace tiempo, hasta que se cansó de repetir.


De gente tan mala, tan mala, que no titubea y dice delante de toda la familia que ya no cree en dios

Supongo que Valenzuela vuelve con su chico porque no lo ve como una repetición (hard reset cortesía del apetito sexual), sino como un nuevo comienzo. Entonces lo ve y no encuentra al hombre que vapulea o que le muerde los pezones con imprudente fuerza durante el acto, sino a una persona que tenía un oscuro pasado que poco a poco ha sabido apaciguar. Ahora lo ve como una flamita larga y tersa que mantiene firme su plasma durante toda la mecha. Yo no voy a negar que ese hombre pudo cambiar, que dejó de salivar como un perro cada que alguien le discutía algo (qué estás mirando, pendejo). No lo voy a negar porque todos, de alguna manera, hemos querido ser mejores personas para alguien que decimos amar.

Y me apena (en realidad me enferma) que muchos hombres seamos como él, un Vicente que lastima a personas con golpes no necesariamente físicos. Que muchos hombres estemos copipasteados del mismo archivo (Big data de las chingaderas, con pene y excusas de diferentes tamaños). Entonces, no estaría tan mal ahora que lo pienso: juntarnos los hombres de nuestra calaña para hacer un club de la pelea en el que nos autoexterminemos por culeros.