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11 de septiembre de 2020

Nos encontraremos estando solos, Mónica?

Hoy menos que antes, desconozco de dónde vienes, Mónica

Sucede que renuevo este dolor que no existe y de nuevo pongo cara y nombre a la nostalgia de mis recuerdos fingidos: los tres envueltos en un cálido porvenir.

Pero te digo que hoy menos que antes, desconozco si eres producto de mí. De cualquier modo, Mónica, creo que los dos seremos o hemos sido felices.

Y creo que tú y yo nos encontraremos estando solos.

1 de septiembre de 2020

Aparición de alguien que necesita ayuda y que se ríe sincera

Uno: de cuerpo presente

Y llegaste así de pronto y yo sinceramente no supe que decir:

Te imaginé presa por pertenecer a La Causa;
Te imagine en Veracruz entre los mangares, cerca del río quebrado;
Te imagine muerta;
Te imaginé esperando un tranvía en una ciudad italiana;
Te imaginé escribiendo ensayos de lo que se siente ser madre, aunque no lo fueras;
Te imagine rindiendo los puños ante las grandes mociones;
Te imaginé muerta, chupando gladiolos;
Te imaginé rodeada de gente que pide entre gemidos que la perdonen;
Te imaginé en tu moqueta tirada junto a tu perro, los dos salivando por igual;
Te imaginé sobre los muslos de un ingeniero, con un vaivén ruidoso;
Te imagine cansada de llegar, después de tanto caminar, al mismo sitio;
Te imaginé muy muerta, sabes, de verdad muy muerta, te imaginé y te acepté como una muerta de años, como una experta de los que pisan sin hacer ruido, de los que se acurrucan y duermen en un jardín de callados, de los que se apilan en un mismo campo y piden que nomás no los revuelvan ni los confundan;

y me apena que tú, siendo quien ahora seas y haciendo las cosas que hagas, decidas desandar tus pasos de donde sea que es allá y me pidas entre ensoñaciones, entre delirios, entre fantasías que por más raro que parezca -aunque me pellizque los brazos y la conciencia- sean más o menos verdaderas, y me pidas y me insistas que visite tu rostro y que te nombre como le decían a tu cuerpo y que te haga reír:

Blanca -te nombro con una voz silente-, perdóname que no te crea que estés aquí delante de mí, de cuerpo presente: con tus dos ojos, tu boca, tus manos ¿y tus pies? ¿En donde te dejaste los pies? No importa, Blanca. Discúlpame si no te creo que estás aquí, pero es que te imaginé muy lejos de aquí,
Te imaginé fastidiada de siempre pedir el cambio exacto después de tus compras;
Te imaginé dibujando mujeres que derraman leche sobre sus piernas;
Te imaginé exaltada por este maldito gobierno!;
Y verás: te imaginé muerta, con una pijama de madera, mirándote para siempre por dentro, jugando a ver quién aguanta más sin respirar.

Blanca, descansa aquí cuando quieras y pídeme lo que sea de tu necesidad. 

-las luces se apagaron y su figura se desdibujó, como haber sellado un pacto-





18 de julio de 2020

Gógol Idiota



Y de qué te sirvió esa búsqueda, Gógol, de qué te sirvió esforzarte durante tanto tiempo en desentrañar una nueva novela que no terminaste nunca de cuajar; que ahora es reconocida por ser incompleta y porque “casi se parece” a otras obras aún más célebres. De qué te sirvió la tentativa de una frescura en las letras. 

Fuiste un idiota, Gógol. Debiste quemarlo todo cuando te lo propusiste. Estabas ahí, delante de los fuegos, pero el capricho de tu discípulo te convenció de que no lo hicieras y tú, ya con los albores de la demencia senil, te dejaste convencer. Fuiste un idiota, Gógol. 

Tuviste la oportunidad de demostrarte que puedes hacer algo y deshacer sin perturbar en nada al cosmos. ¿Para qué quisiste que te recordaran?

Decidiste no pertenecer a la inmensa gloria de los que son olvidados, de los que son verdaderamente libres de todo y conforman el esplendor del gran vacío. 

Debes estar avergonzado porque aún con tus textos recuperados tú fuiste y seguirás siendo por siempre una simple ánima, una estúpida alma muerta. 



12 de marzo de 2020

Sobre la potencia nula

No quiero escribir de nada.

Me siento bien así, sin mucho que idear. Ni de ficción ni de un atisbo a la realidad. Apenas y me asomo a terminar bocetos de antaño.

Mi compromiso con la literatura ahora es nulo. Me siento bien así, quiero que así sea. Yo no soy ni he sido nunca un hacedor de nada y no quiero que nada me haga regresar a escribir sobre nada.

Sucede que me siento feliz, pleno, en paz. Me siento satisfecho con la soledad de mi casa, con las ocupaciones hacia los padres, hacia el hermano, hacia la mujer que me acompaña (o yo a ella). Hacia la primera persona. Me parece justa la medianía, es una luz dorada.

Y desde hace mucho tiempo que no padezco esta plenitud de ahora. Aunque sea ciega. Aunque sea aciaga: que no advierta o descuide los tropiezos.

Es un canto de triunfo no preocuparse por el mundo
ni por la enorme vastedad de las cosas que lo cohabitan.


10 de febrero de 2020

Apuntes XIV (Pelaje)

I
El cabello de Ilá se ha triplicado solo esta semana. Es de sorprender que no pierda ni un solo cabello. Me he propuesto identificar si hay al menos uno por aquí o por allá: observo en la ducha, sacudo su moqueta, escudriño entre su ropa. Ni un solo hilo. Ni corto ni chico.

Ahora, cuando Ilá corre, deja una hermosa estela. Desde su pelaje nace el sol, eso ya se lo he mencionado. Cuando corre, parece una pincelada castaña que no cesa. Entonces llega a mí, me derriba con su fuerza; le he repetido en varias ocasiones que se detenga un poco, porque siempre se abalanza y al caer rodamos: "¿Y tú qué piensas? ¿que mis huesos son igual de duros que los tuyos? ¿que aunque ñangos, siempre rendirán lo que me rinden ahora?".

Ilá se estrella conmigo y caemos. En la rotación, su cabello nos enrosca como espagueti en el tridente. Vuelta tras vuelta hasta hacer un forro gordo, un churro grueso de hilos y de hilos y de hilos que nacen de su pelaje. Me constriñe. Siento mi aliento perderse en el suyo.

Eres cálida, Ilá, como un buen recuerdo.

II
Hace dos meses que no veo a Ilá. La nombro desde la sala. La chito bajo la cama. La silbo desde el patio de atrás.

Cuando me dispongo a tomar el sueño, percibo una voz distante que repite mi nombre. No estoy seguro si es Ilá o si es el viento, pero ha sucedido tantas veces que ahora la sueño. Es un sueño gris en donde la persigo por la casa para enredar mis dedos en su cabello. A veces me tiendo sobre ella, en su pelaje y me dejo perder como en un sumidero de arena. Imagino una muerte plácida.

"Ay, Ilá, por qué me dices esas cosas, ¿tú qué sabes de la melancolía? ¿Tú qué sabes de vivir de noche y morir de día? ¿Tú qué sabes de sentimientos azules?", le digo a veces entre los sueños y sus respuestas no me convencen, aunque a veces se sale con las suyas.

Ahora dice que no puede volver. Ni a la casa ni a los sueños. Le digo que está bien. Le prometo no sentirme abandonado porque sería ridículo.

Esta mañana me he sentido ridículo.


III
Hoy en la moqueta de Ilá he descubierto muchos hilos. Muchos muchos hilos cortos. Son del color del atardecer, pero tienen el temple del alba.


Deslizo mi palma desde mi frente hasta la nuca. No puedo creer que esté perdiendo tan rápido el cabello.



Omar Tristereño, ja!

Cuando observo

Lo que pasa es que cuando yo observo a alguien, 
me estrello.

Me arrojo por completo a lo que miro 
como un acróbata sin redes y sin poleas. 

Lo que pasa es que cuando observo 
no dejo orilla, 
me arrincono y veo cerrarse los contornos 
y las esquinas. 

Lo que pasa es que cuando yo observo,
absorbo 
y se me cuela el mundo y sus abrojos
me hago de trastos y de nodos 

Todo lo que pasa es que cuando miro,
El mundo se hace complejo,
me preguntan que qué pasa,

no sé qué miro
no sé si miro

y todavía hacerlo palabra


ort

17 de enero de 2020

Los juegos de Samat

No me siento cómodo escribiendo así. sin primera persona. Ni son temas que sé. Así lo dejaré incompleto, ya hasta me dio flojera terminarlo




Los juegos de Samat

A Samat no le gusta perder, la última vez que perdió, menguó su magnificencia. No le gustan las derrotas, aunque es adepto de los juegos. Es un genio caprichoso. Siempre a la espera de arrebatar lo ajeno.

Hacía lustros que nadie lo visitaba a la Ciudad Perdida, salivó al ver a un expedicionario que se acercaba a la periferia.

Evicserar, quien se acercaba hacia Samat, venía de las dunas del Gran Gahar, de donde nadie vuelve. Sorprendentemente, estaba ileso, andaba aún con júbilo: su cabello largo y ordenado, su piel morena lisa, los labios húmedos. No hay lugares hostiles para Eviscerar.

Notó a lo lejos que había arribado a su destino, así que se despojó de todo lo que tenía, incluso de los libros y diarios que lo habían traído hasta aquí. Agradeció a los objetos que lo habían ayudado en su viaje y los ofrendó a un sumidero de arena.

Al entrar, al templo donde moraba Samat, éste mutó en su forma humana y se presentó:

- ¿Sabes quién soy?
- Lo sé
- ¿Sabes qué es lo que hago?
- Sí
- ¿Ha sido fortuito o me estás buscando?


Eviscerar había leído los diarios de Zherezada, los guardaba con mucho recelo. En ellos se nombraba al genio burlón, al del escarnio. Se detallaban solo dos de sus cuatro dones, el de la mutación y el de la alquimia, razón por la que era buscado por cientos; pero se suponía la inmortalidad como un tercero y no se tenía conocimiento del cuarto. Los escritos narraban las historias del infortunio que provocaba Samat: las ciudades yermas, las familias tristes, los reyes abdicados. "Ante Samat siempre se pierde, incluso si Samat no gana nada en el juego" se leía en los libros.

-Te he buscado por lo que eres y por lo que haces- soltó Eviscerar con firmeza
- ¿Sabes que puedo hundirte en las aguas del Khar, donde los humanos se ahogan, pero nunca mueren?
- Lo sé
- ¿Sabes que, por otro lado, puedo ofrecerte alguno de mis cuatro dones?
- He escuchado de eso.
- Entonces dime, ¿Cuál es el juego? ¿Cómo deseas poner fin a tus horas?

Zherezada tenía un plan contra Samat, pero no vivió lo suficiente para cometerlo. Ella había leído un manuscrito arcano que hablaba de la hechicería de la luz, la magia de Astaroth. En sus diarios, Zherezada narra que buscó y encontró a ese hechicero, un viejo de barba blanca; lo describe como el ser más bondadoso que hubo nunca. Fue su discípula durante veinte años, hasta que la bendijo con la Luz de Plata, uno de los hechizos más hermosos y benéficos que además hace eco a su desendencia.

Todos saben de la historia de Zherezada y de cómo el régimen cayó luego de que el Rey del Mundo determinara su vida. Se debe a la mano arcana de Astaroth, porque su magia cubre de buenaventura y favores místicos a los elegidos, además de castigar a quienes terminan con la vida de los benditos. Fue entonces que el Rey del Mundo, lleno de celos porque la gente amaba a Zherezada, ordenó arrebatar la vida de la mujer bendita y al hacer esto, pereció de igual manera: con un tajo metálico que se resbaló por su cuello.

"Hijo, la vida cae fácil como las hojas de laurel. Busca un propósito que te defina y reparte la luz con la que hemos vivido", se leen en las últimas hojas de los diarios, “yo he elegido vencer a Samat y dar honra a la muerte de tu padre”. Luego de heredar los diarios de su madre, Eviscerar prometió que buscaría a Samat y se impondría ante él. Que ajusticiaría la muerte de su padre, víctima de los juegos de Samat. "La magia de Astaroth es milenaria, capaz de disolver la maldad más añeja, por más que se haya cuajado en el mundo. El plan es ofrecer mi vida en sus juegos y dejar que gane. Con mi vida resuelta pondré fin a la suya", escribió Zherezada.

- ¿Cómo deseas poner fin a tus horas? -repitió Samat, impaciente.
- Una carrera con tu forma humana- respondió el expedicionario con calma- Desde aquí, este punto, hasta el primer oasis del este. No tengo familia, no tengo posesiones, nada más que mi vida para apostar; mi vida a cambio de uno de tus dones.
- Estás seguro de lo que pides.
- Lo estoy.

Samat cerró los ojos. A lo alto, una alondra surcaba un cielo limpio, sin protesta de nubes; entonces, el dios de la burla chasqueó los labios y aquello resonó como un tañido, luego sonrió con poca gana. La alondra cayó vencida a la periferia de la ciudad sin que Eviscerar lo notara.

-¿qué don es el que deseas?
El joven hizo un pausa, proclamó:
- Se conoce de ti el don de la mutación, el de la alquimia y el de la inmortalidad, ¿es verdad esto? -luego de una pausa sin respuesta, continuó:- de cualquier manera, ninguno de ellos me interesa.


-el don de advertir el devenir de las personas

-eso no es posible, yo no poseo ese don.


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- Entonces así será. Tu vida a cambio de mi don.
- ¿Cuál es el don que podría ganar?
- Nada, no podrás ganar nada.
- Entonces, dime: ¿cuál es el mayor de tus dones?
- Advertir el devenir de las personas.

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Samat mutó en un enorme felino. Giro en torno suyo y después se echó a reflexionar sobre el juego, después de todo, a Samat nunca le gusta perder. La última vez que perdió, fue ante un simple humano.  A cambio, el genio perdió el don de la libre aparición, la capacidad de estar y ser donde se desee; al igual que los genios sin este don, quedó confinado a un espacio límite, a la Ciudad Perdida.


A Samat no le gusta perder, pero también, desde hace tiempo tampoco le gusta ganar.