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22 de mayo de 2019

Un rostro

Aunque soy corto de vista, la reconocí de lejos, le alcé la mano para que me viera. Poco a poco aclaré  su rostro: ese gesto que llevamos las personas que no hallamos tibieza. En fin, es necesario tener una cara y la suya siempre es sincera.

-¿Qué haremos? -le pregunté, con esa actitud que a veces adoptamos, la de ser hojas caídas. 
-Justo ahora no tengo ganas de nada

Estamos sentados de frente a un muro y bajo un cielo sin protesta. Yo persigo algunas cosas con la mirada: lo gris del pavimento, el débil verdor de un árbol, el naranja de los ladrillos gastados que están en la pared. Y pienso ¿qué color tiene el mundo a través de sus ojos? Mi cuerpo se templa cuando lo creo saber.


6 de mayo de 2019

No ocultaré que se trata de mí

Que aún es nula tu aportación. Que has explorado mucho y aún no has encontrado ni tu propia voz ni tu propio estilo, y que solo has ahondado en la introspección con una presunta sinceridad cruel que a veces temes compartir -la vergüenza mata al arte, pero eres un impúdico sin talento.

Que no has comprendido el tema de la locura, que no describes bien la culpa; y dices “no puedo escribir de otra manera más que siendo yo y siendo honesto”. Y te repites con una abulia más bien soporífera antes que hipnótica.

Lo piensas como un manifiesto personal: la próxima vez que escribas, procura no ocultar que se trata de ti y dilo así, solo así:

Uno: de provocarse el llanto

Pensé en mi pareja como en la novela de Goldman: una lengua húmeda y salada la envolvía con violencia, que la engullía para después regurgitarla sin vida. Y me pregunto “por qué tengo que pensar en eso? Por qué a veces hago de la felicidad un ápice que me incomoda”. Es porque a diario lidio con mi imaginación, a veces me resulto incluso simpático y a veces tormentoso, como cuando ocurre la auto inmolación. Adoro verla en mis fotos, ¿por qué tengo que pensar en esto?

Dos: el ajuste de cuentas

Digo que es un sueño porque me da vergüenza admitir que lo imaginé a conciencia: estamos mi familia y yo en el auto, vamos a unos ciento veinte o ciento treinta; morimos todos. Ella lo lee en las noticias y aunque no le da gracia, se siente satisfecha con la vida, lo agradece.

Tres:

Mañana iré a correr. Me afeitaré la barba. Lavaré el auto. Haré tareas. Saldré a un concierto. Planificaré clases para los días siguientes. Eso, más lo que resulte.

4 de mayo de 2019

Paseo en Kayak

-¿Ves allá a lo lejos, donde se ve una pequeña isla?
-sí
-La gente se muere por llegar ahí. Paga boletos por miles de pesos para subir a un crucero que les ofrece variedad, servicio de bar y explicación de los guías. ¿sabes cuánto se tardan en llegar?
-no, ni idea
-cerca de dos horas y media. Fíjate, nosotros tenemos ya casi 30 minutos aquí, y ve la playa, se ve lejos ¿verdad?
-sí, algo lejos
-pues pienso que en este kayak así como vamos de rápido, podríamos llegar fácilmente en una hora, pasear un rato en la isla y regresar. Es un pequeño paraíso. Hay tortugas marinas, hay delfines... en fin
-suena bien. ¿has estado ahí?
-no, pero sé que eso hay
-¿podemos ir?
-¿ahorita? no, no podemos hacerlo. el paseo sólo dura una hora, de hecho ya tenemos que volver a regresar el equipo.
-¿no es tuyo el kayak?
-no, hermano ¡qué va! son del hotel de enfrente de donde salimos. Yo soy mesero, me pagan un extra para remar con la gente, todavía no tienen personal para esto, los paseos son cosa nueva.
-podemos ir y regresar en menos de dos horas; les dices que me caí y que batallaste en ayudarme
-que tardé más de una hora en regresarte al kayak? no me creerían.
-dices que era un tremendo idiota con miedo al agua
-ajá, que pagó para estar en medio del mar donde no hay nada ni nadie. No me creerían.
-por qué no, así de idiota sería. O que me desmayé por el calor, que remar tú solo te tomó más tiempo
-yo solo hago la media hora. No es muy difícil. Sabes qué sí me creerían: que me robaste el kayak
-¿cómo?
-sí, podrías hacerlo, ¿por qué no? vienes sólo, ¿no?
-sí
-no estás hospedado en el hotel, ¿verdad?
-no
-si me tiras al agua, nadar me tomaría más de una hora, no creas que soy buen nadador. Tú podrías ir, pasarte el rato allá y regresarte cuando quisieras.
-me estarían buscando con el kayak
-tíralo donde quieras, te regresas en una lancha por 40 pesos, dices que perdiste el crucero
-ya me habrías denunciado para entonces
-y cómo demonios te encuentran, es temporada alta, hermano: mexicano, moreno, gordito con short negro, hoy he visto cien así.
-te correrían por perder el kayak
-Es un hotel 5 estrellas, un kayak es un pelo de gato para ellos. Además, es un robo, no negligencia mía. De hecho sería negligencia suya: ¡ni siquiera te pidieron identificación!

El hombre gira para ver a los ojos del guía, que está en el espacio trasero: es más joven y mucho más delgado que él.

-Sabes, de hecho le harías un gran favor a quien encuentre el kayak, uno como este cuesta cerca de doce mil pesos, sin exagerar.
-¿lo dices en serio?
-hermano, en el centro de la ciudad hay cientos de camaradas vendiendo equipos como este y ve, así de negligentes los del hotel: no tienen ni estampa ni rótulo.

El guía reposa semi recostado con las manos cruzadas en su nuca. El hombre mira a los lados, apenas logra distinguir la figura de algunos botes que cruzan a lo lejos.

-Es hora de volver, hermano, tengo que entregar el equipo.

El hombre gira por completo para estar de frente al guía. Expulsa un largo suspiro. A espaldas del guía, una imagen borrosa de la pequeña isla.

-Mira, se ve tan cerca la isla que dices.

El guía gira el cuello para ver un horizonte cada vez más difuso.


Ort


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Fui de vacaciones con mi novia para descansar, para no pensar en nada y pues bueno, paseé en kayak con una persona muy agradable que le tocó (tal vez) morir en mi imaginación. El kayak sí está a ese precio, ya lo googleé.

No has cambiado en nada

I
Camino hacia el sur-oeste del país. La idea era encontrarme con Valenzuela en Xalapa, viajar a la montaña nevada de Orizaba y después bajarla para acampar, pero ella tenía otros planes, aunque no me los hacía saber.

Durante mi viaje a Xalapa, tuve mucho tiempo para pensar tonterías: que alguien me perseguía para atracarme porque se dio cuenta de que viajaba solo; que no descendía en el lugar correcto y me perdía en algún punto de la Huasteca; que moría de la manera que fuera. Luego de más preocupaciones absurdas, pensé en un cuento que más adelante escribiría, se trataba, de alguna manera, de mí, del tema que nunca quiero hablar con nadie, de ese tema que me tiene preso.

La idea era que Valenzuela y yo, de camino a la punta nevada, habláramos e hiciéramos cosas juntos como desde hace años ya no lo habíamos hecho (la conocí hace seis o siete años, en una etapa intensa de nuestras vidas, recuerdo que la noche era un perfume nuevo). Caminaríamos con un grupo de desconocidos hacia la parte más alta que se nos permitiera llegar, ella planeaba hacer algo muy peculiar que había planificado desde hace años -ella, siempre enérgica-, yo no tenía claro que hacer por mi cuenta, pero quería estar ahí, en el lugar más alto del país. Tal vez gritaría con furor.

Valenzuela me recibió en la estación de autobuses, El tiempo no te hace nada, me dijo, le contesté que no es cierto, Estás idéntico, hasta usas la misma ropa y tienes esa cara boba de no saber qué onda. Luego de pequeñas pláticas sobre el reencuentro, visitamos un parque en el que solíamos fumar, ahí me platicó que las cosas no iban bien para ella y que era posible que cambiaran nuestros planes, pero que no me preocupara; ella no lo diría como lo digo yo: Estábamos otra vez juntos y es lo que importa, si me oyera decir eso, se reiría hasta caer. 

Por la noche, Valenzuela me presentó a su novio, fingí que sabía de él por primera vez; después de cenar, visitamos un bar del que sólo recuerdo la suciedad y el olor húmedo de las paredes. Nos emborrachamos. Ella no paraba de hablar de sí. Él se sobre esforzaba por simpatizar conmigo. Al final, poco antes de cerrar el bar, el dueño me explicó sobre la violencia que había en la ciudad. Al fondo, cerca de los baños, Valenzuela y su novio discutían con intensidad, Oye, ¿y qué les pasa?, preguntó el dueño, Es algo de meses, le contesté, Pues que le sigan en sus casas. Y como si fuera una orden, así fue.

Dormí en la casa del novio. Poco antes, me ofreció fumar hierba, negué; le aconsejé que era una pésima idea consumir su propio producto. Antes de eso, al instalarme en la habitación que me ofreció, escribí el cuento que tenía en mente desde el autobús: es una persona que está huyendo, no importa qué ha hecho, no debe detenerse jamás; se acostumbró al cambio constante de su espacio y de su cuerpo; aprendió a desmentir las cosas de sí, a negarlo todo; luego de años de transfiguración, encontró a un hombre que desconocía por completo, ¿Tú quién eres?, preguntó, No has cambiado nada, contestó, luego le disparó. Mucho que pulir, pensé, luego recordé por qué hacía este viaje. Me sentí amenazado, no podré huir jamás. Recostado, puse la cara en la pared, luego dormí.

II
La idea era que Valenzuela y yo iniciaríamos desde temprano nuestro recorrido a la montaña nevada. Viajaríamos en su auto. Nos uniríamos a un grupo de alpinistas. Nos dirían qué hacer, de qué cuidarnos, qué evitar. El tiempo en subir dependería de nosotros y de los otros también inexpertos. La vista en el ocaso sería algo que no podríamos olvidar: el cielo níveo, el azul confundido con el color de las montañas; la exhalación de ella saldría de su boca como palabras no dichas. La idea era tener mucho que decir después, sentirse pleno. 


Valenzuela me textea, son las explicaciones de por qué no iremos a Orizaba. Dice lamentarlo mucho, le digo que está bien, que el otro plan tampoco suena mal.

Iremos a unas dunas que conectan con una playa sucia.

ort
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continúa en el viaje poco planeado, soledad de las dunas. nado en un mar oscuro y violento. Valenzuela pelea con su chico