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30 de noviembre de 2016

Hoy recordé dos cosas inconexas

I
Ella también cayó así -dije a quien venía caminando a mi lado- iba igual leyendo, me platicó. Dice que se descuidó porque un poema la había conmovido o algo así y no pudo dejar de leer aunque estuviera caminando; entonces dio un mal paso, luego otro, me imagino que no pudo mantener la verticalidad y cayó por un hueco. Le dije "¡qué tonta eres!" cuando me platicó, llegó a casa con la ropa enlodada, dice que era un hoyo y que había tierra; allá donde vivíamos casi siempre estaba húmedo y la tierra se dejaba encharcar así nomás. Llegó a casa con los zapatos y la ropa enlodada, eres muy boba, apenas y conocemos esta calle.

Ella también cayó así como tú -dije a quien venía conmigo, luego le platiqué sin siquiera saber si le importaba o si sabía de quién hablaba.

II

A ella la habían tragado las sombras y la habían desarropado. Yo miraba a otro lado y hacía como que no quería ver. Escuchaba su ropa desprenderse como si se desgajara.

Nos recostamos y yo hacía como que no quería pensar en nada.

Tan quietos y sin decir nada, percibí la mecánica del mundo y su masiva lentitud.

Le pregunté que si podía abrazarla y ella dijo que sí.

Así, en el nudo y duermevela, recuerdo no saber a qué me asía, y aunque tenía su cuerpo cerca de mí, desconocía su forma. Era agradable estrechar algo sin contornos y sin lineas que la contuvieran, constituido sólo de energía.

20 de noviembre de 2016

Hablando de lo mismo

Ella y yo conversamos,
nuestras voces se adhieren
y se diluyen entre las demás.

Tanta gente hablando de lo mismo,
es un milagro que apenas
podamos entendernos.

Hay demasiado ruido en este mundo

16 de noviembre de 2016

Fuera, a los lados

Afuera campea el invierno, Mónica. Los haces del sol caen falsos sobre la tierra sin calentarnos y la brisa, que es más agua que viento, pasa encima de las cosas como persiguiendo no sé qué.

Yo voy pisoteando las hiervas viejas que salen en el baldío fuera de tu casa; ¿sabes? estoy merodeando por aquí, espero que en algún momento salgas, te salude y diga "mira, qué coincidencia". ¿Saldrás, Mónica? Sal. Yo preparo el té para el frío.

9 de noviembre de 2016

Tú eres el padre

Ay, Jaime, te convertiste en tu padre. Mira, atiendes tus responsabilidades con el mismo entusiasmo con el que sobrevives los días.

Ay, Jaime, si desapareces de nuevo y no te encuentra tu esposa y tu hija, también te buscarán tus hermanos y hermana, tu madre, tus suegros; si no te encuentran, tendremos que buscar tus amigos, tus primos, tus compañeros de trabajo; si estás muy desaparecido, Jaime, tendrán que buscarte tus amantes, tus compañeros del vicio, las personas que te venden el alcohol y las drogas, Jaime; nos da miedo que no te encontremos y que tengamos que pedir ayuda a las personas que golpeaste y a las que te golpearon mientras tomabas, a las mujeres que acosaste, a las personas que robaste; nos preocupas tanto, Jaime, porque de ser necesario tendremos que pedir tu cuerpo a las personas que te maten.

Somos tan escandalosos. Siempre vuelves porque nadie como tú para encontrarte. ¿Qué haces, Jaime? ¿te sacudes el pelo y la nariz, te lavas el sexo, registras las monedas que te quedan para apartar lo del camión, y sólo eso basta para volver a casa? Mira, ¡qué fácil es!, y tu nena tan exagerada que aprende a decir tu nombre para que vuelvas.

Ay, Jaime, yo te comprendo: así son los tiempos, así somos los hombres y esto es lo que hacemos. Para qué ha de querer Luz -que más que ser Luz es tu esposa, tu mujer, ergo te pertenece, es tuya-, para qué ha de querer saber lo que haces mientras no estás. Golpéala otra vez si te pregunta de nuevo, golpéala hasta que sangre y luego hasta que llore lo necesario para que limpie el desastre que provoca con sus preguntas. Para qué ha de querer saber la verdad, como si nadie antes le hubiera notificado, le hubiera hecho saber que la verdad nunca ha servido para nada.

Jaime: te convertiste en tu padre. La próxima vez que lo veas, perdónalo y dile que ahora lo comprendes.