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29 de noviembre de 2018

Una mujer que escribe y que hace un jardín en su laberinto. Que guarda las flores en sus manos, como un pequeño rosario de reveses, para que renazcan; que acompaña, con su respiración, el vapor de los sueños.

Si cierro los ojos, la veo también con sus pies en el río de allá, de la  selva a la  que fuimos (la imaginé como un fruto del agua).

Guardo bien las palabras con las que la nombro todavía.


5 de noviembre de 2018

Maremágnum



Qué es esto, que a veces se me presenta como una hojita de clavo bajo la lengua,
Que se desliza por la mitad de mi cuerpo, que digo yo que es vertiginoso.

Este frío que me jala el órgano desde adentro.

Por qué estos sueños en los que derramo la sangre y la orina,

En los que se desdibujan los espectros bajo mi carne, en donde se modula el miedo con sudoraciones y espasmos.

A qué me debo con tanta culpa.

Porque existo y me niego a decir que es otra cosa, me enjuago en el maremágnum que clama mi nombre, que lo exige para colgarlo en lo alto bajo del sol

Y todavía me atrevo a decir, que soy el de la conciencia que se desanuda, que se descascara;

Que me reconozco a la orilla de cualquier calificativo. 

24 de septiembre de 2018

Descascarar

El joven identificó en un capitulo de una serie que es un tema común: Don se siente desconcertado y escribe para ordenarse y nada para aclarar dudas, por eso el joven no deja de hacerlo, para no olvidar este recurso que lo reconcilia consigo mismo. 
 
Aunque ya no con la misma frecuencia, el joven teclea de vez en vez y trata de desanudar un poco el mundo, el suyo: la chica que lo acompaña -o él a ella-; la cajita donde labora; las venitas que abrazan al corazón del hermano. Tantas cosas. Y escribe y piensa y planea, como si la risa de dios no resonara tan fuerte.


uno.
Leyó o releyó Mejor que arder, de Lispector. Le da risa que en verdad sí sea tan fácil descascarar el mundo, doblar los líos mitad tras mitad hasta que quepan en un puño. Qué fácil es resolver el mundo cuando se tienen ganas de habitarlo, piensa, pero el joven qué sabe, él se repite todos los días a sí mismo, como la condena de los fantasmas, y asegura que sí se puede ser feliz, aunque por ejemplo, Valenzuela le repita que no, que así no se puede vivir, no no no, pero ella qué sabe. 

dos.
Se cuestiona si el asunto se quedará sólo entre ellos, rigurosamente entre ellos. Seguro que no, pero se dice, como se suele decir, que va a llevar esto con dignidad, que dejará de lado las voces de esbirros o aliados y que sólo dejará la puerta abierta para que pase ese río de flores que se prometieron dibujar con palabras que se le ocurrieran a los dos. 

9 de agosto de 2018

Diana se encuentra a su ex pareja

Un poco más 

Creí que, al vernos, me llamaría por mi nombre y yo por el suyo,
que practicaríamos ese saludo que había ensayado hace tanto,
que nos miraríamos a los ojos y no nos aguantaríamos las ganas de admitir que de nada sirve la serenidad ni la prudencia



Y que, con todo lo demás, pensé que podría platicarle que crecí uno punto tres centímetros, pero que cuando estoy dormida o me ilusiono mucho, crezco un poco, un poquito más

Ort

4 de agosto de 2018

Al alba

Se acerca la hora de emitir un juicio ¿Qué dirá? ¿Qué es eso que lo salvará? Nada. 

El joven se detiene; detrás están algunos que lo observan. Las miradas se le acumulan en la nuca -una deseara tener la contundencia férrea para desplomarlo de un golpe-. ¿Qué va a decir? ¿Lo correcto, lo honorable; una apología, un verso? Nada. 

¿Qué dirías tú, Coetzee? ¿Qué habrías hecho tú, Eliot? O tú, Paz, dinos de una vez. Porque no me queda claro qué hacen los hombres intachables. 


El joven se cuestiona si pesa más la culpa o el rencor, y luego de dilucidar un rato, concluye que sí: es hermoso el gorjeo de los pájaros al alba. 

3 de agosto de 2018

Enemigo callado

Y como no tenía un enemigo real, quise inventarme uno para mantenerme siempre alerta: un descuido o un error mío (que surgiría de un falso pastoreo o de un espacio hueco para un pivote), me haría maldecir el resto de la vida.

Escogí el nombre y el apellido más insignificante que conocía y luego lo reduje sólo a Pérez: el de la poética subversiva, el del periodicazo en el hocico, el que se busca la propia cola para oliscarla como un uroboros de las suciedades. Le di talla, y aunque hice justicia con las proporciones, fue una figura maltrecha y reducida. 

A veces, cuando tengo mal aliento, le grito largas maljurias a la cara, y en otras ocasiones, le pregunto que si conoce el sabor de los dátiles o el olor de las montañas níveas, pero no me dice nada. 

31 de julio de 2018

Persecución

Es un sueño en el que Pérez camina detrás de mi, a mi paso, sin alcanzarme. 
Yo vengo de la universidad, atravesaré un par de jardines para tomar el autobús y estoy enfadado con Pérez porque otra vez se empeña en perseguirme para que le dé un perdón o algo así. Yo no lo quiero ni ver. 

Le digo, deja ya, lárgate, ¿que no te ocupas en algo más que en fastidiar? Y él retrocede, pero vuelve a mis pasos cuando regreso a mi camino. 

No sé qué le pasa a Pérez, que quiere de mí. Dice que me ha hecho daño, me fastidia esa vocecita que tiene, de falsa inocencia. 

Está detrás de mí en la parada del autobús. Al llegar mi ruta, subo y justo en el tercer escalón del estribo volteo y le doy un tremendo zapatazo en el rostro para que no aborde. Cae al suelo de una. El chofer cierra de pronto la puerta y arranca como si huyéramos de algo. Todos aplauden, aplauden con mucho estrépito, se alzan de sus asientos, el ruido de las palmas es cada vez más ensordecedor. 

Dos: 

A veces el sueño es más sencillo. Doy la media vuelta en el jardín que está justo antes de la parada, y le digo que está bien, que me diga todo lo que tenga que decirme, pero él escapa como los pájaros que se sorprenden con las campanadas. 

15 de julio de 2018

Protocolo del café en la oficina

Ay, mujer, cómo le vamos a hacer para salir de la crisis, si nos tomó tan poco preparados; nos agarró con la cafetera a medio hervir y con los ojos virando para el suelo en intermitencias de cansancio

y uno que está tan cansado de bendecir pañuelos a escondidas, de acurrucarse en pequeñas dosis de pésames y de ibuprofeno.

Eso nos pasa por autorregañarnos con las varitas más duras,
por no cargar con el impermeable cuando entristecemos,
por escatimar cuando se nos ve contentos

y el café que todavía no hierve.

Yo propongo, mujer, que mientras pensamos cómo le vamos a hacer para apaciguar nuestros piensos, no colguemos los dedos en el teclado un momento y nos enfoquemos en dos cosas, que son las màs importantes:
 tú en sacar uñas y colorarlas, y yo en darle play al ruidero...

Ahora me preguntas que qué decías. Te digo que ya no sé, pero que sigas

y que ya casi está el café

22 de junio de 2018

A la cuenta de tres:

Uno:
Recuerdo más o menos que sí, que había un tiempo en que no tenía miedo de decir qué pensaba y hablaba casi siempre de corridito sin que la viergüenza me pusiera una pata para tirarme de nariz al suelo. 

Qué pena me da ahora hablar y qué coraje me da ahora el mundo cuando me equivoco

¡Malditos mequetrefes!, grito a veces para desahogarme luego de mirar a todos lados para asegurarme de estar solo, no vaya a ser la de malas

No vaya a ser que me encuentre a ese que digo que tanto detesto -aunque no sea cierto- y nos hagamos de puños

No vaya a ser que alguien crea que en verdad estoy fúrico por maldecir a nadie y me quiera dar cátedra de controlar el enfado

No toleraría de nuevo escuchar que me tranquilice, que respire, que respire, que ya va a pasar. 

No! No lo toleraría! He dicho que no! 

Y sabes qué haría?:

Alzaría mi puño con el índice erguido y... y... 

Qué pena decir...

Dos:
Porque da pena y da escozor que te encuentren siendo quien eres:

Soy el furioso, soy el que grita para desahogarse, soy el que tresta... tarasta... trastabillea 

Qué pena hallarse a uno siendo quien es. Como olerle el aliento, verle el acné a alguien; encontrar una lágrima o un moco en la cara del otro, o las dos cosas más un gemido. 

Qué pena ser alguien que llora -cúbrase bien el rostro cuando llore y asegúrese de gemir en silencio, no vaya a convocar al abrazo-

Yo pienso que somos más nosotros cuando lloramos que cuando reímos. 

Por eso, cuando practico ser yo, me asomo a un lado y al otro para sentirme en secreto y me dispongo a la lágrima para que caiga al suelo sin que nada la detenga

Sin que nadie tenga que decirme ánimo, ya va a pasar, ya va a pasar, respira -como si no hiciera tal cosa-

Y media para las y...:
Recuerdo más o menos que sí. Que era valiente por mi inconsciencia: amarraba los dedos y apretaba los dientes, y a la cuenta de tres hacía eso que no me animaba 

Decirle a Jazmín que me gustaba aunque su boca no fuera fresca,
Apurar el vaso con la bebida
Saltar de bruces al río 
Y hasta detener la mota en los pulmones 

Ahora a veces me digo que voy a contar hasta tres y que por favor, al final de la cuenta, que ya se haya ido eso que aqueja 

20 de junio de 2018

Pláticas


Escribiré aquí algunas conversaciones muy graciosas que amigos han tenido con otras personas y me han platicado, y que no quisiera olvidar por lo mucho que me hicieron reír. 

Baruch vs los deberes de la casa

Entra ella al hogar -desde el camino a casa ella se repetía “si Baruch no lavó el baño me voy a encabronar, si Baruch no lavó el baño me voy a encabronar, si Baruch el baño encabronar; Baruch, baño, encabronar”. Al cruzar la puerta, Baruch se levanta con estrépito del sofá y suelta el mando del Xbox. 

-Valenzuela, ya veniste- le dice con voz nerviosa

contesta ella con desgano, lo mira adormilado, como si no se hubiera movido del sofá en todo el día 

-Baruch, ¿verdad que hiciste ya tu parte de la limpieza?
-este... quería hablarte de eso

Valenzuela se muerde la comisura de los labios y se tuerce un poco los dedos para no estallar. 

-qué me querías decir sobre eso? 
-estaba pensando en que yo no debería limpiar el baño...
-qué estás diciendo, Baruch? Ya hemos platicado que todos vamos a hacer algo...
-Claro-claro, no es eso, me refiero a que yo debo hacer otra cosa, pero no el baño, eso no me debería tocar a mi
-Baruch...- a ella se le rompía la pasciencia
-es que, sabes? Estaba pensando en que yo no debería lavar el baño porque yo no lo ensucio 
-qué estás diciendo, Baruch? 
-sí, es en serio. Siento que yo no lo ensucio
-pero Baruch, todos usamos el baño, es el único de la casa
-ah claro, sí lo uso, pero no lo ensucio
-por dios, Baruch... 
-es que deja te digo... yo cuando hago del dos, procuro que todo se vaya por el agujero del retrete y luego luego de que hago le jalo a la palanca para que se vaya rápido 

Cuando me platico Valenzuela yo estallé de risa, pero ella al escuchar eso no daba crédito. 

-Baruch, es en serio lo que me estás diciendo?
-Sí, en serio, todo lo hago rápido para que no se ensucie el baño, no son ni 20 segundos
-no puedo creer que lo digas en serio. A ver... mira: cuando haces popó... 

Y luego le explicó de manera detallada sobre hacer del baño y sobre cómo hay gérmenes en todas partes. 





¿Por qué no haces caviar?

Él llega a casa luego de trabajar, su madre le sirve de comer frijoles y le dice

-siempre comemos lo mismo. Ya un día deberías hacer otra cosa, ¿por qué no haces caviar?
-y eso qué es? 
-pues carne, jefa, ¿qué más?

9 de junio de 2018

Apuntes VIII

El método 

A veces esta presencia extraña entra con calma y con sigilo, pero a veces con calamidad, cuando quiere que inevitablemente me dé cuenta que está aquí, que entró al romper la ventana o por algún otro hueco de la casa que Athá-Ilá y yo no hemos cubierto aún. Cuando entra de esta manera, logra hacernos más daño.

Esta mañana ha entrado de nuevo así -con furia, dando portazos en cualquier planicie-. Ilá reposaba en el sofá junto a mí y yo recién había tomado un libro y me disponía a leerlo, pero entonces escucho el escándalo de su llegada y le hago la señal a Athá para que sigamos el protocolo que hemos practicado durante tiempo.

La señal es ésta: sea ella o sea yo quien identifique la intromisión, nos miramos a la cara y gesticulamos como si fuéramos a lanzar un fuerte grito, pero sin separar los dientes, y cuando el otro lo ve, hacemos lo mismo para confirmar el entendimiento i got it, roger-roger.

El protocolo es éste: es difícil, pero la historia de los magiares y los bereberes nos ha demostrado que funciona -Athá-Ilá dice que lo leyó en un libro especializado en estas conductas, y le creo: fingimos nuestra desaparición, es decir, simulamos que no tenemos alma, que solo está nuestra parte orgánica con un mínimo funcionamiento, como respirar, parpadear, salivar, mover los bigotes y las orejas.

Los resultados son éstos: la última y única vez que pusimos en práctica nuestro método, nos había tomado por sorpresa; Jugábamos a que Athá me perseguía para morderme y yo escapaba de ella por toda la casa, dando tumbos y traspiés (nos divierte en demasía este juego porque a ella le da gracia verme dar estos saltitos para esquivar sus duras dentelladas y a mí me gusta que gastemos todas nuestras energías antes de dormir), aconteció, entonces, que entró esa presencia extraña y lancé mi careta a Athá para advertirle, pero ella no se dió cuenta y no se detuvo, me empujó con su enorme fuerza y caí con estrépito al suelo, aún así, conseguí lanzar de nuevo la señal y por fin, Athá-Ilá lo entendió. La presencia entró a la habitación donde estábamos con un fuerte grito, como si le llorara a un muerto, pero ni mi compañera ni yo hicimos nada, y nos recorrió el cuerpo completo y nos jaló un poco de los párpados para que lagrimáramos con ella, pero nos supimos comportar y no dijimos nada, ni nos pronunciamos al respecto hasta que se hartó de olisquearnos y se marchó. Esto fue un gran avance, porque en otras circunstancias hubiera hecho notar que me enfurece que hostigue a Ilá, y al hacer eso, la presencia queda satisfecha, regresa de nuevo al lugar por donde entró y pega una risa que dura en la casa durante varias semanas sin que Athá-Ilá o yo podemos ignorarla y esto, está demás decirlo, nos saca de quicio.

Esta mañana estamos de nuevo a prueba: entró de nuevo esa presencia extraña a la casa, tiró un portazo a la pared y se dirigió a nosotros (en la casa siempre estamos juntos). Ella envía la señal y yo la recibo. Esta vez la presencia parece entender lo que sucede y toma una nueva forma, la mía. Se acerca a Athá-Ilá y le grita que detesta su compañía siempre simulada e hipócrita, que la odia porque de nada ha servido haberla inventado y fingir que a veces estamos contentos "para qué demonios me sirve inventar una Athá-Ilá que sea inútil y melancólica" le grita, pero Ilá no responde, mantiene la respiración larga y tranquila que teníamos ensayado. 
Como no funcionó con ella, vira conmigo con la forma de mi compañera; se sienta delante de mí y me tuerce los labios con un gesto malicioso "no estás fingiendo nada, este eres tú y este es tu comportamiento natural, ser una persona inmovilizada y sin trascendencia, y si te crees que al alejarme y cerrar las puertas y ventanas las cosas van a ser distintas, debo decirte que es un enorme fallo tuyo, porque tú crees que tu vida se desploma por mi culpa cuando sabes que esto no es cierto, yo vengo a recoger los restos de lo que tú te provocas", pero tampoco digo nada. 

La presencia dice que con eso es suficiente y se retira. Yo, desde donde estoy, miro a Ilá y ella también me mira, no nos decimos nada. Mantenemos esta pose durante toda la tarde hasta llegar el anochecer. Después dormimos de la misma manera sin decirnos nada.


ort



6 de junio de 2018

De cómo perdí la vista

Para qué discutir sobre lo que seremos si aún no sabemos lo que somos
Granada. K.G.

Uno.

Crucé por todos los pidemontes al norte de Bisharrí cuando tenía 14 años. Me perdí entre las cordilleras y los altos cedros y ya nadie supo de mí, ni de mi nombre, y pocos fueron los que me buscaron durante algún breve tiempo.

Llegué al Bosque de los Cedros de Dios y encontré al loco que vivía ahí. Le lloré y le dije que estaba perdido y él me dijo que qué más daba. Le confesé que yo quería salir. Me preguntó que si ya había encontrado lo que perdí y yo no entendí que quería saber con eso: Yo había huido de casa porque estaba fúrico, recordaba el rechazo de los padres y padecía aún el dolor de perder al hermano único ¿qué hacer ante tal desplome?

El loco me dijo que me quedara aquí y que tendría la alegría del olvido.

-Este es el bosque de Dios, y ellos -dijo al colocar una palma sobre un cedro-, ellos son los hombres que le han orado durante cientos de años.

Agradecí sus palabras y viré. Yo no he querido ser nunca un árbol, siempre he querido ser un pájaro de largos tañidos.


Dos:

Yo no soy policía ni de lo moral ni de lo inadmisible. El loco lo sabe, por eso puede andar desnudo delante de mí, o decir las cosas que dice sobre la gente. A veces quiero ser como el loco y decir las cosas que pienso desde lo más oscuro de mi corazón.

Algunas noches, cuando el loco finge no verme, simulo que lo hago: me desnudo y me coloco delante de los charcos y dejo caer mi Yo con estrépito. No sé si soy una pequeña hoja que cae de un árbol seco o florido.

Tres:
A veces el loco desentierra los hombres dormidos que hay en las raíces de los Cedros de Dios. Hoy adopté uno, nos ponemos de frente para platicar:

-Hace cientos de años, tal vez muchos más, las contradicciones eran más fáciles de resolver. La fe era ciega y absoluta aunque el llamado del cielo también era mudo.

No entendí. Nunca he querido entender.
Le ofrecí arándanos y dátiles, le ofrecí rodear otros árboles lejanos al de su custodia.

-Mínima liviandad, compañera de mi cuerpo ¿en dónde estás?

El loco le susurra que aún no es tiempo de volver, lo arrastra de la mano hasta su nicho. La mayoría de ellos, dice mientras rocía el cuerpo del hombre con tierra húmeda, la mayoría de ellos duermen incompletos, intranquilos.






16 de mayo de 2018

Fotografía del padre junto a una mujer

La cuarta vez que el padre cruzó la frontera lo hizo por avión, con documentos de una persona que se parecía mucho a él –mi padre es como muchos hombres. Ya había pisado el desierto, ya había montado a La Bestia y también ya había nadado por el río. Antes de irse esa cuarta y última vez, mi madre le insistía que ya mejor se quedara: pronto mi hermana y yo seríamos adultos y dejaríamos la casa eventualmente, para qué ese afán de volver al norte; pero mi padre respondió, como siempre le respondió, que tenía que hacerlo porque era su responsabilidad.

Mi padre se iba y no sabíamos nada de él por semanas: si el tren le atravesó el cuerpo, si el sol lo disecó por completo. Las noticias de su triunfo sobre el norte nos llegaban con una maleta repleta de muchas cosas para nosotros: celulares, computadoras, videojuegos, y a veces cartas con cosas que se le olvidaba decirnos antes de que se fuera.
No recuerdo si en la segunda o tercera vez que nos llegó esa maleta, encontramos un celular con fotografías suyas que olvidó borrar: paisajes de Estados Unidos y un poco de pornografía. Entre ese compilado extraño de erotismo vulgar y naturaleza muerta, había una fotografía de él muy cerca de una muchacha muy bonita, en un semi abrazo que delataba costumbre entre ambos cuerpos. Mi madre nos dijo que esa fotografía no la borráramos y que tampoco olvidáramos ese rostro, por si en algún momento le tengamos que poner un nombre.

ort

6 de mayo de 2018

Conjuro de la sangre sobre el fuego

dos:

En una mano empuña la daga, en la otra mi palma; se aferra a ambas por igual, y aunque no comprendo y me aterra el chirrido de la Flama al centro del recinto, no cerraré los ojos y confiaré.

Repite que no tiemble ni ahora ni después, con la cabeza le aseguro que ya no lo haré, que resistiré. Sin vacilar acerca el filo a mi palma y deja que se resbale en un tajo rápido y profundo, salta mi sangre y se irriga la Flama.

El grito se me ahoga en la garganta, la llama combustiona. Contaré hasta seis, dice, y si en ese momento no has sucumbido, nada te va a detener. Me mira con risa: Tú no estás preparado para esto.

Lo veo todo desde lo hondo de sus ojos: tirará de mi mano y la restregará sobre las brasas, y ella confiará en que yo no grite o que por impulso me aleje o le pida que se detenga, que le diga que tenía razón, que no estoy preparado para esto, que fue un error haber venido, que me arrepiento; ella continuará: dos, tres... y mi grito crecerá hasta no caber en el recinto y la Flama saldrá de esas piedras que la contienen y se elevará como si naciera de una larva. Si eso sucede, espero ser merecedor de su fuego, dejaré que el ardor me abrace hasta cumplir la transmutación, y entonces ya no rendiré los puños y mis ojos no segregarán más agua, y buscaré a mis enemigos, encontraré a mis enemigos, cuatro, cinco... Cuando encuentre a mis enemigos, no restallará mi odio sobre su espalda durante una tarde completa porque tendré en mente mejores cosas para ellos, ya nadie tendrá miedo, a nadie se le quebrará la voz, siempre arderá la luz.

Tú no estás preparado para esto, repite, y antes de que ella haga algo, despojo mi cuerpo por completo y me entrego a la Flama.

ort

26 de abril de 2018

Iniciación del conjuro de la sangre sobre el fuego

Que llegara entonces y me condujera al recinto donde se encontrara la flama, me dijera que me colocará de rodillas y yo obedeciera.

Me preguntara qué quisiera de beber entre té, o café o chocolate o canela o atole, y yo le pidiera solo agua, le dijera "solo agua está bien", que al apurar un largo trago descubriera que fuera mezcal.

Se sentara delante de mí y me mirara, me mirara meticulosamente: de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, de afuera hacia adentro, y de adentro ya no volviera. 

Acertara que tengo un poco de miedo, pero que jamás habría llegado ahí si no fuera algo mayor que ya no me contuviera; que me dijera: tú no te preocupes, nada de lo que te aqueje es más fuerte que tu voluntad, y entonces yo pensara que en otras circunstancias haber escuchado eso me habría provocado una risa maníaca. 

Que ella atizara sus manos en cenizas y aceites, que se persignara al revés: besara primero sus dedos y destrazara las cruces; que recitara oraciones oscuras que hablaran de sacrificios, de la miseria y de la sangre de mis enemigos. 

No tiembles ni cierres los ojos, advirtiera ella, luego diera un trago hondo al licor de su mesa para luego escupirlo sobre la flama y yo escuchara el chillido de las brasas como quejidos humanos. 

No tiembles ni cierres los ojos, advirtiera ella poco antes de sujetar con su diestra mi mano y con la siniestra la daga.

ort

19 de abril de 2018

Cuento en el que se me acabaron los recursos y terminé nomás así

CAMBIO DE ARMAS


Satatán, el Enorme, seguía victorioso luego de la tercera contienda, y entonces, a nada de arremeter para vencerlo, pidió tiempo para un cambio de armas. 

Todos nos preguntamos porqué lo habría hecho si estaba a punto de vencer. 

Escogió la maza porque era sanguinario y podía con ella; se imaginó estrellarlo sobre su adversario: Íla, el que lanzaba conjuros, el que se mueve como las sombras. Imaginó impactarlo tantas veces hasta abrirle el cráneo como una flor. 

Íla se sintió abrumado, pero no vencido. Quería regresar a casa como diera lugar. Si lo lograra, tiraría su báculo y su escudo y atravesaría, por fin, libre las rejas, descendería el cerro con sus piedras y flores, caminaría la llanura las noches que fueran necesarias para luego atravesar los ríos que se le atravesaran. No podría perder contra el Enorme jamás, nunca, de ninguna manera, así pensáramos lo que pensáramos nosotros, los que desde las gradas esperábamos que por fin Satatán empuñará la maza y se diera el encontronazo cuerpo a cuerpo. 

Pero Satatán no se decidió por la maza porque atinó en que eso lo haría más lento y él, maestro en todas las armas y experto en los combates, sabía que un buen golpe de Íla, el que se escabulle como el viento, podría dar vuelta a las cosas. Mejor pidió las cadenas arpadas, bastaría que se prensara de un gancho para ya no librarse de él, dejaría caer sus puños sobre su desnutrido cuerpo hasta el sonar de sus huesos. 

Si Íla venciera y ganara su libertad y cruzara rejas, llanuras y ríos, se encontraría con Magdalena; le diría que por fin llegó, que lamenta haber tardado; le pediría sopa con jarabe de yuca, por la noche le pediría que se desenvolviera de su ropa y se durmiera con él para dormir juntos en un mismo nudo. Con eso en mente, Íla se tiro al suelo en una genuflexión y se lanzó un conjuro que solo se recita cuando los hombres emprenden grandes hazañas. 

Y nosotros nos preguntábamos si eso iba a ayudar, porque sabíamos que el pisa suave era buen lanzador de conjuros, pero luego de tanto tiempo en el encierro, dudábamos de que aún sirviera su magia. 

Como el Enorme siempre se toma a cosa seria las hechicerías y maldiciones, dejó de vacilar y se determinó a cabar la contienda. Regresó a la espada que había dejado al principio, porque era el mejor en ella, y pisó resonante una vez más la arena. 

Íla tiró el escudo y se aferró solo al báculo, lo mismo Satatán con la espada. Y nosotros asegurábamos que ese iba a ser el espectáculo que pedíamos, que se derramaría la sangre que exigíamos a gritos, pero aquello terminó rápidamente. 


ort

31 de marzo de 2018

Negrín

A veces surge en la noche, de los cajones vacíos, del viento frío afuera de la ventana o de las pequeñas y sencillas hojas congeladas; despierta con hambre y con el enfado de un niño que busca que romper. Se proyecta como en celuloide: inicia con la sensación de un diente helado y recorre poco a poco el cuerpo con la misma incomodidad de la cosquilla, es ahí cuando se concibe la tabula y se repiten las cosas nunca escritas:

uno: que era un gran inventor y que estaba solo en una isla donde no quería ser encontrado

qué aburrido hubiera sido ser como los demás; Negrín nunca permitió la nitidez de las cosas, desenfocaba hasta el borde en donde casi se desentendían los objetos, luego jugaba con ellos. Negro-Negrín era un artista del juego, cualquier objeto visible o manipulable provocaba la risa con mínimos ajustes: las hojas de los árboles mudaban en pájaros y las piedras en edificaciones conclusas.

Negrín, el artista de las transmutaciones, de los artefactos hechizos e incomprendidos.



dos: que a nadie le pedíamos perdón, nunca quisimos hacerlo

Acontecía que una nube oscura se alzaba del suelo y poseía a Negrín. Le hacía doblar las piernas y los brazos en contorciones arriesgadas; le hacía cambiar su lenguaje a uno de gritos guturales y aullidos insonoros. Los dedos torcidos, la boca amordazada. Sus ojos perdidos, como un pajarito que no sabe a donde volar. Nosotros, los que desde pequeños aprendimos que sería una manifestación constante, diseñamos un protocolo que repetíamos con solemnidad, como el ritual en el que se espera de rodillas y se repiten palabras.

La gente no lo entendería ni tendría por qué importarle. A nadie le hemos pedido siquiera que posen su vista sobre nosotros ni que nos dirijan la palabra, ni que nos concedan de su compasión o nos regalen abrazos o nos repartan palmaditas al hombro, a nadie le hemos pedido que nos regalen atención o que disparen bengalas y hagan girar las sirenas.

La gente se incomodaba porque a veces Negrín luchaba contra su propio cuerpo. Nosotros, los que lo amábamos, siempre lo íbamos a amar, y entre nosotros nos entenderíamos y nos dirigiríamos palabras, nos regalaríamos abrazos y nos concederíamos atención. Pero sucede que a mucha gente le incomodaba retrasar el viaje o detener el tour, o se exasperaban porque ya todas las bengalas caían del suelo como estrellas inútiles y porque todos juntos habían emitido el mismo grito de auxilio y al llegar la gente que tendría que hacer algo, nosotros les decíamos que no, que no era necesario, que así no funcionaban las cosas, y se desesperaban aún más porque el cuerpo de Negrín tardaba en recuperarse de una batalla que siempre libraba.









27 de febrero de 2018

Prueba piloto

I (recuerdo vago)

Los jóvenes salen del cine y él, con una torpe sonrisa de satisfacción, simula pasos absurdos como queriendo imitar el filme que acaba de ver. Le parece que en realidad no es una película tan buena, pero que lo haya puesto a bailar esas sandeces, es síntoma de algo alarmante (por favor, ¡a qué tonto le gustan los musicales?). Ella, ríe así sin más y encadena sus boberías con más sonrisas y aplausos para motivar al joven aprendiz de baile. Él le pide su mano para bailar y acepta -ella siempre se presta a este tipo de juegos y el también acepta los suyos, la varía invención entre ambos es inagotable-.

II (de las cosas que hacían cosquillas a los costados del torso, y que nunca quisimos que se detuviera)

Lo piensas de distintas maneras, pero no es posible negar que fueron buenos momentos, que fuiste feliz, que eso era tentativamente la felicidad. 

Te imaginas con ella del brazo y por una enorme calle nevada; te imaginas con ella nadando bajo una cascada tibia; te imaginas con ella reposando los sábados y los domingos; te imaginas con ella arrojando bachichas de cigarro a la gente más ebria del bar; te imaginas con ella llorando porque la vida es una cabrona o algo así. 

(Cenan desnudos, se comparten la pasta dental y antes de acostarse, se dividen el espacio de la cama aunque luego no se respete.)

Lo piensas de distintas maneras, pero no puedes negar que fueron buenos tiempos.

III (prueba piloto)

Admito que me equivoqué en muchas cosas y que no fui muy sincero. Que me fastidia no tener la suficiente inteligencia emocional ni la madurez como para ser feliz sin que explote la caja de mi mente.

En fin. Hemos hablado largamente de que esto es madera que ya ardió y nos agradecemos haber coincidido y tenernos la confianza de haber sido cómplices de épocas de irse todo a la mierda. (Maldita sea, no sé qué decir que no suene a folleto de Pare de sufrir o  a una Guía práctica para ser felices, carajo).

 La imagino a ella en diferentes proyectos en donde no me incluye y no por eso sus aspiraciones se restan.  La imagino a ella en una felicidad certera. Fuimos una excelente prueba de que podemos ser felices. 

Ojalá yo llegue a ser tan feliz como ella. 



12 de febrero de 2018

Apuntes


VII (Visita)

Creo que es verdad todo lo que dice Athá-Ila sobre el cansancio. Y aunque le creo, no le digo nada, no me inmuto. Entonces cierro los ojos durante mucho mucho tiempo y al despertar ya ha oscurecido en mi habitación. Athá-Ilá se cansó de hablar y durmió delante de mí: su boca abierta, un hilo de baba le escurría hasta gotear al suelo.

La cubro con mi chamarra para que no sienta frío, la lleno de besos y recorro con mi mano el pelaje de su nuca, es tan cálida cuando está dormida.

Camino a tientas por la habitación, luego por el pasillo y es hasta la cocina donde enciendo las luces y al hacer suitch aparece, como la formación inmediata de una nube, la figura de una mujer que me sonríe como para no asustarme, como si tal.

Me saluda con voz suave, pretendiendo que ella es amable y yo un tonto. No le digo nada. En verdad le tengo miedo, pero no se lo demostraré con un grito ni dejando ver la temblorina de mis rodillas. Le doy la espalda y finjo que prepararé café y eso es lo que haré todo el tiempo hasta que se aburra y me deje en paz.

Fingiré que no me nombra, que no me mira. Ella se acercará a mí por los lados y sabrá que la miro con el rabillo del ojo; hará un gesto con su mano, con el dedo índice y me dirá "ven, ven" moviendo de adelante hacia atrás su índice como si gatillara un disparo.

No, no, no y no. Me repetiré desde lo más hondo de mis pensamientos, para que no me escuche. No. Si quiere que hable con ella tendrá que buscar otro modo y no ser tan invasiva. Se me ocurren un par de cosas, solo por poner ejemplos:

UNO: que durante el alba, cuando Atha-Ila persigue los primeros sonidos de la casa, timbre y espere en la puerta hasta que me vista bien y la atienda "Buen día, ¿en qué puedo ayudarte?. Voy de salida al trabajo, ¿quieres acompañarme durante el camino?", le diría.

y DOS: que durante el ocaso, cuando vuelvo otra vez a esta mi casa con este yunque sobre el cuerpo, con las hartas ganas de querer romperme; entre sin avisar por la ventana y me pida bailar un poco,  antes de que me eche a llorar como las cosas que de repente lloran.

–Vamos a bailar, un poco, tan solo un poco -me preguntaría. Sólo así se ganaría mi confianza; le abriría todas las puertas de mi casa, incluso las que están bajo llave, las puertas que dentro de sí esconden baúles, armarios y cajones, podría entrar a cualquier rincón de este hogar.- Ándale, vamos a bailar una canción tranquila los tres.

Y aunque en verdad quisiera, le diría que no, que muchas gracias, que estoy muy cansado.

9 de febrero de 2018

Apuntes sobre Piedra y el remolino de la mañana

I

¿Por qué Piedra se despierta con quizá el mismo dolor de cabeza que el mío y me mira (los ojos rojos, la mirada medio perdida) para decirme que qué onda?

¿Por qué no hemos llegado a nuestras casas y nos quedamos con Calavera? ¿fue demasiado buena esta juerga que nos hizo beber de más, pero Piedra y yo no les toleramos el paso, y luego de secuencias entre cortadas uno a uno fuimos cerrando los ojos: primero Piedra, luego yo?

Ahora Piedra se alza, me mira a los ojos y me dice que qué onda y yo le digo que nada, que aquí nomás, que ya amaneció. Entonces Calavera entra, nos dice que qué onda y repetimos. ¿por qué Calavera nos dice que tenemos que dejar la casa antes de que llegue su esposa? ¿por qué doy un trago hondo a una bebida olvidada antes de cerrar la puerta y dejar a Calavera del otro lado?

¿en qué trabaja la esposa de Calavera?

Afuera, Piedra y yo nos preguntamos si tenemos hambre y nos decimos que sí, que mucha, que necesitamos un caldo caliente y al menos una cerveza para que el día no sea un desastre. Nos proponemos ir a una fonda y pagar entre los dos, nos decimos que está bien.

¿Por qué Piedra solo habla con ese lenguaje de síes y noes, quién le regaló tantos nosés que ahora los reparte para todos y en todas ocasiones?

-Nos sentamos aquí? de este otro lado está dando más fuerte el Sol y a mí el Sol, no sé tú, me está rompiendo la cara, la cabeza
-sí

Cuando Piedra sorbe de su cuchara, se escucha un silbido como si fuera el tañido de una flauta. Un sonido ascendente y cómico que nadie más percibe o no quiere percibir. Si tuviera la suficiente confianza, le diría que su silbido me da risa. Me río, pero él no me pregunta por qué.

20 de enero de 2018

No sé a qué edad (tuya o mía) nos conoceremos (tú a mí o yo a ti), ni cuáles serán las primeras palabras (mías o tuyas). 

No sé con qué gracia nos amparará el destino (el tuyo o el mío), que nos pueda recoger en un abrazo (el nuestro) y nos haga (me haga) por fin decir (decirte) que nos encontramos para hacernos ( tú a mí y yo a ti) lo que se dice felices. 

17 de enero de 2018

Uno: de la ludopatía aún no controlada



En algún rincón del mundo. En algún fragmento del tiempo (pendiente de acontecer o ya sucedido), Mónica cierra los ojos con fuerza y se lleva la palma a la nariz en un movimiento semirápido, cuasiveloz. Plaz! Cachetada al rostro. 

Y es que su padre hace una vez más de las suyas y esta vez no hay quien lo pare:  Se ha metido a la fuerza a jugar con los menores el juego de mesa históricamente peligroso para la dinastía Tiscareño. Billetes aquí, casitas de plástico allá; dados caen y ruedan con el mismo recorrido abrupto de la imprudencia del padre. 

Pero Mónica sabe que tiene la culpa, como si no supiera de la carcajada bárbara que le estalla al padre cuando los números le coinciden, o del aullido gutural que emite cuando no. Mira que proponer ese juego con visitas en la casa, por qué? Por qué!

Y eso es precisamente lo que está provocando que Mónica se reparta palmas a la nariz: dos seises le hicieron al padre caer de espaldas; dos treses le derramaron la bebida a la compañera; y un par de cuatros le dirigieron un codazo a la cara del jugador vecino, al chico guapo, al que Mónica ama en secreto. 

-papá! -grita Mónica, mientras el chico (la verdad es que ni tan guapo) se pega la nuca al cuello para detener la hemorragia en la nariz. 
-perdóname, hija, no quise apenarte delante de tus amigos... menos delante del que te gusta
-papá!!!!!





12 de enero de 2018

Castigo

Abbas, aquél que perdió la vista  de un ojo por ver a una diosa morir, desenterró del desierto a un hombre cuando huía de su pueblo. Al incorporarse el hombre, éste le tomó de la mano y recitó una oración que se otorgan a las personas que emprenden grandes empresas, como alguna vez la esposa de Abbas se la otorgara cuando partiría a La Capital para asesinar a su hermano rey; "pero por qué me otorgas esta oración en vez de sólo agradecer" preguntó Abbas. "Hombre, no sabes lo que acabas de hacer, has desenterrado al último gran demonio del desierto, ahora tu vida estará llena de malaventura, perderás la razón y todo tipo de conocimiento, no sabrás distinguir entre la realidad y la pesadilla". Una vez dicho esto, el hombre se pulverizó y una corriente de aire arreciado se lo llevó. Abbas alzó la vista de su ojo bueno, la arena cambiaba de forma, se contorsionaba para adquirir nuevas estructuras sólidas, edificaciones grises. Una vez efectuados los cambios, Abbas se convirtió en una persona anónima que camina por el mundo sin saber adónde ir.


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3 de enero de 2018

Vapulear sin querer

De la plática que repetimos algunas veces mientras se calienta el café

Negra me platica de sus cosas y yo le platico de las mías. Le digo que yo, siendo quien soy, no me daría la oportunidad de nuevo. Y es lo mismo que platico con Valenzuela.

Valenzuela me platica que vuelve y vuelve y vuelve a encontrarse con la misma persona. Se miran. Se besan. Y cuando hacen el amor, se golpean, pero creen que es sano porque dicen que es sano el amor. De eso es de lo que me platica Valenzuela, del amor y la violencia, de la sangre que hierve; del cuerpo de su chico, Vicente, sobre el cuerpo de otro hombre vapuleado, porque "Esta loco, de verdad está loco. Se juntan él y otros hombres para golpearse (...), se para delante del hombre que golpeó y se deja escurrir la sangre sobre él, como si se glorificara por haberlo lastimado". Ella me dice que si se puede superar la violencia, se puede superar todo. Yo pienso que la violencia es una bestia dormida, que despierta con hambre; que es un niño que derrama la leche y no pide perdón a nadie porque no fue su intención. 

Pero de lo que no platico con Valenzuela, es de las cosas mías porque me apena decirle en verdad cómo soy: Cómodo con las repeticiones, despierto con la esperanza de que el día no sea tan distinto. Siempre espero dormir un poco más. No me emociono de conocer nuevas personas porque creo tener la cantidad justa de mis amistades, con ellos hablo lo suficiente a través de memes y chistes repetidos, o juego FIFA los viernes que descanso (FIFA, Valenzuela; es en serio: ¡FIFA!). No hablo con Valenzuela sobre la chica con la que salía porque incluso a mí me da pena pensar en eso, pero sí le hablo de la chica con la que siempre pienso, pero se aburre de escucharme porque es una historia repetida y a ella le aburren las historias que se repiten, que se repiten. 

Por eso, cuando platico con Negra, las cosas son más cómodas porque tienden a ser platicas cortas que casi siempre van al grano, no vaya a ser que algo en el trabajo nos distraiga y nos deje a medias. Ella me platica y luego yo le platico. A veces, desde nuestras experiencias personalísimas, los grandes temas que contar son los mismos: una persona se vuelve a ver con otra porque piensa que será mejor que antes. Le digo que yo, siendo quien soy, no me daría la oportunidad de nuevo. Sin embargo, así están las cosas: despierto con la esperanza de que haya un mensaje que leer o durante el día pienso en cuál sería el hilo negro de su sonrisa y pruebo suerte en compartirle las cosas que me hacen reír; a veces no me parece tan tonto creer que los dos ocupamos el mismo espacio en el pensamiento (el donador de almas), pero que ella siempre está callada. Negra no me lo dice por completo -porque algo siempre nos distrae-, pero supongo que algo le pasó hace tiempo, hasta que se cansó de repetir.


De gente tan mala, tan mala, que no titubea y dice delante de toda la familia que ya no cree en dios

Supongo que Valenzuela vuelve con su chico porque no lo ve como una repetición (hard reset cortesía del apetito sexual), sino como un nuevo comienzo. Entonces lo ve y no encuentra al hombre que vapulea o que le muerde los pezones con imprudente fuerza durante el acto, sino a una persona que tenía un oscuro pasado que poco a poco ha sabido apaciguar. Ahora lo ve como una flamita larga y tersa que mantiene firme su plasma durante toda la mecha. Yo no voy a negar que ese hombre pudo cambiar, que dejó de salivar como un perro cada que alguien le discutía algo (qué estás mirando, pendejo). No lo voy a negar porque todos, de alguna manera, hemos querido ser mejores personas para alguien que decimos amar.

Y me apena (en realidad me enferma) que muchos hombres seamos como él, un Vicente que lastima a personas con golpes no necesariamente físicos. Que muchos hombres estemos copipasteados del mismo archivo (Big data de las chingaderas, con pene y excusas de diferentes tamaños). Entonces, no estaría tan mal ahora que lo pienso: juntarnos los hombres de nuestra calaña para hacer un club de la pelea en el que nos autoexterminemos por culeros.