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16 de mayo de 2018

Fotografía del padre junto a una mujer

La cuarta vez que el padre cruzó la frontera lo hizo por avión, con documentos de una persona que se parecía mucho a él –mi padre es como muchos hombres. Ya había pisado el desierto, ya había montado a La Bestia y también ya había nadado por el río. Antes de irse esa cuarta y última vez, mi madre le insistía que ya mejor se quedara: pronto mi hermana y yo seríamos adultos y dejaríamos la casa eventualmente, para qué ese afán de volver al norte; pero mi padre respondió, como siempre le respondió, que tenía que hacerlo porque era su responsabilidad.

Mi padre se iba y no sabíamos nada de él por semanas: si el tren le atravesó el cuerpo, si el sol lo disecó por completo. Las noticias de su triunfo sobre el norte nos llegaban con una maleta repleta de muchas cosas para nosotros: celulares, computadoras, videojuegos, y a veces cartas con cosas que se le olvidaba decirnos antes de que se fuera.
No recuerdo si en la segunda o tercera vez que nos llegó esa maleta, encontramos un celular con fotografías suyas que olvidó borrar: paisajes de Estados Unidos y un poco de pornografía. Entre ese compilado extraño de erotismo vulgar y naturaleza muerta, había una fotografía de él muy cerca de una muchacha muy bonita, en un semi abrazo que delataba costumbre entre ambos cuerpos. Mi madre nos dijo que esa fotografía no la borráramos y que tampoco olvidáramos ese rostro, por si en algún momento le tengamos que poner un nombre.

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6 de mayo de 2018

Conjuro de la sangre sobre el fuego

dos:

En una mano empuña la daga, en la otra mi palma; se aferra a ambas por igual, y aunque no comprendo y me aterra el chirrido de la Flama al centro del recinto, no cerraré los ojos y confiaré.

Repite que no tiemble ni ahora ni después, con la cabeza le aseguro que ya no lo haré, que resistiré. Sin vacilar acerca el filo a mi palma y deja que se resbale en un tajo rápido y profundo, salta mi sangre y se irriga la Flama.

El grito se me ahoga en la garganta, la llama combustiona. Contaré hasta seis, dice, y si en ese momento no has sucumbido, nada te va a detener. Me mira con risa: Tú no estás preparado para esto.

Lo veo todo desde lo hondo de sus ojos: tirará de mi mano y la restregará sobre las brasas, y ella confiará en que yo no grite o que por impulso me aleje o le pida que se detenga, que le diga que tenía razón, que no estoy preparado para esto, que fue un error haber venido, que me arrepiento; ella continuará: dos, tres... y mi grito crecerá hasta no caber en el recinto y la Flama saldrá de esas piedras que la contienen y se elevará como si naciera de una larva. Si eso sucede, espero ser merecedor de su fuego, dejaré que el ardor me abrace hasta cumplir la transmutación, y entonces ya no rendiré los puños y mis ojos no segregarán más agua, y buscaré a mis enemigos, encontraré a mis enemigos, cuatro, cinco... Cuando encuentre a mis enemigos, no restallará mi odio sobre su espalda durante una tarde completa porque tendré en mente mejores cosas para ellos, ya nadie tendrá miedo, a nadie se le quebrará la voz, siempre arderá la luz.

Tú no estás preparado para esto, repite, y antes de que ella haga algo, despojo mi cuerpo por completo y me entrego a la Flama.

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