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30 de enero de 2012

El cuento de Dalia y Aurelio

I
Dalia, ego centrista, te arroja como piedra a un riachuelo. Le gusta verte hundiéndote, le gusta ahogarte. Dalia, nocturna, espera a que lamas su cuello y le provoques tu sensación en la piel, que sacudas sus cabellos con tu soplido y que te quiera tomar entre sus manos sin que pueda hacerlo. Le gusta sentirte callado, le gusta silenciarte.

No. No eres una piedra, no eres el frío, tampoco el viento. Aurelio, si tienes la desolación estática de una piedra, tu temperatura es inferior a la de su tacto y sus suspiros te son legibles: ¿por qué no estás con ella?

Dalia, soturna y melancólica, camina sola en un parque. Tú le replicas.

II
La miras, Aurelio, todo el día la miras sin que se dé cuenta. Por qué no le hablas. Dile que la sigues, que repites sus pasos por el parque, que imitas su cacofonía. Tú también cazas flores, por que ella lo hace, dile que estás juntando las más bonitas para ella. Dile de los nenúfares que bailan, dile de las flores que brillan y que están debajo del agua, te gustan tanto porque son como ella. Dile sin tartamudear. No puedes, Aurelio, esa maldita disfemia te interrumpe el valor. No lo hagas, no le hables. Envenenarías su voz, su hermosa boca pitiminí; su tararear pulularía tu sangre y te apenarías.

III
Mírala bien, Aurelio, no te apenes. Nadie le habla. Dalia, su piel es quemada. No, mírala bien, es una cicatriz que deforma su cara. Su boca, no sé si roja o si amarilla, no comenta si ríe o si llora; sus ojos son puertas erradas. Mírala: ampollas en sus brazos, manchas de carne carcomida por el fuego, casi podridas, como si estuvieran despellejadas; por eso rehúsa su reflejo. Pero mírala bien, ella es el espejo que reproduce a tu alma y la reduce.

 IV
Hoy no, Aurelio, este siempre es el mejor día. Hoy no serás un cobarde. Te ha visto tras de ella rompiendo el esqueleto de las hojas secas. Te mira y siente pena, la miras y esa pena se redobla infinitamente. Te pregunta quién eres, qué quieres. No le dices, tu lengua es una barca que ha encallado, es un músculo atrofiado. Son muchas "de", Aurelio, que escasean de vocales, son muchas "de" que parecen preludiar una burla. Dalia no entiende por qué no hablas, son muchas "de", parece que estás asustando, ella cree que es por miedo. No puedes verte como ella te ve, las ganas de querer hablarle revolucionan bruscamente a tu cara y la tuercen. Dalia, lastimada, huye llorando. Qué patético. De nuevo la piedra, la placa, el prado, el globo de tu pecho que truena frigorífico; te vas, troglodita, a tu casa, tu cueva. Ahí repetirás por siempre las palabras que no dijiste.

V
Dalia, noctámbula, arroja con odio las piedras al agua, (esta vez sí eres tú, Aurelio). Sus lágrimas alteran al riachuelo que se exalta como si fuera baleado. De pronto el agua se amena, luego se refleja su efigie. Aurelio los ha visto antes, los nenúfares, que se mueven en círculos como si fueran rehiletes y se separan, hacen un marco, una ventana que atisba con claridad lo profundo. Son flores como tú, Dalia. Siente ese frío y su sensación, siente esa sumisión del silencio que se sublima en tu susurro. Tienes razón, no son flores como tú, eres tú como una flor, aquella que está en el riachuelo. Tu reflejo se difumina: el manto acuático, que es tu cara, y el fondo del riachuelo, que es esa flor que brilla. Mírate, Dalia, eres hermosa sumida en la profundidad. El viento te incita, sacude tus ansias de beber de ti. Te precipitas, eres una flor palpitante que siente un empuje por dentro. Se hunde tu rostro, es un beso que ahogas al agua y que el riachuelo jala con intensidad. Tu cuerpo se moja y se entume, lloras de felicidad bajo del agua.

VI
Aurelio, monomaniaco, murió hablando, después de muerto siguió callado. En el riachuelo, el cuerpo quemado de Dalia se pudrió en el agua, nunca hubo flores que brillaran y nada surgió después de ella. Nadie se percató de que ambos murieron, ni siquiera entre ellos mismos. Murieron solos y para siempre. Lo único que no morirá es su historia, se repetirá anacrónicamente por lo largo del tiempo y su tristeza no tendrá fin.

-Omar Tiscareño 12-

De cuento_Rafael Elías

Inspirado en el mito de Narciso y Eco y de los últimos escritos de Arely sobre el tema.