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17 de julio de 2014

Cuatro breves apuntes de una ciudad perdida


I
A veces, entre el velo del humo, entre las tardes derrotadas por lo oscuro, entre los esplendores de la curiosidad y las tantas vivencias, hablábamos de las cosas que nos sucedían. Yo le podía hablar de mis infortunios y cosas vergonzosas porque no me apenaba hacerlo y ademas ella también lo hacía. La mayoria de las veces en que me platicaba algo penoso de ella, yo le predecía el final de la anegdota y acertaba porque algo similar me había sucedido.

II
Yo ya sabía que probablemente nunca la volvería a ver, ella opinaba lo mismo, pero me hacia sentir bien que nos despidiéramos contentos de al menos ya habernos conocido. Creo que no la abracé, tampoco le dije algo relevante (como si pudiera hacerlo). Nos despedimos con la mano a distancia y entré a los andenes.

III
Llegué. Esta ciudad sigue siendo tan insulsa como siempre. Creo que no la extrañé, sinceramente; extrañé algunas personas, algunas costumbres, pero no a la ciudad: sus verdores son penosos, su gente esta enfrascada, y la planicie es tan baja; todo es tan técnico, tan industrial. Qué es de esta ciudad tan azorada por el viento? 

IV
Pensé en ella como algo perdido; ella podía constituir, incluso suplantar, una ciudad entera. 

Ort