🚗 _ 🚓🚓

19 de abril de 2018

Cuento en el que se me acabaron los recursos y terminé nomás así

CAMBIO DE ARMAS


Satatán, el Enorme, seguía victorioso luego de la tercera contienda, y entonces, a nada de arremeter para vencerlo, pidió tiempo para un cambio de armas. 

Todos nos preguntamos porqué lo habría hecho si estaba a punto de vencer. 

Escogió la maza porque era sanguinario y podía con ella; se imaginó estrellarlo sobre su adversario: Íla, el que lanzaba conjuros, el que se mueve como las sombras. Imaginó impactarlo tantas veces hasta abrirle el cráneo como una flor. 

Íla se sintió abrumado, pero no vencido. Quería regresar a casa como diera lugar. Si lo lograra, tiraría su báculo y su escudo y atravesaría, por fin, libre las rejas, descendería el cerro con sus piedras y flores, caminaría la llanura las noches que fueran necesarias para luego atravesar los ríos que se le atravesaran. No podría perder contra el Enorme jamás, nunca, de ninguna manera, así pensáramos lo que pensáramos nosotros, los que desde las gradas esperábamos que por fin Satatán empuñará la maza y se diera el encontronazo cuerpo a cuerpo. 

Pero Satatán no se decidió por la maza porque atinó en que eso lo haría más lento y él, maestro en todas las armas y experto en los combates, sabía que un buen golpe de Íla, el que se escabulle como el viento, podría dar vuelta a las cosas. Mejor pidió las cadenas arpadas, bastaría que se prensara de un gancho para ya no librarse de él, dejaría caer sus puños sobre su desnutrido cuerpo hasta el sonar de sus huesos. 

Si Íla venciera y ganara su libertad y cruzara rejas, llanuras y ríos, se encontraría con Magdalena; le diría que por fin llegó, que lamenta haber tardado; le pediría sopa con jarabe de yuca, por la noche le pediría que se desenvolviera de su ropa y se durmiera con él para dormir juntos en un mismo nudo. Con eso en mente, Íla se tiro al suelo en una genuflexión y se lanzó un conjuro que solo se recita cuando los hombres emprenden grandes hazañas. 

Y nosotros nos preguntábamos si eso iba a ayudar, porque sabíamos que el pisa suave era buen lanzador de conjuros, pero luego de tanto tiempo en el encierro, dudábamos de que aún sirviera su magia. 

Como el Enorme siempre se toma a cosa seria las hechicerías y maldiciones, dejó de vacilar y se determinó a cabar la contienda. Regresó a la espada que había dejado al principio, porque era el mejor en ella, y pisó resonante una vez más la arena. 

Íla tiró el escudo y se aferró solo al báculo, lo mismo Satatán con la espada. Y nosotros asegurábamos que ese iba a ser el espectáculo que pedíamos, que se derramaría la sangre que exigíamos a gritos, pero aquello terminó rápidamente. 


ort