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6 de mayo de 2018

Conjuro de la sangre sobre el fuego

dos:

En una mano empuña la daga, en la otra mi palma; se aferra a ambas por igual, y aunque no comprendo y me aterra el chirrido de la Flama al centro del recinto, no cerraré los ojos y confiaré.

Repite que no tiemble ni ahora ni después, con la cabeza le aseguro que ya no lo haré, que resistiré. Sin vacilar acerca el filo a mi palma y deja que se resbale en un tajo rápido y profundo, salta mi sangre y se irriga la Flama.

El grito se me ahoga en la garganta, la llama combustiona. Contaré hasta seis, dice, y si en ese momento no has sucumbido, nada te va a detener. Me mira con risa: Tú no estás preparado para esto.

Lo veo todo desde lo hondo de sus ojos: tirará de mi mano y la restregará sobre las brasas, y ella confiará en que yo no grite o que por impulso me aleje o le pida que se detenga, que le diga que tenía razón, que no estoy preparado para esto, que fue un error haber venido, que me arrepiento; ella continuará: dos, tres... y mi grito crecerá hasta no caber en el recinto y la Flama saldrá de esas piedras que la contienen y se elevará como si naciera de una larva. Si eso sucede, espero ser merecedor de su fuego, dejaré que el ardor me abrace hasta cumplir la transmutación, y entonces ya no rendiré los puños y mis ojos no segregarán más agua, y buscaré a mis enemigos, encontraré a mis enemigos, cuatro, cinco... Cuando encuentre a mis enemigos, no restallará mi odio sobre su espalda durante una tarde completa porque tendré en mente mejores cosas para ellos, ya nadie tendrá miedo, a nadie se le quebrará la voz, siempre arderá la luz.

Tú no estás preparado para esto, repite, y antes de que ella haga algo, despojo mi cuerpo por completo y me entrego a la Flama.

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