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14 de febrero de 2019

Apuntes

IX Sobre el desvelo de las cosas ocultas

Mientras leo, Atha-Ilá ronda por la casa, de arriba abajo, de adentro a afuera. Olisquea esos huecos de la casa que ni siquiera sospecho que existen.

Doy vuelta a la página: Conrad habla sobre la verdad íntima que se esconde por suerte. Por suerte. Te lo debo a ti, Conrad, ocultar lo más puro en las hondas tinieblas, ahí en donde ni Atha-Ilá rastrearía así olfateara todos los días, en todos lados. Vuelta a la página.

Para el anochecer, Ilá ya estaba tendida en la alfombra, junto a mí. Los dos tirando bostezos mudos. Me hipnotiza sentir su respiración porque se mece en el viento con un aire cálido; me adormece su pelaje, hundiría mi cuerpo en ella. Sacudo el rostro: no es tiempo para dormir, pero descansa tú, Ilá, has estado muy activa. Voy a la cocina a preparar té. El cuerpo pesado, como si leer hubiera sido un largo sueño. Tal vez.

En la cocina está Maud otra vez. ¿Es en serio, Maud, es en serio? ¿de nuevo por aquí? ¿por dónde entras, con qué permiso?

De vez en vez, Maud llega de esta forma a la casa. Como la formación inmediata de las nubes. Pregunta cosas, me revisa. Me vaticina alguna enfermedad que tal vez ni exista y después se va luego de agotarme. Yo sé que quiere que le diga lo que pienso, pero justo ahora no pienso en nada. En nada. Pero si quiere, me esforzaré hasta expresar algunas palabras, aunque no tengan sentido, aunque solamente yo las entienda.

-...era un ejercicio desesperante, siempre me sentía perseguido por alguna cosa, ¿sabes?, algo que no podía definir: si era una persona, si era un pendiente que no había terminado, si era la culpa...

Maud me mira como si me entendiera de cabo a rabo, por completo, en excelencia. Como si decirlo fuera una repetición. Casi siento que su condescendencia me ofende.

-...y en ocasiones me siento bien librado, ¿sabes?, como si fuera un acróbata mortal, como si hubiera redes de seguridad al pie del acantilado. Me arrojo y lo sobrevuelo todo. Lo sobrevuelo...

No sé si es suficiente para Maud, nunca da la señal, ya sabes: un marcador discursivo, un chasquido de boca que dijera ¡por favor ya basta! ...por favor. Y desde siempre, desde que llega aquí con esta forma inesperada, me veo obligado a continuar porque también librarme de ella es un alivio.

-... lo peor de todo esto es que me reconozco en la lejanía, no me gusta para nada. Para nada. Porque sé que no se trata de mí, sé que yo estaré bien de alguna u otra manera, sin embargo...

Al decir lo último que digo, alzo la vista y Maud no está. Siempre olvida decir adiós o, cuando menos, gracias.

Hiervo el té. Lo sirvo. Regreso a la alfombra. Athá-Ilá me dice que si todo está bien, que me escuchó hablar. Le respondo que sí, que vuelva a su sueño. Tomo su oreja -un triángulo suave y terso- y la tuerzo con amabilidad. Ella la sacude como en automático. Ay, Ilá, qué no haría yo por ti.

Enfrento el sueño. Afuera, la luna es roja y el clima es de un azul que casi no reconozco.

omar tiscareño

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sobre lo muy hondo, lo muy oculto que tiene que ser expresado ante una voz en off. Y me siento libre, con una cadena al cuello que es eternamente larga. Conrad. Boris Vian y Melo.