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14 de enero de 2015

Levantarte una mañana

Levantarte una mañana y preguntarte si caliento café para los dos o si sólo para mí; y mojarme la cara y escudriñar mi reflejo deseando que se escurrieran, también, las arrugas de mi piel; y cederte el baño para que alcances ahora sí a rasurarte; y mirar la destreza con que resbala la navaja por tu cuello, ese acto que para ti es acaso tedioso, pero que a mí me entretiene; y tostar pan, tú mientras bajas la ropa, en la tarde lavarás, se está juntando mucha y eso es lo que haces, juntarla toda y después lavarla; y contarte mi sueño, escuchar el tuyo, recordar cosas de la escuela, hablar de los viejos amigos y de sus hijos,  cambiar el tema, dejarte los trastes, yo ya estoy lista, te dejo, apúrate o llegarás tarde, y te quiero decir, amor, que esta es la línea lejana que queríamos alcanzar, pero mejor te beso y salgo, cierro la puerta y me detengo, olvidaba algo, giro, abro la puerta y al entrar de nuevo es una casa vacía en donde no hay ropa, ni pan, ni agua para el café, y tú sigues dormido, eternamente dormido y yo te quiero decir, amor, que esa línea lejana era nuestro horizonte, y que por eso, amor, pienso que mi utopía es más bien el pasado.

Omar Tiscareño