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9 de noviembre de 2016

Tú eres el padre

Ay, Jaime, te convertiste en tu padre. Mira, atiendes tus responsabilidades con el mismo entusiasmo con el que sobrevives los días.

Ay, Jaime, si desapareces de nuevo y no te encuentra tu esposa y tu hija, también te buscarán tus hermanos y hermana, tu madre, tus suegros; si no te encuentran, tendremos que buscar tus amigos, tus primos, tus compañeros de trabajo; si estás muy desaparecido, Jaime, tendrán que buscarte tus amantes, tus compañeros del vicio, las personas que te venden el alcohol y las drogas, Jaime; nos da miedo que no te encontremos y que tengamos que pedir ayuda a las personas que golpeaste y a las que te golpearon mientras tomabas, a las mujeres que acosaste, a las personas que robaste; nos preocupas tanto, Jaime, porque de ser necesario tendremos que pedir tu cuerpo a las personas que te maten.

Somos tan escandalosos. Siempre vuelves porque nadie como tú para encontrarte. ¿Qué haces, Jaime? ¿te sacudes el pelo y la nariz, te lavas el sexo, registras las monedas que te quedan para apartar lo del camión, y sólo eso basta para volver a casa? Mira, ¡qué fácil es!, y tu nena tan exagerada que aprende a decir tu nombre para que vuelvas.

Ay, Jaime, yo te comprendo: así son los tiempos, así somos los hombres y esto es lo que hacemos. Para qué ha de querer Luz -que más que ser Luz es tu esposa, tu mujer, ergo te pertenece, es tuya-, para qué ha de querer saber lo que haces mientras no estás. Golpéala otra vez si te pregunta de nuevo, golpéala hasta que sangre y luego hasta que llore lo necesario para que limpie el desastre que provoca con sus preguntas. Para qué ha de querer saber la verdad, como si nadie antes le hubiera notificado, le hubiera hecho saber que la verdad nunca ha servido para nada.

Jaime: te convertiste en tu padre. La próxima vez que lo veas, perdónalo y dile que ahora lo comprendes.