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20 de enero de 2017

Tragaluz

Tengo sueños en los que estoy frente a Magdalena semirecostado con los ojos cerrados y uno tercero abierto. Entonces mi cuerpo se amaga y no puedo volver de la hipnosis (algo que en verdad nunca ha sucedido, confío plenamente en este proceso que tanto me ha ayudado).
En las imágenes que se proyectan -que proyecto- está la silueta oscura de mi cuerpo, se confunde con enorme bolsa olvidada o con cualquier otra cosa sin utilidad, como las cajas o las maletas en donde mi mamá guardó la ropa de mi hermano durante años.  Además de la descomposición geométrica de mi cuerpo, hay otra silueta que atisba desde la orilla de un muro, solo logro percibir su busto y su cabeza: tiene el cabello mediano y su pelo se ondula como hiedra que asciende; está a trasluz, el sol es poderoso y logra dorar todo el rededor. Sólo esa silueta y yo somos indefinidas.
He creído ahora, en consciencia, que se trata de Eme. Ella es solar y se cortó el cabello así -esos son todos los recursos que tengo para interpretarlo.
A veces -todavía-, cuando estoy con Eme, sin querer traspongo la imagen de Mónica sobre la de ella. (Qué horror de persona soy, Magdalena, ya sé: no debo de juzgarme, está bien, está bien). Me concentro en no exagerar y dejar que las cosas pasen. Soy muy dramático en ocasiones, quizá ni pasa así como lo cuento.


En los mejores días, alcanzo una sobriedad bárbara y logro explicar lo que pienso sin tropiezos. En esos días, al igual que descubrirse en un sueño, llega a mí la idea de la plenitud y no logro perdonármela.
Porque respiro y anhelo y segrego sudor y orino sin espuma y trago a veces sin tener hambre y, al derramar mi sangre -por la nariz o por las encías- todavía se puede decir que mi sangre es limpia. Y no logro tolerarlo. Una mano aparece, como la formación de una nube o vapor, y roza con sus dedos el costado derecho de mi torso, me hace cosquillas y me duele. Me duele mucho reír.
A veces -¡tantas veces!- me imagino aún con el líquido de contraste corriendo por mi cuerpo. Mi silueta frontal y entera, por ser tan oscura, dejan ver todos los espectros de mi interior sin la necesidad de un tomógrafo. Ahora mismo veo la imagen de un TAC abdominal y no logro disociarla con la que alguna vez se obtuvo de mí. ¿De qué sirve, qué es ahora esa imagen que está olvidada entre los archivos de un hospital lujoso?: es una costosa fotografía en blanco y negro de un cesto de basura.

TAC abdominal con contraste