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12 de febrero de 2018

Apuntes


VII (Visita)

Creo que es verdad todo lo que dice Athá-Ila sobre el cansancio. Y aunque le creo, no le digo nada, no me inmuto. Entonces cierro los ojos durante mucho mucho tiempo y al despertar ya ha oscurecido en mi habitación. Athá-Ilá se cansó de hablar y durmió delante de mí: su boca abierta, un hilo de baba le escurría hasta gotear al suelo.

La cubro con mi chamarra para que no sienta frío, la lleno de besos y recorro con mi mano el pelaje de su nuca, es tan cálida cuando está dormida.

Camino a tientas por la habitación, luego por el pasillo y es hasta la cocina donde enciendo las luces y al hacer suitch aparece, como la formación inmediata de una nube, la figura de una mujer que me sonríe como para no asustarme, como si tal.

Me saluda con voz suave, pretendiendo que ella es amable y yo un tonto. No le digo nada. En verdad le tengo miedo, pero no se lo demostraré con un grito ni dejando ver la temblorina de mis rodillas. Le doy la espalda y finjo que prepararé café y eso es lo que haré todo el tiempo hasta que se aburra y me deje en paz.

Fingiré que no me nombra, que no me mira. Ella se acercará a mí por los lados y sabrá que la miro con el rabillo del ojo; hará un gesto con su mano, con el dedo índice y me dirá "ven, ven" moviendo de adelante hacia atrás su índice como si gatillara un disparo.

No, no, no y no. Me repetiré desde lo más hondo de mis pensamientos, para que no me escuche. No. Si quiere que hable con ella tendrá que buscar otro modo y no ser tan invasiva. Se me ocurren un par de cosas, solo por poner ejemplos:

UNO: que durante el alba, cuando Atha-Ila persigue los primeros sonidos de la casa, timbre y espere en la puerta hasta que me vista bien y la atienda "Buen día, ¿en qué puedo ayudarte?. Voy de salida al trabajo, ¿quieres acompañarme durante el camino?", le diría.

y DOS: que durante el ocaso, cuando vuelvo otra vez a esta mi casa con este yunque sobre el cuerpo, con las hartas ganas de querer romperme; entre sin avisar por la ventana y me pida bailar un poco,  antes de que me eche a llorar como las cosas que de repente lloran.

–Vamos a bailar, un poco, tan solo un poco -me preguntaría. Sólo así se ganaría mi confianza; le abriría todas las puertas de mi casa, incluso las que están bajo llave, las puertas que dentro de sí esconden baúles, armarios y cajones, podría entrar a cualquier rincón de este hogar.- Ándale, vamos a bailar una canción tranquila los tres.

Y aunque en verdad quisiera, le diría que no, que muchas gracias, que estoy muy cansado.