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9 de junio de 2018

Apuntes VIII

El método 

A veces esta presencia extraña entra con calma y con sigilo, pero a veces con calamidad, cuando quiere que inevitablemente me dé cuenta que está aquí, que entró al romper la ventana o por algún otro hueco de la casa que Athá-Ilá y yo no hemos cubierto aún. Cuando entra de esta manera, logra hacernos más daño.

Esta mañana ha entrado de nuevo así -con furia, dando portazos en cualquier planicie-. Ilá reposaba en el sofá junto a mí y yo recién había tomado un libro y me disponía a leerlo, pero entonces escucho el escándalo de su llegada y le hago la señal a Athá para que sigamos el protocolo que hemos practicado durante tiempo.

La señal es ésta: sea ella o sea yo quien identifique la intromisión, nos miramos a la cara y gesticulamos como si fuéramos a lanzar un fuerte grito, pero sin separar los dientes, y cuando el otro lo ve, hacemos lo mismo para confirmar el entendimiento i got it, roger-roger.

El protocolo es éste: es difícil, pero la historia de los magiares y los bereberes nos ha demostrado que funciona -Athá-Ilá dice que lo leyó en un libro especializado en estas conductas, y le creo: fingimos nuestra desaparición, es decir, simulamos que no tenemos alma, que solo está nuestra parte orgánica con un mínimo funcionamiento, como respirar, parpadear, salivar, mover los bigotes y las orejas.

Los resultados son éstos: la última y única vez que pusimos en práctica nuestro método, nos había tomado por sorpresa; Jugábamos a que Athá me perseguía para morderme y yo escapaba de ella por toda la casa, dando tumbos y traspiés (nos divierte en demasía este juego porque a ella le da gracia verme dar estos saltitos para esquivar sus duras dentelladas y a mí me gusta que gastemos todas nuestras energías antes de dormir), aconteció, entonces, que entró esa presencia extraña y lancé mi careta a Athá para advertirle, pero ella no se dió cuenta y no se detuvo, me empujó con su enorme fuerza y caí con estrépito al suelo, aún así, conseguí lanzar de nuevo la señal y por fin, Athá-Ilá lo entendió. La presencia entró a la habitación donde estábamos con un fuerte grito, como si le llorara a un muerto, pero ni mi compañera ni yo hicimos nada, y nos recorrió el cuerpo completo y nos jaló un poco de los párpados para que lagrimáramos con ella, pero nos supimos comportar y no dijimos nada, ni nos pronunciamos al respecto hasta que se hartó de olisquearnos y se marchó. Esto fue un gran avance, porque en otras circunstancias hubiera hecho notar que me enfurece que hostigue a Ilá, y al hacer eso, la presencia queda satisfecha, regresa de nuevo al lugar por donde entró y pega una risa que dura en la casa durante varias semanas sin que Athá-Ilá o yo podemos ignorarla y esto, está demás decirlo, nos saca de quicio.

Esta mañana estamos de nuevo a prueba: entró de nuevo esa presencia extraña a la casa, tiró un portazo a la pared y se dirigió a nosotros (en la casa siempre estamos juntos). Ella envía la señal y yo la recibo. Esta vez la presencia parece entender lo que sucede y toma una nueva forma, la mía. Se acerca a Athá-Ilá y le grita que detesta su compañía siempre simulada e hipócrita, que la odia porque de nada ha servido haberla inventado y fingir que a veces estamos contentos "para qué demonios me sirve inventar una Athá-Ilá que sea inútil y melancólica" le grita, pero Ilá no responde, mantiene la respiración larga y tranquila que teníamos ensayado. 
Como no funcionó con ella, vira conmigo con la forma de mi compañera; se sienta delante de mí y me tuerce los labios con un gesto malicioso "no estás fingiendo nada, este eres tú y este es tu comportamiento natural, ser una persona inmovilizada y sin trascendencia, y si te crees que al alejarme y cerrar las puertas y ventanas las cosas van a ser distintas, debo decirte que es un enorme fallo tuyo, porque tú crees que tu vida se desploma por mi culpa cuando sabes que esto no es cierto, yo vengo a recoger los restos de lo que tú te provocas", pero tampoco digo nada. 

La presencia dice que con eso es suficiente y se retira. Yo, desde donde estoy, miro a Ilá y ella también me mira, no nos decimos nada. Mantenemos esta pose durante toda la tarde hasta llegar el anochecer. Después dormimos de la misma manera sin decirnos nada.


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