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4 de agosto de 2019

De cómo perdí la vista

Para qué discutir sobre lo que seremos si aún no sabemos lo que somos
Granada. K.G.

Uno:

Crucé por todos los pidemontes al norte de Bisharrí cuando tenía 14 años. Me perdí entre las cordilleras y los altos cedros y ya nadie supo de mí, ni de mi nombre, y pocos fueron los que me buscaron durante algún breve tiempo.

Llegué al Bosque de los Cedros de Dios y encontré al loco que vivía ahí. Le lloré y le dije que estaba perdido y él me dijo que qué más daba. Le confesé que yo quería salir. Me preguntó que si ya había encontrado lo que perdí y yo no entendí que quería saber con eso: Yo había huido de casa porque estaba fúrico, recordaba el rechazo de los padres y padecía aún el dolor de perder al hermano único, ¿qué hacer ante tal desplome?

El loco me dijo que me quedara aquí y que tendría la alegría del olvido.

-Este es el Bosque de Dios, y ellos -dijo al colocar una palma sobre un cedro-, ellos son los hombres que le han orado durante cientos de años.

Agradecí sus palabras y viré. Yo no he querido ser nunca un árbol, siempre he querido ser un pájaro de largos tañidos.


Dos:

Yo no soy centinela ni de lo moral ni de lo inadmisible. El loco lo sabe, por eso puede andar desnudo delante de mí, o decir las cosas que dice sobre la gente. A veces quiero ser como el loco y decir las cosas que pienso desde lo más oscuro de mi corazón.

Algunas noches, cuando el loco finge no verme, simulo que lo hago: me desnudo y me coloco delante de los charcos y dejo caer mi Yo con estrépito.

No sé si soy una pequeña hoja que cae de un árbol seco o florido.

Tres:

A veces el loco desentierra los hombres dormidos que hay en las raíces de los Cedros de Dios. Hoy adopté uno, nos ponemos de frente para platicar:

-Hace cientos de años, tal vez muchos más, las contradicciones eran más fáciles de resolver. La fe era ciega y absoluta aunque el llamado del cielo también era mudo.

No entendí. Nunca he querido entender.
Le ofrecí arándanos y dátiles, le ofrecí rodear otros árboles lejanos al de su custodia.

-Mínima liviandad, compañera de mi cuerpo, ¿en dónde estás?

El loco le susurra que aún no es tiempo de volver, lo arrastra de la mano hasta su nicho. La mayoría de ellos, dice mientras rocía el cuerpo del hombre con tierra húmeda, duermen incompletos, intranquilos.

Esa noche soñé que los cedros crecían tan alto que alcanzaban al cielo con la última hoja de su altura.

Cuatro: 

"Había un poco más de gente conmigo, había consuelo y certidumbre", dice el loco sin mirarme, "ser feliz no era una tarea personal y tampoco difícil.

"Pero ahora vivo solo, entre gente que duerme entre raíces y sueña que hace cosas buenas, a nadie le rinden explicaciones sobre sus actos y aún así se sienten bendecidos.

"Pero yo no me siento solo, ni me siento rodeado de gente que se equivoca.

"¿a quién le debemos la inexorable libertad de aceptar nuestro destino o de eludirlo?".


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