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25 de junio de 2019

(Apuntes X) Sobre la tranquilidad

Se escuchó como si algo reventara y entró así de golpe, sin anunciarse, sin pedirle permiso a nadie.

Tenía astas, pero no mugía. Era bípedo, pero no tenía pies. Si tenía extremidades en el torso, no logré  vérselas. Hubiera bastado decir que era demoníaco, lucía violento y que entró a la casa.

Ilá sacó garras y mostró los dientes, esa expresión defensiva lo mantuvo bajo el marco de la puerta. Yo, por otra parte, me acerqué despacio al buró para sacar la nueve. Sea lo que sea, si se acerca, le haré hoyos en la cara, pensé. Tenía cara.

Aquello dio un paso. Cargué. En su segundo movimiento, Ilá se le arrojó como un tren a lo que podría ser su abdomen. Le arrancó un trozo. Sí, era de carne, olía a carne. Su segunda dentellada fue hacia la cara, luego ya no tenía cara. Eso abanicó un par de cornadas, nada que lo salvara.

Es suficiente, Ila, dije, pero no hizo caso. Lo masticó hasta desentender su figura de por sí aberrante. Esto tardó en morir y lo hizo con dolor: dio tres resoplidos largos y uno débil.

Guardé los restos en bolsas negras y los tiré al depósito; más adelante me enteraría de que esto no es lo correcto, pero que da igual.

Las siguientes noches, Ilá durmió a mi lado, bajo mis brazos. Acariciaba su pelaje y le repetía “No temas, no temas; nada nos hará daño”, hasta que dejaba de temblar.


Omar Tiscareño