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29 de junio de 2022

Los actos impuros. // alguien que ama tanto no puede morir así de fácil

IV. De la manera en que consuelo a Hiüsrev

Bajamos del carro. Yo estoy sonriente. Este día no lo olvidaré porque es la última fecha en que sonrío de esta manera. Es en este momento en el que agoto mi felicidad por mostrarla a la gente como verdadera. Ya no quedará en mí esto que ahora presento. Aunque estoy sonriente, quiero llorar. 

Hiüsrev no lo entiende: nos estirarán las extremidades hasta hacerlas sonar. Así son los hombres, al principio son osados, complacientes e incautos, pero con el tiempo su tenacidad se ablanda ante la verdad del mundo. ¡Con qué imprudencia recibe la felicidad! Nos darán peor trato que aquellos falsos predicadores de Erzurum que atentaron contra el Islam y que ahora no están muertos, pero desearían estarlo. 

Junto a mi ahora esposo, quien también recibe las ofrendas y el pan de dátil que vecinos y conocidos nos otorgan, pienso en las diferentes maneras que habremos de morir.  Mi joven y apuesto esposo, tu rostro será piel de tristeza, tus ojos no estarán en sus cuencas. 

Comemos sopa de haba y pan con ajo; albahaca aderezada con miel de guayaba, higos, arándanos y nueces molidas. Hiüsrev saborea cada bocado mientras yo lo imagino ahora muerto. Porque cuando Orhan regrese, me reclamará. Hasan y su padre se volcarán contra mí. El estado islámico se volcará contra mí. Nadie cree en una mujer que lo ha perdido todo. Caerá sobre mí la culpa como un río de piedras.

El maestro Osmán no cambiaría ningún designio del Sultán. Nuestro hermoso Sultán adora sus ilustraciones, pero ama aún más a los hombres que pelean por el imperio y si Orhan, alto caballero del pilar del mundo, regresa con vida, me reclamará y nos castigarán por faltar de esta manera al Corán.   

La gente está alegre. Mi padre, satisfecho con sus monedas de oro. Hiüsrev me mira orgulloso, con el consuelo de la gente ignorante. Él piensa que ahora que se han alejado los cadí, estamos a salvo. Me recargo a su brazo, la gente nos sonríe; ay, amado mío ¡harán sonar este brazo! ¡tu piel caerá a jirones! Nos rocían y perfuman con el agua de rosas. ¡Cuánto dolor habremos de derramar!

Suena un laúd alegre. Por toda la casa campea el aroma a cordero frito que ya se sirve, se come y se reposa entre los invitados. Quiero llorar. Percibo a Orhan por todas partes. Su figura, su porte, su voz. Lo imagino como en mis sueños: delante de mí, con su uniforme y su espada sangrante; me besa y siento su lengua cálida, aún viva. ¿por qué tu espada aún sangra si se supone que la guerra terminó? ¿que no estás ahora muerto? Pero yo sé que alguien que ama tanto, no puede morir así de fácil. 

La gente se ha retirado. Poco a poco el sol se apaga. En su habitación, Hiüsrev ha hecho las abluciones para la oración del ocaso. Yo, desde otra pieza, he hecho lo mismo. Lavo mi rostro, mis manos y mis pies, pero mi mancha es oscura y está debajo de la piel. Te rezo, Dios mío, con el cuerpo sucio. 

Yo sé que no hay nadie que esté por encima del ordenamiento de Su Majestad que vigila todo a través de su ejército dorado por el sol; sé que no hay nada ni nadie que sea más limpio y pulcro que nuestro Señor, el Único, pero yo te amo, Hiüsrev, por encima de todo: del temor, de la devoción, de la fe o de la impiedad.

Me acerco a la habitación de Hiüsrev. Él se desliza ágil en la oscuridad. Consumamos la boda y, después de rociar su semilla sobre mí, por fin puedo llorar. 

¡Dios mío, que Orhan esté muerto!