Detuvo el auto y dijo:
-- no, yo no soy vanidoso, disculpa pero aquí sí voy a poner mi línea...
Tania puso una cara de agotamiento repentino y me miró con señalamiento: "al jefe no se le cuestiona, Omar, ¡no se le cuestiona!", pude leer en sus ojos.
-- Porque a mí me importa una mierda que me lean, que reconozcan mi nombre en las columnas que escribo o que al pasar por las calles digan "mira, él es el director de ese periódico"; pero sé que soy la mera verga y aunque no lo reconozcan, soy quién soy y no lo que me dicen, de cualquier modo soy más de lo que dicen de mí.
-- Está bien- contesté y Tania acentuó esa mirada para que, por el amor de todos los dioses alzados, dejara hasta ahí la frase; entonces el auto volvería a la ruta, nos dejaría en nuestras casas y los tres dormiríamos medianamente trasnochados como todas las demás jornadas de trabajo.
"sí, está bien -contnué- también hay gente que se monea y dice que está bien porque les quita el hambre; hay gente que se emperica porque dice que solo así se puede hacer bien el trabajo... los vanidosos son esclavos de los demás, los soberbios son esclavos de uno mismo.
Puso el parking y freno de mano, desabrochó el cinturon para girar frente a mí y comenzó un alegato. Tania, resignada, miró por la ventana hasta que la noche perdió su color.
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