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25 de mayo de 2010

Hablemos de olvido soturno


de las diferentes formas de desolación, la practica que un día hará maestría.

venia ella a conmigo todas las tardes en que obscureciera temprano, buscábamos un refugio llano de sombras, creíamos que así nos perderíamos, que nuestras siluetas se desbanecerian en el armónico silencio.

Hablaba ella de un pasado ya carcomido por el olvido, de cicatrices, decía ser fuerte al hacer cimientos. Le creía, era tan sensata y coherente que parecía una anciana en la piel de una adolecente. Muchas misterios me contó incluso me platicó de como era el infinito, juró haber viajado hasta allá en la restrospección de unos ojos castaños.

Seguido lloraba por su extraordinaria forma de narrar la melancolía, creo que a ella debo ser un Ser taciturno. Me hacia creer que la desolación era solo palabra y no un ente que devoraba nuestras vidas, dio identidad a mi carácter solitario y también me rescató del infierno, pues encontró una imagen para mis rezos: su vivo retrato.

Una noche comenzó a hablar de sus miedos, yo parecí cobarde por temblar con ella y enmudecer mi boca, recuerdo no haber visto al sol por tres días, sólo recuerdo el brillo de sus labios de donde emanaban figuras amorfas de colores grisáceos, con su boca pinto el cielo entero y con su aliento despliego la tristeza que debiera haber en un hombre durante cien años, pareciera que el cielo se atiborro de pavor, parecieran tantas cosas.

Ya todo miraba a ser ella. El cielo era un cúmulo de granitos que figuraban su rostro en el cielo; el piso era polvo que zarandeaba los vientos de forma épica. Y yo, que ya no me veía con ella, sino dentro de ella, comenzaba a ser nada, creía que me descomponía. Ella sólo desapareció y ya no había nadie más en la tierra, o será que escapé de ese sombrío lugar para que ya no temiera. No lo sé, ya no quería extrañarla aunque me dolía olvidarla, además creía que su obscena forma de ver la vida un día de estos iría a consumir mi alma.

fue así que un día regurgitó de mí y escapó a otros lares. Poco a poco el añoro se asimilaba con el olvido y mi Espectro Autista, que se alimentaba de ambos, dejó que éstos se hicieran un punto para mirar, cualquier cosa, y que no lo dejara de ver. Cuando pensaba poder necesitar de ella, mi vista se perdía en el cielo y me dejaba llevar por su flujo que se arrastraba hacia un solo sentido.

Después no supe que hacía, sentía que el cielo era algo cercano a mí; el viento narraba odas jamás mencionadas que decían mi nombre. Esa palabra que un día fue prohibida, paso a ser desconocida.

Qué será después, tampoco sé. Aún temo morir ahogado y este, de mis temores, es el mayor.