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19 de febrero de 2012

Las malas prácticas

La amarro, luego la desamarro, enredo y desenredo el listón de su frente. Voy enredando sus pasos para que ya no camine; trenzo la ruta de sus huellas y las desubico del suelo hasta confundirla; evoco su destino y tuerzo su ruta pero nunca me encuentra.
La cuelgo, luego la recuesto. Rezo todos los días con ella, invento letanías que describan su cuerpo; procuro que la inocencia no se deshilvane de sus ojos para que me siga mirando; la tejo con doble retazo.

Camino con ella. Le platico las cosas que no sabe, las cosas que no le interesan o una que otra palabra romántica que nos intimide. Somos el cielo rojizo de todos los días, somos las hojas caídas, somos todo lo transparente.

Lloro de solo verla. La encuentro en la desolación, me mira estática como un axioma que no quiere ser explicado, me dogmatizo. Es materia prima para el calor de mis manos, con una la detengo, con la otra me detengo yo. Se estiran hilos de miel blanca que caen al suelo.

Salen los del otro lado del espejo a reclamar su nombre. Ella es la par de la nada. No es la negrura que juega en el piso -que surge desde un talón-, tampoco la estampa del agua que danza a ritmos descompuestos; es la sinagoga de un mechón de cabellos, el orbe del fetichismo construido con un par de objetos olvidados.

Te miro; te descuencas a embaucar mis ojos falaces. Estás tan lejos. Se invoca la congregación de mi cuerpo, cada órgano pulula a su conveniencia: la sangre me recorre como serpientes provocadas, mi oscuro cerebro  se hincha de creencias y deidades, el resto de mi cuerpo se rige por la pasión de mi vista que se sugestiona con la realidad. Tú eres como un acto brusco, eres la espesura que rehúsa mi tacto, eres, también, motivo de mi enfado, pero dime qué sería de ti sin la vigilia de este ciego que ilumina a intermitencia tu camino.

Por eso la amarro con un listón en la frente, quisiera ya no desamarrarla para mejor amarrarte a ti. Me bebo la sangre, me parto el corazón, aún te ofrezco la tajada que no quieres. Rasco tus piernas y les entierro espinas, quiero guiarte a mi camino. Hago un ojo sobre ti y te nombro por mucho tiempo.

-Omar Tiscareño-