-- Esto debe ser para ti -dice Jessica al final del día y me da una cajita.
Dos fotos grupales de cuando nos conocimos, un corcho, un cómic, dos pelotas (de squash y frontenis) y una hojita con una frase que ya había leído, pero que no entendí en ese momento. Tomé la hojita, "no debió ser para mí esto", pensé.
No creo que las cosas se hayan mantenido juntas, pienso que su hermana las recopiló y pensó que pertenecía a los momentos de Édgar conmigo.
Hace tiempo, pasábamos los tres (Antonio, él y yo) durante largas horas de ocio; en su habitación había un cuadro impreso sobre madera, era un auto de lujo. Dejaba entre ver que, del lado inverso al cuadro, había escrito un mensaje con plumón de tinta fuerte, nos daba risa saber que el mensaje oculto se había revelado por sí mismo por un descuido adolescente. Error de novatos. Antonio y yo intentabamos más o menos adivnar qué decía y qué significaba esa frase; no era tan sencillo por la inversión de las letras y por los manchones de la tinta corrida; dejamos de interesarnos.
En sus últimos días, Édgar me visitaba con frecuencia, con mucho dolor y tristeza, pero con la certeza de salir avante. Es muy dolorosa la condición humana. Es muy doloroso ser una víctima silencoisa durante tantos años. Entonces, en la vida adulta, uno piensa que es capaz, que sabe distenderse entre los agobios y estructurar el presente y el futuro como lo desea. Me platicaba de sus ideas, de sus proyectos y de sus soluciones, pero de cuaquier manera falleció.
Esta frase no debe ser para mí, se ha alejado de los ojos que deben leerla. De ser revelada la verdad ¿qué más daría? Ahora somos solo memoria, recuerdos mal contados.
Édgar quería susurrar a sí mismo lo que le pasaba, pero temió que todo el mundo lo percibiera.
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