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25 de octubre de 2011

Conciencia


Y también juego a dejarte pistas que supuestamente me descifren, pero no descifran nada. Te propongo leer con cautela.

Era la ciudad de la lluvia. Despertó en una ruta de sus caudales: sus brazos rotos, sus piernas torcidas, sus ojos hundidos, sangre en la boca. En realidad era una ciudad común, mojada por las lluvias de verano. Alguien llegó y lo cubrió de sabanas, él recuerda muy bien que se llamaba Verónica, no la olvidaría, estaría con él por siempre para sanarle sus heridas internas. Despertó. No estaba ella, a decir verdad, él la nombró así sin saber su nombre, nunca la conoció; ahora yace en una cama de piedra blanda, simula ser una estatua de yeso. Vira sus ojos, señala a toda la habitación, ya se dio cuenta, vivía ahí cuando era niño. Se acerca una mujer que muestra un seno, es su madre; durante mucho tiempo había estado lejos de ella, pero ahora no, hoy vuelve a casa, a su recinto. Se ha equivocado. Es una enfermera, es una clínica. No, eso ya ha sido. Ahora es un jardín, sus brazos se mueven perfectamente, sus pies sucumben al suelo mientras camina, llora de alegría. Es un jardín, pero no ese que te has imaginado, uno peor, uno luminoso, parece un solarium. A el no le gustan estos lugares, piensa que ya ha muerto. Se acerca un anciano, le dice "anciano, hoy es mi cumpleaños", el anciano responde "quieres que te diga cuántos cumples", el miedo lo desploma, la sangre se le cuaja, la barba le crece, "he estado esperando a que pudieras decirme algo, no solo en sueños; te nombro y platico contigo, eres un fantasma de carne y hueso". Supongo que se ha dado cuenta: no ha muerto, pero tampoco vive.

Eran las tierras de la sequía, dormía en su piel que era la piel del Sahara, eran las arenas las ruinas de su memoria, era un silencio perpetuo. Tenía los ojos secos, los labios empolvados, los brazos formando una equis, bocarriba. Mónica le humecta sus ojos, lo baña -lo sumerge en una bañera y cuando le moja la cabeza surgen ríos descendentes-, estimula los músculos de sus piernas; a veces se descuida y él se muerde los labios. Lo cobija, pasea con él; en fin, no te diré las cosas que Mónica hace por su paciente, te entristecería saber que el mundo los declara muertos, a ella que consume su vida atendiendo un objeto inamovible y a él que obstruye la vida de los demás.


-Omar Tiscareño-