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31 de octubre de 2011

Para cuando despiertes

Despertarás de tu insomnio vencido, tendrás una vista cansada. Querrás verte en un espejo, sólo verás tus ojos hundidos y te reflejaras infinitamente. Después sentirás que se inflama tu cuerpo semidesnudo, tu cabello será un fuego descendente y tus labios serán piedras calientes, sensaciones que te he provocado antes -incluso entenderás por qué inventé esa metáfora para tus labios-. Un solución ágil te arrastrará al lavabo, un alivio equivocado te mojará la nuca, una gota de agua fría se estirará como hilo deshebrado por toda tu espalda -guiada por tu columna como una cinta asfáltica recta-, todo esto en un quizá.

Mirarás a la Luna, será llena, tan peligrosamente llena y cercana. Sé que se te ocurrirá, por qué ya lo has pensado antes, que la Luna tiene la facultad de alterar tu cuerpo así como altera al oleaje. Alterará principalmente a tu mente: tanta humedad acumulada, la tristeza, la melancolía, los sueños líquidos. El calor te seguirá tragando y tú ahogarás tu cabeza en el agua como un submarino averiado.

Entonces todo se ofuscará. La luna, sonriente por lograr su cometido, se esconderá en las sombras, tu recámara girará como rehilete y una nube de polvo blanco -no como humo, sino más denso- se adentrará a tus ojos; tu cuerpo se inclinará: la cintura hacia adelante, los hombros atrás y un poco a la izquierda, después el suelo en vertical, la repentina caída dislocará tu tobillo izquierdo.
Las manchas de tus ojos se turbarán como piedras exaltadas por el ronquido de un volcán, como moscas enfrascadas. Aquél volcán serás tú, además de roncar también gemirás y regurgitarás espuma de mar sobre tu abrupta boca de coral -será una terrible antítesis-. Ya no querrán habitar en ti tus extremidades, se estirarán de forma violenta en contradicciones torcidas como perturbadas por corrientes eléctricas, dolorosos espasmos musculares anudarán tus brazos y tus manos, y tus uñas rasgarán tu piel; tu cuello se querrá alargar, al parecer, y tu rostro figurará una sonrisa fingida, forzada por una actitud anómala que no habrá de explicarte nadie; será una sonrisa que morderá hasta ensangrentar tus labios y hará cuajar la sangre en tu cavidad bucal, quizá será una siniestra sonrisa de imaginar tu cuerpo y tu incontinencia fecal.

No estaré yo ni tampoco nadie, quedarás extinta de auxilios. De ahí en adelante, por algunas horas, serás un cadáver que aún procura la vida con sus funciones cognitivas, un cuerpo automatizado que llega a la frontera de una desfunción total y luego regresa de rodillas a la estabilidad, al equilibrio. Quedarás ahí tendida como arrollada por el cuerno de Arreola, no dejarás de ser embellecida por la gracia canónica de tu cuerpo. Pero, no obstante, serás ridiculizada en aquella noche, quizá por eso se decidió que no esté nadie.

Ahora despiertas, aún sin abrir los ojos, con una confusión trascendental. Poco a poco me suspendo en la existencia en cuanto separas tus párpados. Dejo en ti la oscura premunición -estrafalaria intuición-, no es un pronóstico incoherente, recuerda que he sido formado por la experiencia.