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20 de septiembre de 2011

Cielo sucio

Llegué ahí, a lo alto de la quebrada, no te encontré ni a ti ni a tu rastro. Me he dado cuenta de que no he seguido nada. No objetive lo que quise, falsas pistas, cavos equívocos, palabras erradas -ninguna quiso abrir-. Me senté ahí, en el precipicio, arrojé una cadena que se oxidaba, tenía muchos nombres, tenía muchos hombres. Anochecía, era un crepúsculo sangriento más. Etonces, tan depronto me di cuenta, la vida ya me había sido arrebatada. Me arrojé al mar. Huella tras huella, un espectro de mí regresó su camino, llegó al centro del malecón y allí: las palabras que no me dijiste, las cosas que callé de ti. "Me voy, Omar, pero sé que también te irás", destruí mi celular. Luego más atrás, calle tras calle, superfluo, la habitación de aquella habitación rentada: letras con dedo, el vaho y el espejo, tu cita -imperativa- que termina con la palabra malecón y una nota minúscula al borde del espejo "es verdad, ya no eres el mismo de antes", ella: pluscuamperfecta, ya se había ido. Una o dos o cien horas atrás: tú y yo en la cama. La pirámide, la herída, ¡qué sé yo! me advertí pero poco me importó. "No es ese mi nombre", tenía en mente desde hace tiempo, "no es ninguno de esos mi nombre", le arranqué la cadena, me vestí, su respuesta inmediata fue "no tienes idea de lo que te va a pasar" "en este instante, ya no eres el mismo". Atrás, varios bellos momentos más atrás, no en las copas globo, no en la ruta de un caballo ciego, no en la lluvia de luces; más atrás, ahí, aquí. Yo, fotógrafo, robando el rojo de este y ese cielo, te encontré mirando también
-La sangre se cuaja en las nubes, se va a derramar sobre nuestras cabezas.
-No sabes lo que dices, la sangre no es para compartir.

Omar Tiscareño