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25 de septiembre de 2011

La Luz

Cambiar la altura de los cerros; bajar el sol, menguarlo. 
Tu sombra, otra vez tu sombra, se va. 
En serigrafía es distinto, yo no lo sabía,
no es lo que se pinta sino lo que se pintó.

-Margarito, hazme una luz que me guíe y me acompañe, hazla bonita y redondita para que me quite los miedos de la noche.

Yo sólo la miraba. No le quitaba la vista de su boca que se movía.

-...y que atraiga luciérnagas, pero nada más luciérnagas; qué me haga reír cuando no esté papá, que me haga reír mucho tiempo, Margarito, ¡Margarito!

A ella le cuesta entender algo que yo no sé de que trata. Todos dicen cosas de más para no decir más, ahí el rodeo, el ruedo, el círculo, el espiral.

-Y cuando ya no esté, cuando ya se haya ido igual que mamá, dile que le voy a rezar mucho, que le prenderé sus veladoras. Dile que se porte bien ande donde ande, que si luego descubrimos que nos mintieron con lo del paraíso, yo ya inventaré uno, haber de qué modo, para estar juntitos los tres y hacer una casita, y ojalá, de verdad, que no se nos haga pronto estar juntitos.

Es difícil hablar de la muerte, es más difícil explicárselo a una niña. A veces casi nos entiende pero no le queda claro. Cómo decirle que la gente se va "¿adónde?" respondería, qué se le dice "adonde vamos a estar mejor", mejor que qué, qué ha vivido ella para entender lo que es mejor; ¿mejor que un dulce?, ¿mejor que creer que existe alguien que te regala juguetes? ¿mejor que sentir el enamoramiento por primera vez? Cómo va a entender ella sino con el tiempo y es eso nada más: el tiempo. ¿Mejor que no lo entienda y ya? ¿así mejor? pues mejor no se haya inventado la palabra morir, hay muchas más cosas que la gente no sabe cuando se muere.

-y luego, Margarito, si ya no está mi papá: ¿alguien me va a querer igual?, no me voy a juntar con nadie, a quién le voy hacer caso -empieza a llorar poquito- Dile que no me deje.

Susana, la única luz que te hice fue la de mi experiencia, quisiera que fuera tuya -extraño tu mirada, tus ojos amarillos-. Susana, no me atrevo a decirte. Tu pelo, del color de la miel quemada, tan bonito que era; tus brazos flacos, mujercita de hilo; la vena se te salió del cuerpecito y te la pegaron al agua de bolsa; tu papá, tan triste que se equivoco, te dijo que ya no lo ibas a ver pero no te ha dicho que eres tú la que muere. 

 -Abuelito, mejor hazle una luz a él, la va a ocupar más que yo. Porque a mí a lo mejor se me quita lo triste, así como a ti como cuando se durmió mi abuelita y mi mamá ya no vino. Pero... y si sus ojos se cierran o se va de noche, a él le hace falta la luz, ¿no?


 Me jalo las venas, me estiro la piel, los párpados; mi corazón tan viejo se revoluciona. Una niña, mi nieta, con unos cincuenta años menos que yo me vino a explicar la muerte, pero ella no entiende porque no se lo sabemos decir.


-Omar Tiscareño-

Y ocho años antes un médico dijo: Dio a luz a una niña