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30 de noviembre de 2010

Mengue

El arrullo,
aquél cobijo;
su aura masticando azahares,
rompiendo hojas secas con su chueco andar

El rojo,
éste toril;
mi tórax hinchado por la picazón del deseo
y sanando con el ungüento de sus tajares.

Se descuenca sagaz a embabucar mis ojos falaces.
El frío se me contrae a las costillas y anticipo su grito
como un lengüetazo a saliva fría desde mi cintura al atlas.

El alto de la escalinata culmina con su silueta oscura, amorfa, astada y burlona...
Y un trinche, con su risa maldita, me clava dos manzanas en las quijadas para que nunca deje de reír.

-Omar RT 10-