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14 de marzo de 2012

Mónica

Seguido estoy en un lugar así, no sé cómo o por qué, con la mínima intención de amanecer pero esperando, por ejemplo, en la barra de un bar: entró una joven y se sentó cerca de mí -las luces cambiaron de intención-, era Mónica pero no era como ella.

--Te invito algo, lo que quieras- mi voz adquirió otra actitud: tan firme al hablar, tan seductor y eficaz.

Apenas aprendía a controlar el miedo, ya había yacido el sonido, ya se había fundido la gente con las sombras detrás de su pelo; había aprendido a calcular el tiempo, porque no era común: el conteo de los segundo es inducido por el cambio de posición de nuestras bocas -que se tocan- y se dilata cuando muerde mis comisuras; ahora tenía dominado el espacio, podría ser una playa oscura como la mágica Copacabana, podría ser en el misticismo del Ganges mojándonos las palabras, o podría ser el agua de cualquier lugar que se vaciaba a mi boca.

--También soy ilusionista- dijo tal y como lo esperaba, sin sentido lógico

--Lo sé, esa profesión me has conferido. También tienes una belleza abstracta e indecible, lucidez al fluir de las palabras. Tienes la innoble intención de excitar mi virilidad -esparces tus cabellos al decir que no-, manejas con soltura la certeza y sabes fracturarla a tu incumbencia-- pensé en decirte.

 Es ahí cuando me detengo, ya todo es falto de verdad: no puede ser que te conozca, es inaudito, es dislocar mis preceptos morales que se rigen de seriedad y apocamiento, es creer que puedo hablarte o que hay determinación en mí.

--¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Por qué careces de autonomía?- le pregunté.

Entonces sus ojos, del color de un diablo cobrizo, me miran como provocando un maleficio, uno real y absolutorio que me exalta de miedo, que esclarece esta sugestión hipnótica. Todo se destruye, el mundo se queda sin ti y tu vestido rojo que nunca noté cuando entraste, sin el parís de noche que nadie ordenó en la barra, sin el beso que no tuvo inicio ni fin para mi boca, sin la plática que me llevó a la confesión de tu oficio -del cual dudo sea verdadero-.

Cuando por fin hay luz, mis sencillos ojos cafés se derriten de tristeza por ya no estar en reposo, mi protagónico vuelve a ser el de un humano común -o poco menos que eso- y me quedó igual: insuficiente de audacia, sin ti, Mónica.

-Omar Tiscareño-